Fotos: Gentileza SPL

En este diálogo con La Nación/Nación Media, la directora general de Documentación y Promoción de Lenguas Indígenas de la Secretaría de Políticas Lingüísticas (SPL), Rossana Bogado, comparte un proyecto interinstitucional de rescate y registro de la lengua de los guaraníes del Chaco a través de un trabajo documental sobre el Arete Guasu, una fiesta espiritual de encuentro con los antepasados de profundo simbolismo y colorido.

La Secretaría de Políticas Lingüísticas (SPL), el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicación (Mitic), el Instituto Nacional del Audiovisual Paraguayo (INAP) y la Secretaría Nacional de Cultura (SNC) realizaron una alianza interinstitucional para elaborar un documental y un fotolibro sobre el Arete Guasu, una fiesta tradicional del pueblo guaraní del Chaco y que es celebrada todos los años en cuatro comunidades indígenas, a saber Santa Teresita, Macharety y Pedro P. Peña, del distrito de Mariscal Estigarribia, y Yvope’y Renda, de Filadelfia, en el departamento de Boquerón.

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Bogado explicó que en total fueron tres jornadas, que se iniciaron el pasado domingo 11 de febrero, de encuentro espiritual que arrancan y culminan en el cementerio, pues la festividad representa un encuentro con los antepasados que ya abandonaron este plano.

“Tupama (Dios) les abre una ventana de acceso, que según dicen las ancianas el portal de entrada es la constelación de las siete cabrillas. Sus ancestros vienen a través de las máscaras y atuendos. A través de eso ellos se encuentran con sus ancianos, con sus antepasados fallecidos. Son tres días en los que hay danzas con música para distintos momentos, desde la caminata que se hace saliendo del cementerio para sacar a sus ancestros de ahí en las máscaras y atuendos que preparan hasta para los diversos momentos”, explicó Bogado.

En este sentido, existen dos tipos de danzas: el molino, cuyas alas forman parejas, agarrándose de las cinturas, en la que los jóvenes y los enmascarados bailan de esta manera, y la ronda, en la que más bien los adultos bailan con pasos rítmicos formando círculos que pueden ir aumentando o disminuyendo de tamaño.

PERSONAJES

Estas danzas se realizan con varios personajes, como los ndechi-ndechi, que representan a los ancianos, que llegan el domingo o recién el lunes, agotados y hasta temblando por el largo viaje.

Luego, alrededor del mediodía del martes aparecen los cuchi-cuchi, que son los chanchos. Estos son varios, pero no más de cuatro jóvenes que están vestidos con pantaloncitos y están llenos de barro e intentan ensuciar a los no disfrazados, lo cual tiene un significado vinculado a la cacería y la sobrevivencia. Hay otra danza denominada jagua-jagua toro-toro, que es la simulación de un enfrentamiento entre el hombre guaraní y otro no guaraní, que es una alegoría de cómo defienden sus tierras y sus cultivos, ya que siempre gana el jagua-jagua, que es el yaguareté que representa al guaraní.

Al amanecer del tercer día se celebra la ceremonia final, que normalmente tiene lugar el martes previo al Miércoles de Cenizas, cuando van nuevamente al cementerio y se despojan de las máscaras y los demás elementos utilizados para el encuentro con sus ancestros. Una vez terminado el ritual, todos se sacan las máscaras y se despojan de ellas o las destruyen, porque si las vuelven a usar las almas por ellas representadas se enojarían.

“Hay muchos elementos de la modernidad en sus disfraces. La comunidad que menos utiliza elementos de la modernidad son los hermanos de Pedro P. Peña, seguido de Macharety. En Mariscal Estigarribia y Filadelfia, ya por el contacto mismo con la población mestiza no indígena, hay muchos elementos de nuestra cultura. Compran máscaras y muchos de sus adornos ya no son preparados de elementos de la naturaleza”, añadió.

REGISTRO

La comitiva interinstitucional fue conformada con el fin de elaborar un documental y un fotolibro para describir y caracterizar las similitudes y diferencias entre las prácticas de estas cuatro comunidades.

“Hemos grabado en la lengua propia la manera en la que ellos viven estos momentos porque nuestro objetivo es analizar el nivel de conservación de la lengua que hay. Nuestra hipótesis es que hay mayor presencia de la lengua en Pedro P. Peña y en Macharety, y en los otros lugares ya están hablando más el guaraní paraguayo. Todo fue documentado y se va a hacer un proceso de sistematización y desgrabación para volcarlo en un material escrito en lengua propia. Por eso tendremos que ir a trabajar y los hablantes que leen y escriben en su lengua también venir a ayudarnos. Va a ser una elaboración del pueblo y con el pueblo”, expuso sobre el propósito del trabajo.

