• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

El liderazgo se sustancia en la credibilidad. Credibilidad que procede de la plena correspondencia entre el discurso y el cumplimiento de las promesas programáticas. Esa cohesión entre el decir y el hacer requiere de buena voluntad y capacidad para resolver problemas o conflictos dentro de un contexto determinado. El politólogo y periodista italiano Orazio María Petracca, ya fallecido, consideraba que, también, se precisaba de “ciertos atributos de personalidad y habilidad”, si bien aclara que la “idea de una biología particular” y la concepción del “héroe carismático” han entrado en crisis con las revoluciones democráticas de las últimas décadas. Acepta, no obstante, como muy autorizado el modelo del líder configurado por Platón, en que, aparte de una “cierta disposición natural”, se requiere una indispensable educación.

Los líderes persuaden, guían y se legitiman de acuerdo con el grado de satisfacción de las expectativas de la sociedad. El poder, entonces, genera respeto. Dos hechos puntuales nos empujan a preguntarnos en qué estado se encuentra actualmente el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, en cuanto a su liderazgo dentro del movimiento que llevó a varios de sus seguidores a la presentación parlamentaria. O el jefe de Estado ha perdido dominio sobre ellos en el sentido de coordinar estrategias o es un simple juego de doble mascarada en el que la simulación histriónica es el único rostro visible. Y del libreto nadie se hace responsable, aprovechándose de la pronunciada descomposición de las instituciones, la que acelera su debilidad y de una ciudadanía que no termina de constituirse en su identidad de calle. Una ciudadanía harta que solo quiere acelerar la hora de finalización de este gobierno. Que ya solo mirará como pasiva espectadora –salvo imponderables de la historia– la agonía de un mandato que nunca encontró ni a su capitán ni su brújula.

Donde la administración de Abdo Benítez será fastidiada es en sus conflictos políticos y contradicciones internas. Un proyecto de ley que exceptuaba a los proveedores de Petróleos Paraguayos (Petropar) de la presentación de declaraciones juradas –en un proceso de compra directa de combustibles– sufre una misteriosa modificación en su paso, y media sanción, de la Cámara de Senadores a la de Diputados. La nueva versión también eliminaba la intervención de la Dirección Nacional de Contrataciones Públicas (DNCP), que solo es descubierta por el ojo inquisidor de los medios de comunicación. Entre los proyectistas aparecen aliados incondicionales del jefe de Estado, de su propio partido, el Colorado, empezando por el presidente del Congreso de la Nación, Óscar Salomón. La connivencia del mandatario se explica sola. Y se refuerza cuando declara: “Vamos a evaluar, respeto la mayoría y el consenso (…); la herramienta del veto trato de utilizar de una forma extrema en respeto a las mayorías que se construyen en el Congreso”. El primero en plantarse fue el director de la DNCP, Pablo Seitz. Voceros del Ministerio de Industria y Comercio objetaron con igual firmeza. Se sumaron las críticas de analistas económicos y gremios empresariales. Embretado, Abdo Benítez vetó parcialmente la cuestionada ley.

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El otro acontecimiento que devela la pérdida de liderazgo o taimada complicidad del presidente de la República con sus leales partidarios y sus acompañantes permanentes de mayorías coyunturales en la Cámara Alta –senadores del Frente Guasu– guarda relación con el encuentro de estos parlamentarios con diputados que responden a Nicolás Maduro. Un régimen al que desconoce el gobierno de Mario Abdo Benítez. Generando, incluso, un tropical altercado entre ambos durante la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que se desarrolló en Ciudad de México, en setiembre del 2021. En este baile de ocultamientos es de nuevo Óscar Salomón el protagonista. Y, casualmente, ambos hechos están ligados al petróleo. En declaraciones a la prensa afirmó (Salomón) que esta visita (la de los parlamentarios venezolanos) podría abrir la posibilidad de volver a comprar combustible del país caribeño. A pesar de que después se desmintió a sí mismo, la deducción solo deja dos alternativas: diarquía o contubernio. O la sumatoria de ambos: anarquía.

El tiempo de gracia que el pueblo concede a cualquier gobierno expiró temprano. Ese ritual está representado por un período vacío de críticas, aunque sea, también, vacío de expectativas. La tolerancia con que la ciudadanía rellenó en los primeros meses los grandes agujeros de mediocridad, improvisación y despilfarro del Poder Ejecutivo y sus colaboradores tenía un punto límite. La pandemia solo fue una excusa para disfrazar un liderazgo inexistente. Nunca existió porque nunca pudo construir credibilidad. Hasta, en algún momento, desapareció de escena. Se dejó guiar por instintos atávicos: el sectarismo ciego, la soberbia y el resentimiento. Así empezó y así va a terminar. Buen provecho.

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