Por Emilio Daniel Agüero Esgaib

Pastor principal de la iglesia

Más que Vencedores

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Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor.[a] E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió" (1 Crónicas 4.9-10). Esta referencia e historia aparece en un mar de nombres y genealogías del primer libro de Crónicas. Entre nombre y nombre aparece este, de la nada, con una referencia muy especial, como un tesoro en un desierto.

No se sabe mucho más de Jabes que lo que dicen estos versículos. Aparentemente, su madre lo dio a luz con dolor, y fue tal que le colocó ese nombre. Fue un personaje ilustre que hizo una oración osada, grande, de mucha fe.

Su oración denota su carácter. Cómo oramos también nos muestra nuestra personalidad y nuestra fe.

Para orar así hay que tener una identidad de hijo. ¿Por qué hijo? Porque Jabes supo mirar la generosidad de Dios, más que su merecimiento.

Un hijo, y más aún un hijo que se siente amado por su padre, suele hacer pedidos osados que, aunque sabe que no los merece, los pide igual porque confía en la generosidad y el amor de su padre.

Muchas veces, cuando pedimos, creemos que recibiremos, si lo merecemos, y pensar eso sería como creer que Dios nos dará algo solo si lo merecemos. Aunque es verdad que Dios premia y Dios nos pide obediencia, también es verdad que Dios nos da, la mayoría de las veces, por gracia, por amor, sin merecimiento, y nos da más de lo que creemos, pedimos y merecemos.

No se trata de ser un caradura que, haciendo lo malo, espera lo bueno. No, se trata de un hijo de Dios que ama y obedece a su Dios y Padre, y aún así sabe que no se merece, pero pide, y lo hace con fe.

Los grandes pedidos conllevan grandes responsabilidades. Los verdaderos creyentes entienden que todo lo que piden a Dios y Él les da tienen que cuidarlo: una familia, una carrera, un ministerio, gran influencia, una empresa, etc. Todo debe de ser cuidado y usado para Su gloria.

El creyente que pide mucho debe de estar dispuesto a trabajar mucho, a sacrificarse, a administrar grandes presiones y responsabilidades, a madurar en su carácter y a depender de Dios en todo tiempo.

La oración también nos habla de su carácter. Sin duda, un carácter osado y conquistador, lleno de entusiasmo y visión de futuro.

El que pide en grande mira el futuro, no está estancado en el pasado y, al mirar el futuro, nos dice que ama la vida, pues mira hacia delante. La fe tiene que ver mucho con estas cosas. La fe es la “certeza de lo que se espera” (Heb 11.1), y lo que se espera está por delante.

Cuando creemos que ya no hay nada por delante o que el futuro es malo, no tenemos más expectativa e, incluso si la tenemos, es una expectativa de temor que nos paraliza. El miedo paraliza y esclaviza, pues no te deja hacer lo que quieres hacer. El miedo frustra, pues no te deja avanzar para conquistar lo que quieres lograr.

Para tener una mentalidad así, hay que aprender a ser agradecidos en la adversidad. “Todo ayuda a bien para los que aman al Señor”, dijo el apóstol Pablo.

Esta verdad la vemos en todos los personajes bíblicos. José en Egipto, Abraham en Caná, Moisés en el desierto, solo por citar algunos que, luego de grandes sufrimientos, vivieron grandes victorias y caminaron con base en la fe y la promesa. En Hebreos 11.33, 34 dice: “Que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerza de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”.

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