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Caracas.

Las negociaciones con la oposición ofrecen esperanzas, pero muy reducidas. A casi seis meses desde que Juan Guaidó inició su batalla para derribar a la dictadura de izquierda venezolana, la tensión se está haciendo patente. El cabello negro azabache de este hombre de 35 años tiene matices grises. Sus ojos se ven fatigados. Ha dejado de lado su conciso lema “vamos bien”. Ahora sus desmoralizados partidarios lo pronuncian con sarcasmo.

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No obstante, la necesidad de terminar con el gobierno de Nicolás Maduro sigue siendo tan fuerte como siempre. Su mala administración, más las sanciones que impuso Estados Unidos en enero a la industria petrolera de Venezuela provocarán que la economía se contraiga en más del 25% este año. Expresada en dólares, la caída de la producción desde que Maduro llegó a la presidencia en el 2013 será de aproximadamente el 70%. Francisco Rodríguez, un economista de Nueva York que ha asesorado a la oposición moderada, alerta sobre una hambruna.

El 5 de julio, la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos publicó pruebas de que las fuerzas de seguridad leales al gobierno, como las FAES, habían asesinado al menos a 6.800 personas de enero de 2018 a mayo de 2019. Documentó casos de tortura, que incluían el uso de choques eléctricos y simulacros de ahogamiento.

El informe, escrito por Michelle Bachelet, ex presidenta de izquierda de Chile que alguna vez había apoyado al gobierno de Venezuela, describió la atención médica como “desastrosa” y señaló “violaciones al derecho” a la alimentación y a otras necesidades. El régimen dijo que el informe estaba “sesgado”. Días antes de que se publicara, Rafael Acosta, capitán de la reserva de la Marina acusado de conspirar para derrocar a Maduro, se presentó ante los tribunales de Caracas golpeado y sin poderle decir nada a su abogado excepto “ayúdeme”. Falleció horas más tarde.

REVÉS TRAS REVÉS

Guaidó, dirigente de la legislatura manejada por la oposición, tenía la esperanza de encabezar una revolución de terciopelo. Asumió la presidencia interina de Venezuela el 23 de enero, con el argumento de que Maduro había manipulado su reelección el año pasado. Estados Unidos, todas las grandes democracias de Latinoamérica y la mayor parte de los miembros de la Unión Europea reconocieron a Guaidó como presidente en funciones. Él y sus partidarios esperaban que las sanciones estadounidenses al petróleo acabaran con el régimen socavado y que el Ejército cambiara de bando, obligando a sus dirigentes a exiliarse, donde se consolarían al llevarse una parte del dinero que se habían robado. Luego vendría el retorno de la democracia.

Ese plan ha sufrido un revés tras otro. En febrero, Guaidó prometió llevar cientos de toneladas de ayuda humanitaria, misma que se había acumulado en las fronteras de Venezuela, “a como dé lugar”. Casi nada logró pasar la frontera. El mes pasado, la ayuda se distribuyó entre los migrantes venezolanos en Colombia. El 30 de abril, el presidente interino se presentó al amanecer en una carretera de Caracas flanqueado por algunas decenas de rebeldes de la Guardia Nacional y el prisionero más famoso de Venezuela, Leopoldo López, quien había huido de su arresto domiciliario esa mañana. Guaidó declaró que la “fase final” del régimen estaba cerca. Sin embargo, no hubo ningún levantamiento del Ejército. “Sinceramente creo que Maduro ha ganado esta vez”, comenta Yamila Pérez, una arquitecta que este año participó en las manifestaciones en contra del gobierno.

DESPLOME DE PRODUCCIÓN

Pese a que Maduro afirma que “duerme como bebé” (actualmente en los cuarteles del Fuerte Tiuna en Caracas), tiene motivos para sufrir de insomnio. El levantamiento de abril reveló fracturas en su gobierno. Cristopher Figuera, el director del servicio de inteligencia que desertó, ha dicho en entrevistas recientes que el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y el presidente de la Suprema Corte, Maikel Moreno, habían conspirado para derrocar a Maduro, pero tuvieron miedo. Ambos se burlan de esa afirmación. El 7 de julio, Maduro señaló que el general Padrino López permanecería en su puesto, tal vez con la intención de mantener cerca a sus enemigos.

La empresa petrolera estatal PDVSA, la principal fuente de divisas, está intentando mandar a Asia las exportaciones para Estados Unidos. La corrupción, la mala administración de los ejecutivos elegidos por su lealtad al régimen y, ahora, las sanciones han provocado que se desplome la producción. A pesar de que Venezuela tiene las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo, gran parte del país está padeciendo una escasez de gasolina.

Las remesas han remplazado parte del dinero perdido por el petróleo. Unos cuatro millones de personas, el 12% de la población, han salido de Venezuela desde que se agudizó la crisis económica en el 2014. Las remesas netas han aumentado de 200 millones de dólares en el 2016 a 2.000 millones de dólares en el 2018.

Otra fuente de dinero es el oro, la mayor parte de él extraído por buscadores de petróleo a los que poco les importa el daño que causan al medioambiente. Estas actividades complementarias no proporcionan suficiente dinero para mantener las importaciones. En el 2018, las importaciones no petroleras fueron aproximadamente un 90% menores que en 2012.

HIPERINFLACIÓN

“Ahora el interés absoluto del régimen es la supervivencia”, afirma un diplomático que reside en Caracas. “Han desechado el manual de normas”. Maduro discretamente ha abandonado elementos del socialismo introducidos por su predecesor, Hugo Chávez. En enero, el gobierno puso a flotar casi libremente al bolívar por primera vez desde el 2003, cerrando la enorme brecha entre los tipos de cambio oficiales (había dos) y el tipo de cambio del mercado negro.

Eso dio fin a la bonanza de las personas leales al régimen que tenían acceso a dólares a la tasa sobrevaluada. El Estado y las empresas que posee no han cumplido con el pago de más de 11.000 millones de dólares del capital y de los intereses vencidos de los bonos. Maduro sigue culpando de muchos de los infortunios de Venezuela al “dólar criminal”, pero recientemente, el dólar se está aceptando casi en todas partes, desde los mercadillos de Maracaibo hasta los hoteles estatales de cinco estrellas de Caracas.

La inflación se ha desplomado, pero sigue siendo de un estratosférico 445.482%. Esto sucede, en parte, debido a que la hiperinflación siempre “pierde su impulso”, señala Rodríguez. El Banco Central también mitigó la inflación al obligar a los bancos a que aumentaran sus reservas. Sin embargo, hasta ahora, estas medidas destinadas a políticas económicas más sensatas no han servido de mucho para aliviar el sufrimiento de la mayor parte de la población.

La principal esperanza para lograr una transición política, que es muy reducida, radica en las conversaciones entre el gobierno y la oposición, las cuales se reanudaron en Barbados. Es difícil imaginar una solución para el sufrimiento de Venezuela que no esté relacionada con la salida de Maduro y un plan para celebrar elecciones bajo la vigilancia internacional. Si eso llegara a suceder, el presidente tendrá que dormir menos y preocuparse más.

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