• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

A veces, en medio de las urgencias de las cuestiones cotidianas, en el careo permanente con la supervivencia o absorbidos por esa novedosa adicción llamada redes sociales, todavía queda tiempo para la reflexión. O la interrogación. Aunque más no sea en el breve parpadeo de una madrugada. Buscando respuestas que trasciendan los convencionalismos de los discursos inexpresivos y repetitivos. Superando la prisa de escribir sobre lo más nuevo para permanecer vigentes.

Apuntando siempre a las contingencias, terminamos perdiendo la perspectiva de lo necesario. Por supuesto, tampoco podemos postergar las crisis que nos acogotan mientras intentamos desentrañar los misterios del universo. O las razones de nuestro infortunio. Se tiene que abordar los problemas del presente planteando, desde la crítica, soluciones duraderas. Debemos sentirnos agentes que crean y reproducen sistemas sociales que perfeccionan las relaciones dentro y con la democracia. Ciudadanos aptos para forzar la formulación de políticas públicas con vocación de Estado, hoy absolutamente inexistentes.

La necesaria función de examinar los hechos que habitual y reiterativamente agreden al sistema normativo y a los imperativos éticos no pocas veces nos aleja de la posibilidad de indagar sobre las raíces profundas de nuestros conflictos. O evita que desandemos el camino hacia preguntas tan obstinadamente clásicas como, por ejemplo, ¿quién vigila al vigilante? Duda que solamente encontrará certeza en la capacidad movilizadora y observadora de una ciudadanía en construcción. Como es nuestro caso.

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Muchos de los interrogantes que nos afligen ya fueron replanteados y sus respuestas reformuladas en sociedades con mayor formación y convicciones cívicas. Nosotros seguimos apegados a la tradición de obturar grietas o cerrar heridas mientras todo el cuerpo está contaminado por la anomia, la degradación de las leyes, la apatía y la frustración paralizadora. Dejamos de llamar a las cosas por su nombre para disfrazarlas con eufemismos. Sin olvidar la furia selectiva contra instituciones, actos y personajes públicos. Y el benevolente silencio con que se absuelven las transgresiones de los políticos compatibles. Principalmente desde los medios de comunicación que actúan corporativamente, sin constituir corporaciones, y sus periodistas más influyentes que buscan generar tendencias. Y a riesgo de ser aburrido por repetición: las excepciones son los malos ejemplos. Por tanto, hay que desterrarlas o minimizar sus espacios.

Esta introducción catártica, en realidad, surge de una preocupación de coyuntura, pero de la cual puede depender el futuro de nuestra democracia. Sobre todo, su calidad en el campo político y, consecuentemente, con repercusiones en sus otros dos componentes: lo social y lo económico. El deseo de algunos senadores del Partido Liberal Radical Auténtico –tres en total, una ya desistió– en coro con algunos de sus colegas de otros partidos, de retornar al sistema de lista cerrada y bloqueada es la certificación más cruda de que en nuestro país se legisla en contra de la percepción ciudadana. Y en una de esas cavilaciones con apariencias filosóficas con que nos seduce el insomnio me acosó la pregunta: ¿En el gobierno de las leyes quiénes redactan las leyes? De ahí el siguiente cuestionamiento: ¿Queremos instalar una verdadera democracia o continuar con esta imitación burlesca en que los electores estamos condenados a votar a quienes no nos van a representar? Definitivamente, la intención es tan clara como obscena: pretenden seguir con un sistema que favorezca a sus intereses –intereses de una minoría– y no en función a las expectativas ciudadanas. ¿Hubo alguna consulta para conocer qué prefiere el pueblo? Ni siquiera hace falta recurrir al pensamiento crítico para rebatir sus falacias argumentativas. Basta interpretar el ingenio popular que rebautizó a este modelo electoral como “lista sábana”, no solo por su extensión uniforme, sino porque permite cubrir a una legión de fantasmas impresentables que suelen colarse en la representación sin que hubiera el menor propósito de seleccionarlos.

El señor Carlos María Ljubetic, técnico de alto rango del Tribunal Superior de Justicia Electoral, afirma que el actual sistema, el de lista cerrada y desbloqueada, de por sí no va a mejorar sustantivamente la calidad de la representación política, que existen otras condicionantes. Pero yo agregaría que sin este primer paso nunca se podrá lograrlo. Y ese primer paso, el propio Ljubetich lo justifica: “Los líderes de los partidos políticos ya no tendrán el poder para imponer representantes a voluntad, pues finalmente son los electores los que van a decidir el orden en que ocuparán las bancas los candidatos”. Era común que esos primeros lugares estuvieran reservados a quienes podían comprarlos y no, precisamente, a los mejores.

En los últimos comicios municipales la oferta electoral se enriqueció diversificándose. Jóvenes detractores del exclusivismo político vieron la oportunidad de involucrarse. Y hoy ocupan una banca en sus respectivas comunidades. En el gobierno de las leyes todos deberíamos ser iguales y con iguales oportunidades. Y a los privilegiados de siempre eso les molesta. Contrariamente a lo que pregonan, el poder adquisitivo ya no será suficiente para parcelar los primeros lugares. Hay que salir a ganar confianza, demostrando testimonio de vida. Razón suficiente para mantener la opción preferencial. Pero este es apenas el punto de partida. Hay que seguir perfeccionando nuestra democracia. Empezando por los partidos políticos. A pesar de los voceros del antiguo régimen que se resisten a desaparecer. Buen provecho.

Etiquetas: #poco#reflexión

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