Nuestro país apenas supera los 7,4 millones de habitantes, por lo que no justifica en plena era de la tecnología, donde lo digital está “hasta en la sopa” que sigamos teniendo semejante cantidad de funcionarios que aportan un limitadísimo valor agregado y que en función al uso inteligente de procesos tecnológicos interconectados entre las instituciones podrían funcionar “como un reloj”.

Se habla acerca de la necesidad de dar el lugar que corresponde a la meritocracia, idoneidad y capacidad de gestión y trayectoria profesional de los mismos que nos permitan poder tener una administración pública de calidad comprobada, que toda la ciudadanía anhela pues a través del pago de sus impuestos y otros tributos, permiten que puedan seguir percibiendo sus salarios y otras retribuciones conexas mensualmente.

La mayoría de las instituciones públicas siguen adoleciendo de una deficiencia estructural, donde tenemos a muchísimos funcionarios con escasa preparación académica y técnica ocupando posiciones de relevancia, por lo que difícilmente podrán llegar a desempeñarse en forma eficiente, pues carecen de dichos atributos tornando, por ende, complicado que puedan exigir calidad y eficiencia a los mandos medios para abajo dentro de su estructura organizacional.

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Tenemos una superpoblación de funcionarios en las instituciones, que siguen absorbiendo mes a mes el mayor porcentaje de los ingresos presupuestarios, pues se deben provisionar para el pago mensual de gastos rígidos (sueldos y salarios), más del 75% de los gastos corrientes del PGN, quedando en contrapartida relegados otros sectores prioritarios para el desarrollo del país como son salud, educación e infraestructura por el consecuente desfasaje en la relación ingresos/egresos.

No estamos en contra de los que tienen un puesto de trabajo en la administración pública, pero creemos que de una vez por todas debemos priorizar la calidad del nivel académico y técnico de los servidores públicos, que hoy por hoy en la mayoría de las instituciones no están a la altura de su posición y responsabilidad asignadas, no permitiendo tener un Estado moderno, acorde al mundo globalizado en que vivimos.

Es hora que dejemos atrás el clientelismo y prebendarismo, y podamos tener una ley del servicio público debidamente sancionada y promulgada, que fijen todas las coordenadas necesarias acerca del perfil y conocimientos técnicos y académicos que requieren cada puesto.

Tenemos la cuasi plena seguridad de que muchos de ellos son capaces e idóneos, pero subutilizados en función a su formación académica y experiencia, por lo que precisamos de una reingeniería que nos permita aprovechar los talentos y reubicarlos o darles otro destino a los que no rinden en función a la posición y responsabilidad que les son asignadas.

Nuestro país cuenta con muchísima gente idónea y capaz para ser un verdadero servidor público

Es hora que se los mantenga y se los promocione a los que realmente muestran actitud y aptitud para que podamos tener una administración pública moderna con servidores honestos, capaces y patriotas.

La ciudadanía está harta de la ineptitud de muchísimos funcionarios que no aportan casi ningún tipo de valor añadido a sus organizaciones, debido a que los procesos de selección siguen siendo muy light (suaves) en función a lo que realmente se precisa.

Estamos en el siglo de la tecnología y triste resulta ver que en algunas instituciones todavía se manejan en función a vetustos registros manuales que ya están a la fecha totalmente desfasados y obsoletos.

Es preferible ir racionalizando la cantidad de funcionarios a nivel país, pero que sean capaces e idóneos en la función que realizan y que se les pague con base en lo que realmente están aportando conforme al perfil del puesto y de la responsabilidad de cada uno.

Así como las entidades financieras vienen reinventándose cada día desde el punto de vista tecnológico, a fin de darles a sus clientes la calidad de atención que se merecen, a través de la implementación de aplicaciones diversas que permiten a uno desde la comodidad de su casa u oficina, realizar muchas transacciones que antes eran necesario hacerlo “in situ”.

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