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El resto del mundo tiene buenos motivos para preocuparse, pero debe tratar a Brasil con delicadeza. Imágenes de incendios incontenibles en la selva amazónica. Una tormenta en redes sociales en la que la etiqueta #Amazonasenllamas dominó lo que se considera el diálogo mundial. Una guerra de palabras en la que Emmanuel Macron, el presidente de Francia, tildó de mentiroso a su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, quien a su vez acusó a Macron de comportarse como un gobernante colonialista y se burló de la apariencia de su esposa. Una oferta de 22 millones de dólares de los países del G7 para ayudar a combatir los incendios, la cual Bolsonaro rechazó salvo que Macron se retractara de sus declaraciones. Las últimas semanas han sido extraordinarias para Brasil. A través del humo, se pueden ver dos cosas claramente: las políticas de Bolsonaro son profundamente destructivas para la selva amazónica, y para disuadirlo se necesitará mayor sutileza del extranjero y más determinación de sus oponentes e incluso sus aliados en casa.

ODIO VISCERAL

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Bolsonaro, un ex capitán del Ejército con mentalidad de extrema derecha, llegó a la presidencia de Brasil el año pasado, en parte, gracias a una plataforma que se basaba en revivir una economía moribunda mediante la supresión del izquierdismo y la normativa ecológica. Prometió eliminar las multas por violar la legislación ambiental, reducir las áreas protegidas, que representan la mitad de la Amazonia brasileña, y hacer frente a las organizaciones no gubernamentales, a las cuales odia de manera visceral.

Durante su mandato, el gobierno ha socavado el Ministerio del Medioambiente y el IBAMA, el instituto ambiental cuasi autónomo del país. Seis de los diez cargos directivos del Departamento Forestal y de Desarrollo Sustentable del ministerio están vacantes, de acuerdo con su sitio web. El gobierno ha mencionado la idea de “monetizar” la Amazonia, pero saboteó un fondo europeo de 1.300 millones de dólares cuyo objetivo es darle valor a las zonas de la selva que siguen en pie.

Los ganaderos, los leñadores ilegales y los pobladores del Amazonas han interpretado todo esto como un incentivo para encender sus motosierras. Durante los primeros siete meses de este año, la deforestación aumentó un 67% en comparación con el mismo periodo el año pasado, según el INPE (Instituto Nacional de Investigación Espacial, por su sigla en portugués). Bolsonaro tachó de mentiras los datos del INPE y despidió a su director. De manera absurda, su primera reacción fue culpar a las ONG de los incendios.

La estrategia de Bolsonaro está motivada por el prejuicio y el nacionalismo. “Cree, profunda e ideológicamente, que el ambientalismo es parte de una perspectiva izquierdista del mundo”, dice Matias Spektor, de la Fundação Getulio Vargas, una universidad en São Paulo. Las Fuerzas Armadas de Brasil desde hace mucho piensan que los forasteros tienen un plan propio para la Amazonia y que, si no la desarrollan, se arriesgan a perderla.

Los generales en el Gabinete de Bolsonaro, que por lo general son una fuerza de moderación, en este tema no lo son. Detrás de sus diatribas contra Macron está la expectativa de que los brasileños se unirán para respaldar a su nación. Es por eso que el mundo debe ser cauteloso.

EL PRESIDENTE GUIÑA EL OJO

Bolsonaro tiene razón en algunas cosas. Macron sí fue arrogante al hablar sobre la Amazonia en la cumbre del G7 sin invitar a Brasil. A pesar de que el mundo tiene un interés justificado en el futuro de la selva, no tiene posesión sobre ella (aunque la Guyana Francesa tiene un pedazo). Bolsonaro también tiene razón al decir que ha habido incendios peores en años anteriores. Muchos mapas exageran su magnitud.

La deforestación en Brasil está sujeta a controles que están entre los más estrictos del mundo. Desde 2005, estos ralentizaron la destrucción de la selva de manera drástica, antes de ser debilitados por los recortes presupuestarios y ahora por Bolsonaro.

Al igual que Jano, el gobierno de Bolsonaro tiene dos caras en este debate. Los diplomáticos brasileños en el extranjero afirman que su país está comprometido con frenar la deforestación. En casa, el presidente les guiña el ojo a aquellos que la llevan a cabo. Es por eso que es importante asegurarnos de que su gobierno cumpla su palabra.

CONVENIO CON UE EN PELIGRO

“El problema principal es cómo entablar una conversación sensata sobre lo que está pasando”, dice Marcos Jank del Centro para la Agroindustria Global en Insper, una universidad en São Paulo. Eso es lo que quieren los agricultores modernos de Brasil. Convencieron a Bolsonaro de permanecer en el Acuerdo de París sobre el cambio climático y de no eliminar el Ministerio del Medioambiente.

Temen que los consumidores monten boicots y que la Unión Europea se retire de un convenio comercial que se cerró hace poco, lo cual Macron amenazó con hacer. De hecho, ambas posibilidades tendrían efectos limitados. Jank señala que el 95% de las exportaciones agrícolas de Brasil, valuadas en 102.000 millones de dólares, son productos que no llegan directamente a los consumidores; el 60% se dirige a Asia. Sin embargo, la imagen de Brasil sin duda ha salido perjudicada.

Bolsonaro también camina sobre arenas movedizas en términos políticos. Si bien el nacionalismo brasileño no debería subestimarse, a la mayoría de los brasileños les preocupa el cambio climático. El 23 de agosto, mientras el presidente hablaba en televisión sobre los incendios, había manifestantes golpeando cacerolas en las zonas ricas de las ciudades, que lo ayudaron a ganar la presidencia. Sin embargo, detener sus prácticas de quema de la tierra requerirá acción política organizada además de las protestas.

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