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CARACAS, Venezuela.

Las sanciones han logrado que el régimen se distancie del socialismo, pero no de su condición dictatorial.

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El Humboldt, un hotel de lujo en forma de lápiz con vista a Caracas, ha simbolizado históricamente las promesas incumplidas de los gobiernos venezolanos. Construido en 1956 durante la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, el hotel ha permanecido vacío durante la mayoría del tiempo. El teleférico que va a la cima de la montaña donde está localizado se avería frecuentemente.

El régimen actual, una dictadura socialista liderada por Nicolás Maduro, ha prometido que el Humboldt pronto será reinaugurado como el primer hotel “siete estrellas” de Venezuela.

El 14 de diciembre, el hotel organizó una fiesta. Las luces navideñas brillaron. Un DJ puso éxitos de reguetón. Algunas modelos retozaron alrededor de la piscina vacía. Los “enchufados”, como se les llama a las personas que se enriquecieron gracias a sus conexiones con el régimen, bebían vodka importado en mesas con vistas panorámicas, mientras dos láseres verdes resplandecían sobre la capital de un país que está sufriendo la mayor recesión del mundo. “Caracas se ha convertido en algo salido de ‘El gran Gatsby’”, dice Karina González, una joven secretaria, mientras miraba el show de luces desde abajo. “Decadencia junto a la miseria”.

LA FIESTA ES UNA SEÑAL DE CAMBIO

No es un retorno a la prosperidad, la cual no se extiende más allá de los asistentes de la fiesta y su clase. Tampoco es la democratización exigida por la oposición y por los más de sesenta países que la respaldan. Más bien, muestra la creciente confianza del régimen que cree que sobrevivirá a la presión internacional, liderada por Estados Unidos, que busca derrocarlo.

La política estadounidense de “máxima presión” sobre el régimen venezolano empezó en enero, luego de que Juan Guaidó, el líder de la asamblea controlada por la oposición, se autoproclamara presidente interino de Venezuela alegando que Maduro había manipulado su reelección en el 2018. La mayoría de los países occidentales y latinoamericanos reconocen las demandas de Guaidó.

El gobierno de Trump prohibió la compra de crudo venezolano a los Estados Unidos, el cual solía ser el cliente principal de Venezuela. También amplió las sanciones individuales para incluir a casi todo el círculo íntimo de Maduro.

LAS SANCIONES SOBRE EL PETRÓLEO HAN SIDO PERMEABLES

Venezuela ha conseguido clientes no estadounidenses, como Rosneft, de Rusia. La producción de PDVSA, la compañía petrolera estatal, está mostrando señales de recuperación tras hundirse por tres cuartos desde el 2015. Ha firmado un acuerdo con una compañía india para impulsar aún más su rendimiento y reparar las refinerías. Venezuela obtiene dinero extra de la venta de oro (tanto de sus reservas como de la minería ilegal) y de los narcóticos.

Las sanciones han tenido consecuencias imprevistas. Los funcionarios cuyos viajes están restringidos y cuyas cuentas de banco en el extranjero están congeladas, están pasando más tiempo y gastando más dinero en casa, lo que explica en parte el festín del Humboldt. Más importante es el hecho de que las sanciones sobre el petróleo fueron un choque suficiente para forzar al gobierno a alejarse del socialismo.

Maduro ha eliminado casi todos los controles económicos impuestos en principio por Hugo Chávez, el líder carismático de la “revolución bolivariana”, quien falleció en el 2013. Las sanciones han “logrado que el gobierno sea más flexible”, dice el economista Luis Oliveros.

El gobierno ha dejado de intentar dictaminar la tasa de cambio y de controlar los precios. Ahora las empresas privadas pueden importar lo que quieran y fijar sus propios precios. Los supermercados en Caracas, prácticamente vacíos durante la mayoría del 2017 y el 2018, están nuevamente repletos de alimentos. No solo los ricos pueden comprar. Quizás un tercio de los venezolanos tienen acceso directo a remesas enviadas por familiares viviendo en el extranjero.

