Augusto Dos Santos - Analista

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Imaginen que alguien en este momento esté leyendo los diarios del Paraguay en Estados Unidos, en Australia o en Francia y se encuentren con una enorme crisis nerviosa de actores políticos y periodistas por una razón increíblemente obvia: la unidad de un partido político, que en este caso se llama Asociación Nacional Republicana.

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Lógicamente se preguntarán cómo funciona este asunto en Paraguay porque en ningún otro país del mundo, nadie de otro partido o de un medio de comunicación entiende que es una cuestión reprochable que un partido político se una para ganar unas elecciones. ¿Cómo? –dirán– hay un país en el mundo donde un partido es cuestionado porque busca su unidad, ¡recórcholis!, ¡deberían estar en el Guinness!, estarían reflexionando en el doblaje documental latino.

El concepto “partido” tiene que ver con distintas facciones políticas partidarias no con la “partición interna” como parecen proclamar los escandalizados con la unidad de la ANR, pero no hay que olvidar, a manera de ejemplo, que beber agua después de tomar sandía solo te mata en Paraguay, te vas a Clorinda y ya no te mata. Lo patético que es el reclamo por la unidad colorada desde otros partidos y desde medios de comunicación solo merece el ridículo de la burla. Hagamos el traslado de ejemplos, que siempre es útil: Efraín Alegre y Blas Llano fueron siempre enemigos implacables de la política criolla. La rivalidad entre el Frente Guasu y el P-MAS también ha sido característica durante todo un tiempo. Sin embargo en sucesivas elecciones todas estas facciones llegaron a unirse para enfrentar elecciones mucho más allá de sus diferencias. De hecho, todos los días, en los últimos días, aparecen fotos de unidad entre sectores que hasta hace poco se criticaban duramente, el último ejemplo es la foto entre Alegre y Villarejo.

Alguno de nosotros escuchó o vio tuitear desaforadamente a Santi Peña, o a Raúl Latorre o Arnoldo Wiens, lanzando el grito escandaloso al cielo porque esos sectores se están uniendo y derramando lágrimas por los rincones de las redes sociales porque fulanito y menganito ahora se quieren después de haberse odiado? Y no, no habrán leído. Más que nada porque en cualquier sitio del planeta es normal que los partidos políticos se unan, lo anormal es que no se unan.

Pero lo más grave es lo que esta histeria “rediática” transmite: un monstruoso complejo de inferioridad y un síndrome de dependencia de la ruptura colorada para obtener una victoria electoral por parte de la oposición. Significa que nunca hubo una lectura de lo que fue el proceso del triunfo de la oposición en el 2008 o el haberse quedado con una única lectura facilista de ese proceso: “la ANR perdió porque estaba dividida”, cuando que en realidad la ANR en tal ocasión perdió por una serie de factores mucho más consistentes, empezando por la construcción simbólica de Lugo como un opositor no enemigo de los colorados.

Por alguna razón, entre ellas la no lectura histórica, la oposición volvió a construir un camino de odio hacia lo que representa la ANR (ANR nunca más, etc.) siendo que aún en las aldeas del medioevo lo que unía a los pueblos era la historia del dragón enemigo. Hoy en día se observa tanto a veteranos como a lactantes de la política en posición de candidatos, tuitear destilando esa mirada secesionista.

Una consecuencia de esta manera de construir política proselitista con adicción dependiente de la debilidad del adversario tiene consecuencias muy lógicas, como la desmovilización de los propios y la dificultad para construir un discurso lógico, porque, cómo harías para reclamar la unidad de este sector si condenabas la unidad del ajeno.

Solo vale pensar en un equipo de fútbol, el que menos amor propio se tiene en el pueblo, y que se pasa la vida esperando que sus rivales tengan jugadores lesionados para poder ganar un partido. Es más o menos así. Y así no se crece en política.

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