EL DÍA VERDADERO

Arete Guasu es un término guaraní que proviene de la unión de las siguientes voces: “ára”, día o tiempo; “ete”, verdadero, y “guasu”, grande. Esta festividad carnavalesca podría definirse como el día o los días verdaderos en los que se impone un reencuentro con la memoria ancestral y los antepasados, aunque asumiendo el cambio y los elementos externos que han pasado a formar parte de la vida cotidiana.

Asimismo, reúne aspectos típicos de los rituales de fertilidad en los que se agradece y se propician las buenas cosechas, así como los actos de magia imitativa que mediante la puesta en escena pretenden atraer el éxito en las labores de caza al tiempo de sortear con éxito los numerosos peligros que debe enfrentarse en el día a día de la vida tribal. De esta manera, se representa el peligro para conjurar su amenaza fundamentalmente a través del baile y el canto.

El crítico de arte Ticio Escobar señala que el Arete Guasu mueve el concepto tradicional de la fiesta, es un encuentro ida y vuelta entre lo guaraní y otras culturas con las que se ha mantenido contacto a través de esa marcha permanente que está en la base de la cultura guaraní, de ese oguata (caminar) que hace a la esencia misma del teko yma (modo tradicional de ser) externalizado a través de las migraciones en búsqueda de una tierra mítica accesible en esta vida, el yvy marãe’ŷ (la tierra sin mal), y durante las cuales sucesivamente se entró en contacto con una multiplicidad de culturas, generando un tráfico de elementos simbólicos y materiales que se incorporan y resemantizan.

En consecuencia, la transculturación y el sincretismo son elementos muy presentes en esta festividad, en la que “el nuevo universo de los guaraní chaqueños se despoja de los jeguaka, de las maracas y los altares emplumados y se atiborra de insólitos sombreros medievales, de nombres andinos y máscaras chané-arawak o de extravagantes plumas de ñandú que un antepasado suyo jamás usaría, y, después, se completa con espejos, con sedas y billetes, escarapelas nacionales, antifaces de cartón y remedos de insignias militares”, escribe Escobar en un capítulo de su obra “La belleza de los otros”.

Escobar sostiene que esta festividad es una negociación, ya que para sobrevivir como ceremonia los partícipes se disfrazan de un carnaval criollo en una suerte de doble disfraz, disfraz propio y un disfraz ajeno que es integrado para sortear la mirada acusadora de la sociedad envolvente y, sobre todo, la censura de índole religiosa, que ha denostado estas prácticas por “heréticas”.

“Escamoteando su propio rostro, el individuo se recupera desde el rodeo de lo otro. Oculto por la máscara, se diluye en la colectividad, en su memoria y en sus sueños para extraer de ellos nuevos argumentos y razones; se convierte en dios, en su propio antepasado, en animal mítico, en héroe o en fantasma para regresar a sí negado y marcado, escindido por el doble papel que le depara la escena de su cultura”, escribe el crítico de arte.

Por tanto, es una ida y un regreso a la vez; la excepción que refina la regla y la hace más amplia. El Arete Guasu es un espacio que se abre como un paréntesis para reafirmar los vínculos comunitarios y asumirse como parte de una colectividad. El anonimato y hasta el individualismo de la máscara se presenta como una transgresión que es preciso exorcizar, como una sustracción del orden social, pero con el fin de reincorporar y domar esas fuerzas centrífugas que amenazan la cohesión tribal.

LA DIMENSIÓN ARTÍSTICA

Cabe preguntarse, pues, si estas formas expresivas pueden ser consideradas artísticas. Las manifestaciones del arte popular e indígena han sido con frecuencia menoscabadas desde los preconceptos de la modernidad occidental y se les ha negado la categoría de arte por revestir funciones utilitarias, sociales o religiosas, reduciéndolas a la categoría de artesanía a la luz del concepto de autonomía del arte, cuando que “en el arte indígena original, y posteriormente en el popular, es difícil despegar la forma del contenido y, consecuentemente, lo estético de lo artístico”, recuerda Escobar en otra de sus obras, “El mito del arte y el mito del pueblo”.

De hecho, las culturas indígenas carecen de una terminología análoga a la nuestra para designar al arte como actividad separada de la vida por la sencilla razón de que no existe esta autonomía y la actividad creativa está profundamente ligada a funciones sociales, políticas, religiosas, materiales e incluso lúdicas.


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