• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

El “dedazo” es un legado político del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México. Mediante ese mecanismo se evitaba cualquier incómoda contrariedad que pudiera surgir de los procesos electorales. El presidente de la República que estaba dejando el cargo después de seis años designaba a su sucesor, sin más requisitos que su ojo escrutador, para las elecciones generales en las cuales nunca perdieron desde 1929 hasta el 2000. La escisión liderada por Cuauhtémoc Cárdenas, una de sus figuras intelectuales más relevantes, reivindicador persistente de la línea ideológica original y fundador de la Corriente Democrática dentro del PRI es, también, el principio de su declive.

El empresario Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN), puso fin en el 2000 al reinado de esta organización política que nació de las entrañas de la Revolución Mexicana. Retornó al poder doce años después con Enrique Peña Nieto. Para volver a caer en el 2018 cuando Andrés Manuel López Obrador, por la coalición Juntos Haremos Historia, se convierte en jefe de Estado con más del 53% de votos.

A partir de 1954, la Asociación Nacional Republicana asimiló el mismo modelo, aunque con algunas pequeñas variantes que permitieron su perfeccionamiento. El presidente saliente (el dictador Alfredo Stroessner) apelaba al “dedazo” para designarse a sí mismo como su propio sucesor por otros interminables cinco años. Cada vez que la convención partidaria le rogaba que aceptara su candidatura para un nuevo período, dejaba constancia de que no había movido un “dedo” para provocar tal acontecimiento. Cuidar las formalidades era un requisito imprescindible para los que querían aparentar lo que son. Hasta decidió contradecir a los grandes maestros griegos –aun sin leerlos– quienes proclamaron –según Helio Vera– que “las decisiones políticas podían ser tomadas por una turba ignorante y molesta”. Pero Stroessner no solo ignoró estas sabias recomendaciones de los padres de la democracia. Tampoco dejó que nadie le molestara con insignificancias tales como libertad ciudadana, elecciones libres y libertad de expresión.

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El último “sí, acepto”, en el año 1988 –período que no iba a culminar porque fue derrocado por un golpe de Estado al año siguiente– conmovió a los convencionales, ministros y miembros de la Junta de Gobierno que se pusieron de pie para ovacionarlo por tan desprendida y patriótica entrega. Donde las similitudes con su primo lejano, el PRI, se acentuaban era en la pérdida de la identidad doctrinaria fundacional del partido. Se había extraviado en los templos de la idolatría al personalismo. Mucho antes de que el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze (discípulo de Octavio Paz) publicara “El pueblo soy yo”, el general ya había registrado la frase. Y la ejercía con la plenitud de todas sus prerrogativas.

Hasta que nos alcanzó el voto directo. No fue fácil, tuvo que desempatar el primer presidente de la Cámara de Diputados de la transición democrática, Miguel Ángel Aquino, del Movimiento Popular Colorado (Mopoco). En la década de los ‘90, en nuestro país los convencionales habían perdido la facultad de elegir a los candidatos a cargos de representación. En ese mismo lapso, las presiones ciudadanas decretaron la defunción del “dedazo” dentro del PRI. Pero, como acertadamente afirmara el historiador, novelista y analista político Héctor Aguilar Camín (hoy estamos muy de México) “a veces las costumbres políticas tardan más tiempo en morir que los regímenes”.

Todavía subsisten modelos donde las asambleas o convenciones definen a sus candidatos, naturalmente, previa elección de quienes van a integrarlas. El Frente Guasu o Ñemongeta por una Patria Nueva, en una convocatoria de delegados, optó por la médica y senadora Esperanza Martínez como precandidata a la Presidencia de la República. Quiénes designaron a los delegados es una información que no tuvo trascendido público. Esta corriente política con tendencia de izquierda –en sus diferentes grados–, que reclama para sí una vocación de masas; sin embargo, recurrió al procedimiento de los partidos de cuadros.

Un procedimiento más rápido y sin grandes preámbulos. Una jugada de por sí astuta, al estilo de Fernando Lugo. A partir de este momento, estarán un paso adelante de aquellas organizaciones políticas que integran la Concertación Opositora 2023. Concertación en la que todavía están discutiendo cómo elegirán al candidato o a la candidata de este frente. Muchos abogan por un debate del que pueda salir un o una presidenciable de consenso. El único que quiere elecciones internas es Efraín Alegre, convencido de que el caudal electoral del Partido Liberal Radical Auténtico (PRLA) le garantiza la victoria.

Con todos sus vicios y lastres que, en algunos casos, todavía le atan al pasado, el viejo Partido Nacional Republicano fue de los primeros en ajustarse a los nuevos códigos electorales. Aunque, también, muchos de sus dirigentes no estuvieron muy de acuerdo ni conformes con los nuevos aires democráticos, al punto que, fraude mediante, en 1992 le sabotearon su victoria al doctor Luis María Argaña. Desde ese fatídico año, las denuncias de irregularidades durante el proceso de las votaciones fueron mermando considerablemente, salvo pequeños y aislados intentos de manipulaciones de la voluntad popular. El Partido Colorado ejercita sus músculos constantemente, aunque más no sean los de la lengua para el ditirambo o el agravio. Sus candidatos, sin excepciones, pasan por el tamiz de las internas. Por eso siempre llegan bien entrenados a las generales. Buen provecho.

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