POR OLGA DIOS

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El chileno Alejandro Zambra abre su novela con un supremo spoiler: “Al final ella se muere y él se queda solo”… linda manera de comenzar un libro. Sobre todo uno que no llega a las cien páginas. Algo tendrá, entonces, para querer seguir leyendo. Aun­que el mismo nos advierte que esta es “una historia liviana que se pone pesada”, una narración no lineal, desordenada, y resu­mida de la historia más trivial y más preciosa: una historia de amor entre dos chicos jóvenes, muy jóvenes.

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Julio y Emilia se conocen en un grupo de estudio de Sintaxis Espa­ñola II, donde nadie ni entendía ni quería entender de la materia. El grupo es demasiado numeroso, así que uno puso música, otro trajo vodka y el último fue a comprar naranjas, así que a las 3:00 AM ya estaban todos borrachísimos. “A Julio no le gustaba que Emilia hiciera tantas preguntas en clase, y a Emilia le desagradaba que Julio aprobara los cursos a pesar de que casi no iba a la uni­versidad, pero aquella noche ambos descubrieron las afinidades emotivas, que, con algo de voluntad, cualquier pareja es capaz de des­cubrir. Demás está decir que les fue pésimo en el examen”. Bon­sái trata, en gran medida, sobre la literatura. Los protagonistas son estudiantes de Letras y su relación se desarrolla en torno a la lectura, preferentemente, antes del sexo:”Las rarezas de Julio y Emilia no eran solo sexuales (que las había), ni emo­cionales (que abundaban), sino también, por así decirlo, lite­rarias… Devino entonces una costumbre esto de leer en voz alta –en voz baja– cada noche, antes de follar”.

Hasta que una noche cae en sus manos un cuentito de Macedo­nio Fernández: “Tantalia”… la historia de una pareja que decide comprar una plantita como símbolo del amor que los une. Tar­díamente se dan cuenta de que si la plantita se muere, con ella también morirá el amor que los une. Y que como el amor que los une es inmenso y por ningún motivo están dispuestos a sacrifi­carlo, deciden perder la plantita entre una multitud de planti­tas idénticas. Luego viene el desconsuelo, la desgracia de saber que ya nunca podrán encontrarla”.A partir de allí, ambos saben que el final es inminente. A ninguno le agradó el cuento; pero no pudieron sacudirse esa sensación de finitud, de impotencia. Aguantaron un mes más, sin poder terminar de leer la novela que ambos se habían mentido sobre ya tener leída. La que esta­ban “releyendo” juntos; fingiendo conocerla. Con la adorable soberbia y vergüenza de la juventud por querer saberlo todo y al mismo tiempo ser consciente que queda tanto por saber, tanto por conocer. Ella se va, él se queda. Los años pasan y él intenta mantener el recuerdo de ella vivo plantando un bonsai, la misma idea que los quebró.

¿Qué te puedo decir? Bonsái es eso: una novela-bonsái, una mini­novela, la idea de una novela resumida, su esencia. Un relato que, por su breve simpleza, te da un golpe bajo, te sacude, te duele un poquito. Por la imposibilidad de esos dos chicos de alcanzar la felicidad. Por el esfuerzo vano de Julio de mantener viva a Emilia en su recuerdo. Sin darse cuenta que ella subsiste en él, en cómo lo marcó su relación y su recuerdo, que es lo único que queda. Es que, como dice Emilia, al principio: “¿Qué sentido tiene estar con alguien si no te cambia la vida?”.

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