Desde que Maduro asumió el mandato en el 2013, al menos 4 millones de personas, el 12 por ciento de la población, han abandonado el país. Los venezolanos en el extranjero envían a Venezuela 4 mil millones de dólares al año, apenas un tres por ciento del producto interno bruto, según la consultora Econoanalítica. Esto complementa la distribución de alimentos del gobierno, desproporcionada hacia sus simpatizantes, y un discreto programa de ayuda manejado por organizaciones internacionales no gubernamentales.

EL DÓLAR ESTÁ DESPLAZANDO AL BOLÍVAR

Los taxistas y señoras de limpieza cotizan sus precios en dólares, así acepten pagos en bolívares. McDonald’s le paga a sus empleados en Caracas un bono de 20 dólares al mes, el cual es más del triple del salario mínimo de 300.000 bolívares (6 dólares). En el centro de Caracas, los precios en la tienda por departamentos Traki están en dólares, si bien el signo del dólar como tal no aparece en las etiquetas. El paquete de 400 gramos de espagueti (de Egipto) cuesta 50 centavos. Las colas en las cajas registradoras indican que los clientes normales pueden comprarlo. El valor de los billetes de dólar en circulación ya excede el de los bolívares.

La misma moneda venezolana, la que reciben la mayoría de los venezolanos cuando cobran, ya no se está devaluando con la rapidez con la que solía hacerlo. El gobierno ha ajustado las exigencias de reservas de los bancos. De acuerdo con la Asamblea Nacional, la tasa de inflación anual ha caído de los casi 3.000.000 por ciento al principio del 2019 a 13.745 por ciento en noviembre, la cual sigue siendo, de lejos, la más alta del mundo.

“Las cosas están un poco mejor de lo que estaban el año pasado”, dice Héctor Márquez, un mecánico. Fuera de Caracas, pocos venezolanos estarían de acuerdo. La gente sigue falleciendo innecesariamente en hospitales por falta de equipos y medicamentos. Las Naciones Unidas estiman que 7 millones de venezolanos necesitan ayuda humanitaria con urgencia.

MIGRACIÓN INTERNA

Muchas personas están abandonando las ciudades del interior para irse a Caracas, donde los atascos de tráfico han regresado tras haber desaparecido el año pasado. El Chigüire Bipolar, un sitio web humorístico, hizo un texto satírico en el que Maduro declaraba: “La República de Caracas ya no puede seguir recibiendo refugiados venezolanos”.

Una Caracas en calma es lo que más desea Maduro. Un venezolano con acceso a dólares tiene menos probabilidades de protestar contra el gobierno, afirma Oliveros. Esto complica la labor de Guaidó, quien ha prometido en repetidas oportunidades que el régimen de Maduro va a caer “pronto”. Su esperanza principal ha sido que las fuerzas armadas cambien de bando, pero hay pocas señales de que eso suceda. El nuevo enfoque de Guaidó es impulsar una reforma del poder electoral, el cual el régimen tiene como aliado a la hora de manipular elecciones a su favor.

OPORTUNIDAD

Su próxima oportunidad de hacerlo será en las elecciones parlamentarias de diciembre del 2020. El régimen podría adelantarlas. Si la oposición pierde esas elecciones, Maduro controlará todos los poderes del Estado. “Las condiciones para cualquier tipo de cambio político en el 2020 cada vez son más remotas”, dice John Magdaleno, un consultor ubicado en Caracas.

El gobierno de Trump aún apoya públicamente a Guaidó contra el “antiguo” régimen. “Todavía nos quedan sanciones”, afirmó en octubre Elliott Abrams, el hombre clave de Washington en Venezuela.

Sin embargo, informes recientes de agencias de noticias señalan que el presidente Donald Trump podría estar buscando nuevas ideas. Una de ellas es trabajar junto a Rusia para presionar a Maduro. Otra es conversar directamente con el régimen.

En noviembre, Erik Prince, un ferviente partidario de Trump que fundó Blackwater Security Consulting (ahora llamada Academi), cenó en Caracas con Delcy Rodríguez, la vicepresidenta de Venezuela. Eso provocó las especulaciones de que los dos gobiernos están creando un canal extraoficial, el cual ignoraría a Guaidó. Eso no estaría sucediendo si el régimen estuviera de salida.

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