Por: Javier Barbero
www.javierbarbero.com.py
La envidia es un fenómeno psicológico muy común que hace sufrir enormemente a muchas personas. Tanto a los envidiosos como a sus víctimas.
No hay envidia "sana". La envidia es siempre un doloroso sentimiento de frustración por alguna carencia que, siendo nuestra, nos parece que los demás no tienen, por lo que sufrimos contra ellos, consciente o inconscientemente.
El envidioso es un insatisfecho que, con frecuencia, no sabe que lo es. Por ello siente secretamente mucho rencor contra las personas que poseen algo (belleza, dinero, sexo, éxito, poder, libertad, amor, personalidad, experiencia, felicidad) que él también desea pero no puede o no quiere desarrollar. Así, en vez de aceptar sus carencias o realizar sus deseos, el envidioso simplemente odia y desearía "destruir" a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación.
La envidia es, de este modo, la rabia vengadora de quien, en vez de luchar por sus anhelos, prefiere eliminar los de los demás. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles en cualquier sentido.
La envidia sólo se trasciende madurando la personalidad y resolviendo las propias carencias. La persona madura no envidia a nadie.
Tras el embrujo de la envidia, las malas lenguas y las habladurías se oculta un terrible demonio: la falta de amor propio.
La mejor arma que tiene la envidia para atacarnos es predisponernos a una comparación desventajosa. De sobra es sabido que toda comparación es odiosa porque es una forma de exponernos a la imagen de nuestras frustraciones.
La envidia deja en evidencia una de las verdades más incómodas de la humanidad: la condena al talento y al éxito ajeno. Es más fácil canalizar la frustración que el hecho de reconocer nuestro complejo de inferioridad.