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A un año del nuevo régimen de México, el 1 de julio, el presidente Andrés Manuel López Obrador celebró el aniversario de su aplastante victoria en las elecciones dirigiéndose a miles de partidarios desde un podio frente a la catedral en el Zócalo, una gran plaza de la Ciudad de México.

El propósito no se limita a “un simple cambio de gobierno”, les dijo, “sino que tiene como objetivo superar para siempre el régimen corrupto y despiadado que prevalecía”. Su meta es erradicar la corrupción, el nepotismo y el “neoliberalismo” y crear una sociedad más igualitaria. No ha decepcionado a sus partidarios. Pero a muchos de sus detractores les preocupa el camino por el que está llevando al país.

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ÍNDICE DE APROBACIÓN

Su victoria, en el tercer intento, fue consecuencia de las fallas de sus predecesores. La economía ha tenido más éxito en producir monopolios multimillonarios que prosperidad general, mientras que han aumentado los crímenes con violencia. Durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018), la corrupción llegó a ser flagrante.

AMLO, como se le conoce mejor al presidente, debe su popularidad –una encuesta de hace dos semanas atrás estableció su índice de aprobación en 66 por ciento– a su dominio del simbolismo político. Ha hecho de la austeridad personal su sello distintivo: se negó a vivir en la residencia oficial, eliminó la guardia presidencial, toma vuelos comerciales y redujo su salario.

Para su gobierno maneja el mismo criterio. “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, afirmó en el Zócalo. Todo esto ha ayudado a convencer a muchos mexicanos comunes y corrientes de que se preocupa más por sus intereses que por los de él mismo.

REORIENTACIÓN DEL GASTO

Desde que tomó posesión formalmente en diciembre, AMLO ha imprimido su sello con rapidez en la política. Semanas atrás, una Guardia Nacional de reciente creación formada por 70.000 integrantes, principalmente ex conscriptos, comenzó a desplegarse en 150 de las localidades más violentas del país.

Esta es una innovación práctica, pero no una estrategia de seguridad integral, y a algunas personas les preocupa el carácter militar de la Guardia. Ha acabado con proyectos que identifica con los peces gordos. Canceló un nuevo aeropuerto a medio construir en la Ciudad de México, afirmando que estaba empañado por la corrupción. Su gobierno está buscando renegociar contratos para gasoductos fundamentales que se le otorgaron anteriormente a empresas de energía privadas.

El punto central de la estrategia de AMLO es someter al Estado a su proyecto político, reorientando el gasto público. Ha abatido los gastos operativos del gobierno mientras al mismo tiempo aumenta el gasto social, en especial en pensiones no contributivas. Ha cancelado Prospera, un exitoso programa de transferencia de dinero condicionada, y eliminó los subsidios federales a las guarderías. En su lugar, ha creado muchos programas nuevos de transferencia de dinero, incluyendo becas para las madres, los jóvenes y los discapacitados.

CLIENTELISMO POPULISTA

Afirma que entregar el dinero directamente, y no a los operadores como las guarderías, elimina la corrupción (resulta que esto también es un planteamiento “neoliberal”). Para sus detractores se trata de un clientelismo populista: los nuevos programas se identifican con el presidente mismo. La lista de beneficiarios ha sido elaborada por 17.500 “servidores de la nación” de Morena, el movimiento político de AMLO. Le rinden cuentas a Gabriel García Hernández, el misterioso hombre de confianza de AMLO, quien, según dicen, es devoto de Ernesto Laclau, un teórico argentino del populismo.

Los detractores consideran que esto es parte de un debilitamiento más amplio de las instituciones mexicanas. Hay menos servidores competentes civiles, hay menos transparencia, menos información pública y el presidente desprecia la información oficial, afirma María Amparo Casar del Centro de Investigación y Docencia Económica.

ELECCIONES INTERMEDIAS

El populismo de AMLO enfrenta limitaciones. La más importante es la dependencia que tiene la economía mexicana del tratado comercial con Estados Unidos. Eso se evidenció cuando el presidente Donald Trump amenazó con imponer aranceles a las exportaciones mexicanas a menos que el gobierno combatiera la migración de centroamericanos, a lo que este accedió con rapidez.

La segunda es que AMLO ha prometido estabilidad macroeconómica y mantener el valor del peso. Hasta ahora lo ha cumplido a costa del crecimiento económico, el cual probablemente no exceda el uno por ciento este año. Eso es en parte debido a que las empresas, desconfiadas de las intenciones de AMLO, no están invirtiendo. La tercera es que no tiene la mayoría de las dos terceras partes en el Senado que se requieren para cambiar la Constitución. Además, Morena es un movimiento amplio y laxo más que un partido disciplinado.

La mirada de AMLO está puesta en las elecciones intermedias del 2021. Si aumenta su mayoría parlamentaria, quizás se desvanezcan algunas de esas limitaciones. Sin embargo, algunos funcionarios del gobierno saben que demasiado anticapitalismo populista corre el riesgo de perder el apoyo de la clase media que ganó hace un año. Dice uno: “Es un activista a quien queremos convertir en estadista”. El futuro de México depende de esta batalla por el espíritu de AMLO.

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