La rebelión de los guasones –léase la de clase media que se siente en un callejón sin salidas- se acercó en la semana que pasó hasta las puertas mismas de la vivienda temporaria de los Presidentes, en Argentina. La cacerolas volvieron a sonar con fuerza a partir de tres disparadores que activó el presidente Alberto Fernández: confinamiento; suspensión de clases presenciales “en todos los niveles”, como consecuencia de la pandemia de SARS-CoV-2 que arrasa la Aldea Global desde casi un año y medio; y, la inflación, resultado, entre otros factores de la política económica de su gobierno, que no deja de corroer los salarios y el poder adquisitivo de todos y todas sin excepciones.
Nada inesperado. Coincidentes encuestas que circulan aquí y de las que este corresponsal dio cuenta en algunas oportunidades, que permitían prever que este tipo de resistencias civiles podrían acaecer, finalmente acaecieron. El propio mandatario lo percibió y, tal vez por ello, sin mucha convicción, recurrió a una frase muy alejada de la intención de dialogar: “A mí la rebelión, no”. Alberto intentó guapear. Poco y nada consiguió. El mal clima social no se redujo ni atemperó.
En 18 minutos, con un mensaje de poco vuelo, Fernández, no solo comunicó que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y en 40 municipios de la provincia de Buenos Aires, como consecuencia de la segunda ola de covid se suspenden las clases presenciales y se prohíbe la circulación de todo tipo entre las 20 y las 6 horas, sino que –sin ninguna necesidad y para justificar las medidas que ordenó- puso a las fuerzas armadas en las calles; agravió a las y los trabajadores de la salud; acusó a niños y niñas porque “juegan intercambiándose los barbijos”; y, estigmatizó a quienes tienen capacidades diferentes, porque “no entienden” la gravedad de esta situación. Tampoco dejó afuera de sus quejas a los gobernadores –a todos, propios y opositores- porque no lo escucharon en sus advertencias.
Solo y furioso. En la misma línea acusatoria, el gobernador bonaerense, Axel Kiciloff, declaró a la CABA como “el epicentro de la segunda ola”. No se recuerda, en la historia reciente, que ninguna otra ciudad, desde las acusaciones globales que recibió, durante muchas semanas, la china de Wuhan, haya sido blanco de un señalamiento similar. Pero no solo es la capital argentina la que resiste. Las provincias de Santa Fe, Mendoza, Chubut, Entre Ríos, Río Negro, Salta, San Juan, La Pampa, Jujuy, Tierra del Fuego, Misiones, Neuquén y Santa Cruz (que gobierna Alicia Kirchner, cuñada de la vicepresidenta Cristina Fernández, hermana del fallecido ex presidente Néstor Kirchner), sin expresarlo formalmente, sus gobernadores y gobernadoras, no acompañan a Alberto que, ante la visión social, aparece en penosa soledad. “No le dieron bola”, fue la patética respuesta de dos encumbrados altos funcionarios de acceso directo y cotidiano al Presidente al ser consultados sobre esas sorprendentes inconductas. Mientras, su compañera de fórmula, la segunda al mando, Cristina F., a 2.750 km de distancia de Buenos Aires, en su lugar en el mundo, la patagónica ciudad santacruceña de El Calafate, permanece en profundo silencio público. Alberto está solo.
Pero, ¿está efectivamente solo? No parece posible pese a que, en las dos cadenas nacionales que protagonizó, fue enfáticamente autorreferente. Dramático. Para todos y todas. Los ministros de Educación, Nicolás Trotta y de Salud, Carla Vizzotti –que horas antes de las más recientes disposiciones presidenciales negaron que se suspendieran las clases presenciales (Trotta) y que hubieran “más medidas” (Vizzotti), amagaron con renunciar cuando frente a la tele se sintieron desautorizados por Alberto F. La coalición de gobierno no aparece como cohesionada. Cruje. La comunicación gubernamental –en esta etapa- perdió el GPS. Casi todo ha cambiado o se ha sincerado. “Entre la economía y la vida, elegí la vida”, repetía tiempo atrás Alberto F. hasta cansar a sus oyentes.
El cuadro de la situación, claramente, se ha modificado. No son pocos los y las analistas que aseguran que “ahora, entre la economía y la vida, elige por las elecciones parlamentarias que inevitablemente se acercan y todo indica que podrían no tener los resultados esperados por el oficialismo”, incluso arriesgan que “en pocos días habrá anuncios oficiales difíciles de cumplir como, por ejemplo, planes de viviendas o créditos para el consumo para maniobrar electoralmente”. La marcha ruinosa de la economía, “difícilmente tenga el esperado cambio sustancial que la sociedad espera”, agregan esos especialistas que rechazan el diálogo con este periodista si no son preservadas sus identidades.
“El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), no parece estar cerca o, más aún, está congelado hasta después de las elecciones porque deberá ser firmado por quienes tengan poder y, sin esa refinanciación, no habrá negociación posible con el Club de París al que en mayo hay que pagar un vencimiento de US$ 2.400 millones para no caer en default, ni llegarán inversiones extranjeras directas (IED) desde China ni desde ningún otro inversor”. Por si algo faltara para complejizar el panorama inmediato, las esperadas vacunas contra el coronavirus –después de muchos meses de promesas presidenciales incumplidas para hacer saber que llegarían a la Argentina millones de dosis y que habría millones de inoculados e inoculadas, arribarán al país con cuentagotas.
Entre tanto, aquellas y aquellos que solo llegan con sus ojos hasta las elecciones de medio tiempo, juegan a discutir cargos que tienen o que desean tener sin detenerse siquiera a pensar en la Argentina de todos y todas o a expresar una oración propia de la creencia o descreencia que tengan por las poco más de 59 mil víctimas fatales que la pandemia, junto con sus imprudencias, impericias, negligencias e ignorancias, supieron conseguir.