• Por Víctor Vargas.
  • Docente. 
Presidente de la Asociación de Filosofía Cristiana del Paraguay.

La crisis más aguda de la filosofía en la actualidad es la dictadura del relativismo. En otras palabras, la filosofía ha abandonado su vocación que consiste en llevar al hombre, desde la reflexión, al encuentro con la verdad.

Vivencial y filosóficamente nos encontramos inmersos en la cultura posmoderna. Nos desenvolvemos en un mundo donde la humanidad ya ha tomado conciencia de que ya no se puede confiar en el proyecto moderno. El desencanto –característica esencial de la posmodernidad– permea todo el ambiente cultural de nuestros tiempos.

La posmodernidad anuncia el fin de la idea de progreso de la modernidad. Idea que encuentra su raíz en la teoría del estadio positivo de A. Comte; según la cual, las ciencias positivas –puramente racionales– traerían el progreso, y de esta manera se pondría el fin definitivo a los mitos y a las reflexiones últimas sobre la realidad. Sin embargo, las dos guerras mundiales, los campos de concentración nazi, el archipiélago Gulag y las bombas atómicas se encargaron de enterrar estas ideas racionalistas. La idea de progreso estrictamente racional es una ilusión para los posmodernos.

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En la época posmoderna se vive claramente el declive de la razón y el predominio del sentimiento. Es la era del homo sentimentalis. Así también es el momento de la afirmación del yo. Es la hora de Narciso, de toda persona enamorada de sí hasta el extremo y que cierra sus ojos a las necesidades de la otra persona. En este sentido, asistimos a la falta radical de alteridad.

Podemos rastrear el origen de la posmodernidad en el aforismo “El loco” de Nietzsche. El aforismo 125 de “La Gaya Ciencia” anuncia la muerte de Dios. Este hecho indica una cuestión fundamental: la eliminación de todos aquellos valores que daban fundamento a nuestra existencia. Es la negación y la anulación de toda realidad trascendente, de todo principio y fin último de los seres contingentes. Es la perdida de la verdad objetiva. Con la muerte de Dios se ha perdido todo punto de referencia, todo horizonte.

Es en este hecho mismo donde debemos ubicarnos para la reflexión en torno a la posverdad. Esta se configura, esencialmente, en el rechazo y en la negación absoluta de la validez perenne de la verdad. “En nuestros tiempos la búsqueda de la verdad parece a menudo oscurecida” (Fides et ratio).

En la posverdad nada es permanente, todo es cambiable. Solo existen interpretaciones. Vattimo ha enseñado la existencia de un pensamiento débil. Bauman ha sentenciado que todo es líquido en las sociedades y en las relaciones interpersonales. Hoy día todo se reduce a opinión (doxa), puesto que ya no existe aquella verdad fundante y nutriente de la existencia humana, defendida por tantos filósofos y teólogos. La posverdad es puro relativismo.

Ratzinger enseña que el relativismo es “dejarse llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina” (misa pro eligiendo pontífice). Ya nada es definitivo, hasta llegamos a relativizar la verdad y la vida: ¡gran error! De ahí los atentados contra la dignidad humana: aborto y eutanasia.

Desde siempre, el cristianismo ha defendido la existencia de la verdad. Y lo seguirá haciendo per seculae seculorum. Nicolás Gómez Dávila enseña una cuestión ilustrativa: “la muerte de Dios es una opinión interesante, pero no afecta a Dios”. No afecta a Dios, pues es eterno: una Verdad perenne, inmutable, Ser absoluto y necesario.

El hombre naturalmente desea conocer. Y no desea conocer cualquier cosa sino que la verdad misma. “En Cristo coinciden la verdad y la caridad” (Ratzinger). “Él es la verdad, porque Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna” (cf. 1 Jn 1, 5). Más que nunca el cristiano está obligado a buscar la Verdad, amarla y atestiguarla (cf. Dignitatis humanae), puesto que la fidelidad a la Verdad es la única fuente que garantiza nuestra plena libertad (cf. Jn 8, 32). Libres en la verdad y en la caridad para dar vida.

Etiquetas: #pos#verdad

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