• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Este artículo es la reafirmación de otro anterior. La violencia es una ideología en sí misma. En sus registros tiene rostro de izquierda, de derecha, de centro y de extremos. La historia es una enseñanza siempre actual. Solo hay que repasarla. Lo que hoy estamos viviendo en el país ya lo vivieron otros países de la región. Las protestas ciudadanas fueron inficionadas por vándalos que destruyeron, aunque suena a pleonasmo, lugares públicos y edificios sagrados para los creyentes. De sus actos, en una democracia, deben responder ante la ley. Pero, ni en Ecuador ni en Chile, la barbarie de los cientos pudo ensombrecer el reclamo de los millones. Ya lo escribí el 25 de octubre de 2019, en este mismo diario: Lenín Moreno se vio obligado a reformular su paquete económico y “las partes acordaron un trabajo conjunto para recortar gastos, aumentar ingresos y reducir la deuda”. Sebastián Piñera, en un gesto de autocrítica poco común, pidió perdón por su “falta de visión” para encontrar soluciones a los problemas acumulados durante décadas y que “nunca nadie apreció en toda su magnitud”. (Fin de la cita). Tuvo que convulsionar el cuerpo social para que estos gobiernos abrieran sus oídos.

Ni los tres ideólogos y líderes más fulgurantes de la desobediencia civil del siglo XX pudieron evitar que la violencia se encostrara en sus movimientos. Ni Mahatma Gandhi en su lucha contra el imperialismo británico por la independencia de la India, ni Nelson Mandela contra el “apartheid” en Sudáfrica, ni Martin Luther King contra la segregación en los Estados Unidos. Todos ellos fueron inspirados, quizás, por el norteamericano Henry David Thoreau quien se negó a pagar sus impuestos por su oposición a la esclavitud. No hay que colaborar con el mal, aconsejaba, y añadía: “Todo hombre que sea más recto que su vecino ya constituye una mayoría de uno”.

Muchos aliados, en sus inicios, de Gandhi, Mandela y Luther King creyeron que la lucha armada era el único camino efectivo para el cambio. Aunque perseguían el mismo fin, pero con diferentes métodos, ninguno pudo debilitar la fuerza de la filosofía de “la no violencia”, que fue la que, finalmente, trajo el triunfo de sus causas. Es por eso que debemos agudizar nuestros criterios y nuestra facultad de discernimiento para no confundir a una población pacífica, harta de corrupción y de falta de insumos en salud, con un grupo de fanáticos exaltados que solo tienen fe en la destrucción como alternativa. A cada uno en su carril. Generalizar puede avivar más aun el descontento social. La falta de medicamentos aumentó el nivel de exasperación de los familiares de los pacientes internados en los hospitales públicos. Ahí los únicos agitadores son la pobreza y la desesperación. Y la angustia agonizante de la incertidumbre que aguarda entre la vida de la muerte. Ese traje tenemos que vestir todos para tratar de entender el dolor del prójimo e interpretar con empatía la verdadera cara de esta rebeldía cívica.

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El que mejor supo leer lo que estaba ocurriendo en su país fue Sebastián Piñera, quien también tuvo la sagacidad política de diferenciar las exigencias populares del vandalismo. De extracción derechista logró ponerse por encima de las etiquetas y el bastardeo ideológico en aquel momento crítico (octubre de 2019) en su afán de bajar las altas temperaturas que ardían en las calles: “Frente a las legítimas necesidades y demandas sociales, hemos recibido con humildad y claridad el mensaje que los chilenos nos han entregado” (reproducido del artículo ya mencionado).

Es hora -más vale bien tarde que nunca- de “atrevernos a pensar la política”, no solamente ejercerla, porque la crisis que nos atraviesa requiere serenidad, creatividad y respuestas rápidas del Gobierno. Un gobierno desorientado que busca enemigos ideológicos en la sopa mientras la olla está hirviendo de un generalizado malestar ciudadano. Las demandas exigen soluciones urgentes y no la retórica de los años 70. Para reprimir a los violentos el Estado tiene el monopolio legítimo de la fuerza. Pareciera que nos cuesta aprender de las lecciones del pasado. Si Moreno y Piñera hubieran escuchado a tiempo el clamor ciudadano, las mesas de negociaciones no se habrían constituido sobre un montón de cadáveres. Durante el “Marzo Paraguayo”, Raúl Cubas Grau no cayó por la presión de los manifestantes sino por la masacre de los jóvenes. En todos estos casos, el luto fue el saldo. Es para que mediten los líderes políticos y lo formadores de opinión.

La legitimidad de un gobierno no es para siempre. Doctrinariamente, la ineficacia puede socavarla. En eso coinciden el compatriota republicano Roberto L. Petit y el italiano Giovanni Sartori. Por eso los presidentes de Ecuador y Chile tuvieron que replantear sus programas económicos y sociales. Y pusieron la cara. El nuestro no es capaz de “recibir con humildad y claridad el mensaje que los paraguayos le han entregado”. Y, para colmo, anda desaparecido. ¡Buen provecho!

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