• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

Una película que sabemos que es mala, pero no podemos dejar de ver repetidas veces, disfrutar de estar tirado en una hamaca haciendo nada, comer aquel plato con varios beneficios menos el de ser saludable, reírnos de una situación que a la mayoría le genera pena o dolor; esa música que ponemos a todo volumen y solo escuchamos, cantamos y bailamos cuando estamos en soledad. Ejemplos, se pueden citar varios. Un placer culposo es algo que disfrutamos, pero sabemos que se supone no nos debe gustar o que, si nos gusta, dice algo negativo sobre nosotros. Y que generalmente preferimos no reconocer públicamente. Usualmente.

En las últimas dos semanas hemos visto un agravamiento en los otros grupos de medios de comunicación en su línea de manipulación al respecto de los hechos y el framing o encuadre que le dan a las noticias. Para quienes tenemos memoria, solamente comparable con los ríos de tinta que se invirtieron en tratar de instalar que Luis María Argaña ya estaba muerto antes de que su camioneta se haya convertido en un colador en la esquina de Diagonal Molas y Venezuela. Podría decirse que tal vez no sea para tanto, que se exagera. Es lo que suele pasarle a los pueblos que olvidan su historia. Sin embargo, algunos, mucho menos de los realmente necesarios, estamos dispuestos a no olvidar. Y sobre todo y principal: hacer y decir lo que haga falta para recordar.

Manipular, acomodar, encuadrar la verdad con base en los gustos políticos y empresariales es sin duda alguna un placer culposo que se ve en estos días. En privado, en la oscuridad de la soledad saben que mienten. Juegan sus cartas dando por hecho la frágil memoria que nos caracteriza. Millones de martillazos construyendo y emitiendo mensajes estomagantes. Para afuera dicen que están salvando al Paraguay; en su interior saben que no pasan de esperpénticas ordenanzas del poder. Montan operaciones políticas idénticas a las que dicen criticar. Ni más ni menos.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, precisa con urgencia ocupar el lugar para el que fue concebida. Recuperar la memoria. La historia nos dice que las veces que cedió a los medios funciones que le son propias e indelegables acabamos peor de como empezamos.

Dejanos tu comentario