Por el Pastor Emilio Agüero Esgaib

“!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de Él, y para Él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” . Romanos 11:33-36.

Estos versículos nos hablan de que todo lo creado, todo lo que vemos y somos, todo lo que conocemos y no conocemos, todo el mundo espiritual y sus infinitas profundidades fue, existe y es para y por la gloria de Dios.

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La oración más osada de la Biblia es la que hizo Moisés “muéstrame tu gloria” Exodo 33:18. Dios le concedió en parte esa oración escondiéndolo en la roca y permitiendo ver solo una parte mínima de ella para que Moisés no muera.

Esa gloria está vedada a causa del pecado. Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron fueron destituidos de la gloria de Dios”.

Toda la creación glorifica a Dios. El Salmo 19:1-6 dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anunciada la obra de sus manos”.

Dios quiere que todo lo que hagamos, sea que comamos o bebamos, sea para la gloria de Dios. 1 Co 10:31: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Esto significa que aun ante las cosas más rutinarias de nuestra vida tenemos que hacerlo con la excelencia que hace que la gente glorifique a Dios.

¿Qué es la gloria de Dios? La gloria de Dios es la belleza de su espíritu. No es una belleza estética o material, sino una belleza que emana de su carácter, de todo lo que Él es. Es una santidad purísima, es su luz inaccesible, tan resplandecientes que supera la luz del sol. Es una luz tan absorvente que Dios creó seres espirituales especiales para que puedan acceder a su presencia (Isaias 6:1-4).

La muerte y resurrección de Cristo fue para salvación del ser humano, pero también para mostrar su máxima gloria, el máximo amor, la máxima entrega, la máxima gracia, la máxima humillación, la máxima exaltación, el máximo poder. Hoy, en Santa Cena recordamos eso.

Pero la Gloria de Dios no es solo algo reservado para la eternidad en un futuro, es algo que contiene implicaciones ahora, en este tiempo y en todas las áreas de la vida del creyente.

Esta gloria puede coronar a un hombre o llenar la tierra. Es vista dentro de un hombre y en la tierra, pero no es de ellos; es de Dios.

Por ejemplo, en Santiago 1:9-10 dice: “El hermano que es de humilde condición, gloriese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierva”. Dios pide al hermano que no tiene mucho de que gloriarse en esta vida, sea por su pobreza, ignorancia o falta de belleza según los términos humanos, sin abolengo, etc., a que se gloríe y se afirme, no en la gloria humana, sino en Dios, en que es un hijo de Dios y Dios lo ama así como es y eso es suficiente para sentirse una persona aceptada, amada y con próposito.

Pero a la vez hace un llamado al hombre rico, al culto, al de abolengo, al poderoso de este mundo para que se “gloríe en su humillación”, o sea, que no se jacte de lo efímero, de lo que pasa, de lo que no le pertenece (porque todo pertenece a Dios), sino que se humille voluntariamente, renuncie en su corazón a esa gloria humana pasajera y busque una gloria que no tiene que ver con la riqueza, el poder o la belleza material. Así, nadie se jacta de nada ni nade afirma su identidad en nada de este mundo, ni el pobre ni el rico, todos descansan en la identidad como hijos de Dios y la gloria de Dios.

Dios quiere que todo lo que lo hagamos, sea que comamos o bebamos, sea para la gloria de Dios. 1 Co 10:31 “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Esto significa que aun ante las cosas más rutinarias de nuestra vida tenemos que hacerlo con la excelencia que hace que la gente glorifique a Dios.

Etiquetas: #gloria#Dios

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