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Washington.

Mientras los rivales discuten sobre el proceso de destitución, todas las miradas se centran en cinco senadores republicanos vulnerables. Afuera del edificio del Capitolio todo seguía como siempre el 21 de enero. Un grupo de manifestantes coreaba consignas en el césped. Un hombre levantaba en silencio un letrero que decía “Dios está mirando”. Otro gritaba incansablemente con un letrero pegado a su camisa púrpura que, entre otras cosas, proclamaba “yo soy Jesucristo”.

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Sin embargo, cuanto más te acercabas al piso del Senado, más inusuales se volvían las cosas. Los reporteros que deseaban ingresar a la mitad del edificio donde se encuentra el Senado, no solo debían tener credenciales de prensa, sino boletos especiales, y estaban confinados a sitios ubicados afuera del piso del Senado. Quien presidía el Senado no era, como de costumbre, un senador o el vicepresidente, sino John Roberts, el presidente de la Corte Suprema de Justicia. Durante el proceso, los senadores tuvieron que entregar sus teléfonos móviles y renunciar al café –solo agua o leche estaban permitidos– y debían acatar la advertencia del sargento de armas de “guardar silencio, bajo pena de encarcelamiento”.

EL RESULTADO NO ESTÁ EN DUDA

La mayoría de los senadores, habitualmente parlanchines, cumplieron, aunque sí se pasaron una que otra nota. Después de más de 12 horas de agrio debate, el Senado aprobó las reglas que rigen el proceso de juicio político del presidente Donald Trump en una votación partidaria. El juicio comenzó la tarde siguiente y probablemente terminará para cuando Trump pronuncie su discurso del Estado de la Unión el 4 de febrero. El resultado no está en duda. Para destituir a Trump de su cargo, 20 senadores republicanos tendrían que ir en contra de su partido, lo cual no es probable que suceda. Pero el juicio revela mucho sobre el control de Trump sobre su partido.

Ambos bandos dieron una muestra de sus argumentos y tácticas durante el debate sobre las reglas. Adam Schiff, quien preside el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes y es uno de los siete representantes de la Cámara que actúan como fiscales, argumentó que Trump había abusado de su poder al subvertir la política exterior estadounidense para su beneficio político personal, además de obstruir al Congreso cuando les ordenó a sus subordinados que no cooperaran con la investigación, lo que constituye “la más grave acusación de [mala conducta] jamás formulada contra un presidente”. También argumentó que las reglas del juicio propuestas por Mitch McConnell, el líder de la mayoría en el Senado, harían “una burla de un juicio –justo–”, porque amenazan con impedir que los demócratas presenten testigos y pruebas.

DEBATE CANDENTE Y AMONESTACIÓN

Los abogados del presidente, por el contrario, se centraron en el proceso. Jay Sekulow, el principal abogado externo de Trump, argumentó que a su cliente se le “negó el derecho de interrogar a los testigos” durante la investigación de la Cámara de Representantes, lo cual no es cierto. Pat Cipollone, el abogado de la Casa Blanca, afirmó que a los republicanos se les negó el acceso a una sala segura donde Schiff celebró una audiencia, lo cual tampoco es cierto. Acusó a Schiff de haber “fabricado una versión falsa” de la llamada telefónica de Trump con el presidente de Ucrania cuando, de hecho, Schiff la presentó como una paráfrasis.

Alan Dershowitz, un profesor de Derecho que defiende a Trump de manera apasionada, planea argumentar que la destitución se debe basar en un delito real o un “comportamiento criminal”, una perspectiva que se opone a la opinión dominante y a la historia estadounidense (Richard Nixon casi fue destituido por abuso de poder, lo cual no es un delito, y Andrew Johnson fue impugnado por, entre otras cosas, “declarar en voz alta ciertas arengas intemperantes, inflamatorias y escandalosas”).

El debate entre las dos partes se acaloró tanto que después de 12 horas de sesión, Roberts, perennemente decoroso, los amonestó para “evitar... usar un lenguaje que no sea apropiado para el discurso civil”.

CASA BLANCA BLOQUEA TESTIGOS

Una hora después se aprobaron las reglas de McConnell. Cada lado tendrá 24 horas para presentar sus argumentos, los cuales se repartirán en tres días. El Senado estará en sesión seis días a la semana, excepto los domingos, hasta que finalice el juicio. Después de las presentaciones iniciales, el Senado tendrá 16 horas para hacer preguntas, presentadas por escrito, que Roberts leerá en voz alta, seguidas de cuatro horas de debate y deliberación. Luego el Senado determinará si se debe llamar a más testigos y presentar más pruebas.

Esa última regla molestó a los demócratas. Desde que la Cámara de Representantes acusó a Trump, John Bolton, ex asesor de seguridad nacional, ha dicho que cumplirá con la citación para testificar. Lev Parnas, donante republicano nacido en Ucrania que es acusado de infringir el sistema de financiamiento de campañas, dijo que Trump y Bolton, así como el vicepresidente Mike Pence y William Barr, el fiscal general, estaban al tanto del plan para presionar al presidente de Ucrania con el fin de abrir una investigación sobre Joe y Hunter Biden.

Los demócratas quieren escuchar la versión de ellos, así como de otros testigos a quienes la Casa Blanca ha bloqueado. El 21 de enero, forzaron, y perdieron, muchos votos de citaciones para solicitar documentos y testigos, no tanto porque pensaban que tenían una posibilidad de ganar sino porque querían forzar a los senadores republicanos en funciones que se encuentran en una situación vulnerable a emitir votos que luego podrían usarse en su contra en alguna campaña electoral.

DILEMA DE LOS 5 SENADORES

Estos cinco senadores, que este otoño contenderán en estados donde Trump tiene un índice neto de aprobación negativo: Susan Collins de Maine, Martha McSally de Arizona, Thom Tillis de Carolina del Norte, Cory Gardner de Colorado y Joni Ernst de Iowa, se encuentran en una posición poco envidiable. Si votan para condenar a Trump, corren el riesgo de provocar que surja otro rival republicano para las primarias. Si ayudan a conformar un apoyo mayoritario para que se presenten más testigos y evidencias, corren el riesgo de provocar una larga pelea en la corte: es muy probable que Trump trate de impedir que Bolton testifique, lo que deja tiempo para las preguntas de los molestos reporteros. Sin embargo, si se muestran demasiado ansiosos por precipitar un veredicto, corren el riesgo de mancillar su imagen ante los votantes independientes que necesitan para conservar sus escaños.

Trump, al observar los procedimientos iniciales desde el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, parecía sumamente indiferente ante el destino de cualquiera que no fuera él. Calificó a los representantes de la Cámara como “sujetos despreciables”, y fantaseó con asistir a su juicio para “sentarse en primera fila y ver sus rostros corruptos”. Y se jactó: “Honestamente, tenemos todo el material. Ellos no tienen el material”. Eso es, precisamente, lo que se alega en el segundo artículo del juicio político.

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