“Traté de seguir la combinatoria de nuevas hipótesis que se me ocurrían y que debía descartar por absurdas casi de inmediato”. ‘Para quien no sabe dónde va, ningún viento es propicio’. Pero también era cierto, por desgracia, que para quien no sabe dónde va, la brisa más leve parece indicar un rumbo”.

POR OLGA DIOS

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Vuelven los geniales personajes de “Crímenes Imperceptibles”. O, si viste la película, “Los crí­menes de Oxford”. El joven estu­diante argentino de postgrado, a quien solo llaman “G” (“porque su nombre es demasiado difícil de pronunciar”), sigue viéndose en el rol de Watson de su Profesor, el Detective a la fuerza Arthur Seldom, eminencia de las matemáticas y la lógica. Oxford, 1994. Seldom pertenece a un pequeño club de académicos estudiosos de la obra de Lewis Carroll, el autor de “Alicia en el país de las mara­villas”, y varios más que tienen como protagonista a la niña Ali­cia, basada en una niña real, Alice Lidell, cuya familia Carroll frecuentaba, y con quienes tuvo una ruptura abrupta por motivos desconoci­dos. Hasta ahora.

Este grupo se hace llamar “La Hermandad Lewis Carroll”, y por fin van a conseguir su obje­tivo de toda la vida: publicar los diarios privados del autor. Kris­ten Hill, una joven becaria, viaja para reunir los cuadernos ori­ginales y descubre la clave de una página que fue misterio­samente arrancada. Una des­cendiente de Carroll, celosa del legado, habría arrancado varias páginas hace más de un siglo; pero luego de un acceso de culpa anotó en el dorso de una página el contenido de la página más importante que arrancó. Lo que allí dice, “L. Carroll es informado por la Sra. Lidell que…”; es todo lo que Kristen cuenta a primeras. Tiene miedo que le roben el descubrimiento y quiere publicarlo ella, porque probablemente explique la pelea entre el autor y la familia de su pequeña musa. Solo se lo dirá a la Herman­dad reunida en pleno. Pero Kristen no logra llegar con su descu­brimiento a la reunión, tiene un pequeño encuentro con un auto en movimiento que la deja hospitalizada. Una serie de crímenes se desencadena con el propósito aparente de impedir, una y otra vez, que el secreto de esa página salga a la luz.

Obviamente, alguien quiere matar al mensajero. Y lo hace copiando imágenes que parecen extraídas del libro de Alicia. Está en juego la reputación del autor, cuya afinidad con las niñas impú­beres –hasta ahora considerada meramente platónica y pater­nal– corre peligro de ser vista, a los ojos del público del Siglo XXI, más que impropia, casi pedófila. Y esos diarios que la Herman­dad va a publicar les van a valer varios millones en regalías. Hay mucho más en juego: hay dinero, demasiado dinero que perder.

Solo el Profesor Seldom y su joven estudiante pueden llegar al fondo de la intriga. Y hay demasiados caminos que se abren, un sinfín de elementos puestos a propósito para llevarlos por la línea errada de investigación. Después de todo, si el asesino es lo sufi­cientemente astuto, no solo cubriría sus pasos, sino que sería capaz de endilgarle todos los crímenes a otro:

“El crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado”. 

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