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El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, culpa a los ambientalistas. El 19 de agosto, a media tarde, se oscureció la ciudad más grande de Sudamérica. A las 15:00, bajo una espesa nube negra, se encendieron las luces de los rascacielos de San Pablo; en las autopistas comenzaron a brillar las luces de los frenos de los automóviles en el intenso tráfico y muchos paulistanos estaban preocupados. Los usuarios de redes sociales publicaron fotografías de la penumbra, yuxtaponiendo el cielo distópico vespertino con lugares apocalípticos ficticios como la Ciudad Gótica de “Batman”, Mordor de “El Señor de los Anillos” y el Upside Down de “Stranger Things”.
INCENDIOS, MÁS COMUNES QUE NUNCA
Los meteorólogos se afanaron en explicar lo que estaba sucediendo. Pero la mayoría acepta que la explicación más probable es que se deba a los incendios que tienen lugar en la selva tropical. Climatempo, una conocida página web privada de meteorología, informó que un frente frío trajo consigo nubes de baja altitud que se combinaron con el humo y formaron ese denso esmog negro. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE, por su sigla en portugués), los incendios forestales son más comunes que nunca. El número que se ha detectado hasta lo que va del año es 84% mayor que en el mismo período del año pasado. Más de la mitad de los incendios están en la Amazonia.
LA SELVA, UN OBSTÁCULO
Durante la temporada seca en esa región es común que los agricultores prendan fuego ilícitamente para despejar la tierra. El presidente populista de Brasil, Jair Bolsonaro, los ha apoyado debilitando los organismos que hacen valer las normas del medio ambiente. Él defiende la idea de que proteger la selva obstaculiza el desarrollo económico. Cuando le preguntaron sobre los incendios, respondió absurdamente acusando a los organismos ambientalistas sin fines de lucro de provocar los incendios ellos mismos para hacer quedar mal a su gobierno y vengarse de que les hubiera recortado el financiamiento.
LLEGÓ LA DEFORESTACIÓN
Bolsonaro sostiene que está enfrentando una “guerra de información” acerca de la Amazonia; afirma que quiere que los gobiernos extranjeros y las organizaciones sin fines de lucro dejen de inmiscuirse en Brasil. Luego de que, en julio, el INPE publicara datos que muestran una deforestación cada vez mayor, el presidente afirmó que los datos eran falsos. Posteriormente, despidió al director de ese organismo, Ricardo Magnus Osorio Galvão, un físico muy respetado.
Tal beligerancia indigna a los científicos y a los ambientalistas. “Despedir al director es un acto de venganza contra quienes exponen la verdad”, señala Marcio Astrini de Greenpeace, un grupo de presión. Sin embargo, la destrucción de la selva tropical tiende a estar apartada de la vista y de la mente de muchos brasileños, la mayoría de los cuales vive en grandes ciudades cerca de la costa. La oscuridad trajo la deforestación a las puertas de su casa. “No disponemos de mucho tiempo”, escribió un columnista en el diario Folha de San Pablo. “La noche caerá sobre todos nosotros”.