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Nairobi, Kenia.

Demasiados proyectos anteriores han resultado ser costosos fracasos y en esa línea, en mayo, Uhuru Kenyatta, presidente de Kenia, se perdió de vista durante diez días. Los kenianos fingieron inquietud en Twitter, con la etiqueta #FindPresidentUhuru. Un cartel para encontrar personas desaparecidas solicitaba información sobre el paradero de un hombre africano de 1,72 de estatura visto por última vez en Pekín. Una vocera del gobierno quiso tranquilizar a la población: Kenyatta había estado en su oficina “meditando”. Sin embargo, otras personas especulan que el presidente estaba deprimido después de que en su viaje a China no pudo concretar un nuevo préstamo para la siguiente fase del ambicioso ferrocarril keniano con un costo de 10.000 millones de dólares.

Se podría perdonar a Kenyatta por sentirse irritado. Algunas veces, las concesiones de Pekín para África han parecido ilimitadas. En septiembre, China prometió otros 60.000 millones de dólares en ayuda y préstamos para ese continente. Xi Jinping, su presidente, prometió que el dinero no implicaría “compromisos políticos”. John Magufuli, el presidente dictador de Tanzania, estaba encantado. Occidente, se quejó, ponía “condiciones extrañas” para sus préstamos, como insistir en que Tanzania no encarcelara a los homosexuales. “China es un amigo de verdad”, señaló con entusiasmo. Su ayuda es ”gratuita”.

Ser amigable con China le ha funcionado bien a Tanzania. Según cálculos de la Iniciativa de Investigación de África y China de la Universidad Johns Hopkins, ese país ha recibido más de 2.000 millones de dólares en préstamos desde el 2010. En el 2013, China aceptó financiar y construir un puerto de 10.000 millones de dólares en Bagamoyo, que alguna vez fue un gran centro de distribución del comercio de esclavos y de marfil, pero que ahora es una tranquila aldea pesquera.

ACTIVOS ESTRATÉGICOS

A Kenia le ha ido todavía mejor. Fue de los primeros integrantes africanos de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, un proyecto de infraestructura global de China. Recabó por lo menos 9.800 millones de dólares entre el 2006 y el 2017, convirtiéndose en el tercer receptor más grande de África de préstamos chinos.

Kenyatta debió de haber calculado que su proyecto de ferrocarril, en el cual ha invertido gran parte de su capital político, tenía pendiente otra tajada del dinero de Xi. No solo ha sido uno de los proyectos de mayor notoriedad de China en África, sino que Pekín ya ha desembolsado 4.700 millones de dólares para financiar sus dos primeras secciones. Ya está en funcionamiento un tramo de casi 500 kilómetros entre el puerto de Mombasa y Nairobi, la capital. El segundo casi está terminado. Kenia había pensado que China costearía los 3.500 millones de dólares necesarios para la penúltima sección, a Kisumu en el lago Victoria. Si el objetivo fundamental de China era una red ferroviaria que conectara los estados del interior ricos en recursos con los puertos del océano Índico, ¿por qué dejar de financiar el proyecto a la mitad?

Algunos africanos sospechan que China les presta a los países más de lo que pueden pagar deliberadamente con el fin de hacerse de activos estratégicos cuando estos incumplen. Toman como referencia el puerto financiado por China en Hambantota, Sri Lanka. Tras el fracaso comercial del proyecto, una empresa estatal china asumió el control. Hambantota sería un lugar útil para dejar los barcos navales de China que quieren patrullar el océano Índico. “Tal vez la situación en la que se metió Sri Lanka no sea poco común”, señala Mutula Kilonzo, un prominente senador keniano. “También les va a ocurrir a los países africanos. Las condiciones de muchos préstamos son… una trampa de deuda”.

EL ÍNDICO, UN “LAGO” CHINO

Deborah Brautigam de Johns Hopkins sostiene que Hambantota es una excepción. Analizó más de 3.000 proyectos en el extranjero financiados por China, y descubrió que era el único ejemplo de que un activo fuera tomado para pagar una deuda.

No obstante, los dirigentes africanos están asustados. El diálogo con los chinos se está volviendo más tenso. El 7 de junio, Magufuli suspendió indefinidamente la construcción en Bagamoyo, como freno a las exigencias del socio chino del proyecto de obtener un arrendamiento por 99 años y de prohibir desarrollos portuarios en otros lugares de Tanzania. Pasando sin dificultad de partidario a detractor, acusó a la empresa de establecer “condiciones difíciles que solo aceptaría una persona fuera de sus cabales”. El año pasado, Sierra Leona descartó un proyecto financiado por chinos para construir un nuevo aeropuerto internacional por temor de que esto implicara una deuda excesiva.

La percepción de que se trata de una maniobra para convertir el océano Índico en un lago chino pone en peligro el capital político que China ha acumulado en África. Desde que Kenyatta llegó al poder en 2013, la deuda pública casi se ha triplicado. El año pasado, el Fondo Monetario Internacional aumentó de bajo a moderado el riesgo del país por un endeudamiento excesivo. Si Kenia incumple, se corre el riesgo de que se culpe a China por ello.

La indecisión de China también es un reflejo de los resultados irregulares de proyectos anteriores. Un ferrocarril entre Yibuti y Adís Abeba, terminado en 2017, le costó a la aseguradora estatal china Sinosure mil millones de dólares en pérdidas, afirmó su principal economista el año pasado. La corrupción y las malas administraciones elevan los costos. Algunas veces, los planes se perciben como optimismo inmoderado. Se esperaba que el puerto de Bagamoyo manejara más contenedores que Rotterdam, la terminal de carga más grande de Europa.

GRAN CORRUPCIÓN

Desde el principio, el ferrocarril keniano ha tenido detractores. La corrupción lo convirtió en una empresa absurdamente cara, con un costo del doble que el promedio internacional por kilómetro de vía. No se calculó bien la capacidad de carga del ferrocarril y resulta que solo tiene el 40% de la capacidad que se había previsto. Se pretendía que fuera más barato enviar mercancía por ahí que por carretera. Pese a que ha resultado lo contrario, el gobierno de Kenyatta ha obligado a que todos los contenedores que salgan del puerto se trasladen en el ferrocarril. Como resultado, los infortunados comerciantes en Mombasa tienen que pagar para que las mercancías que llegan por mar se envíen a Nairobi y se regresen. Parece que China se ha dado cuenta tardíamente que sería un error malgastar más dinero.

Así que, en vez de eso, está siendo cauto. Cuando Kenyatta y su delegación llegaron a Pekín en mayo, se enfrentaron con una experiencia desconocida, de acuerdo con un asesor del presidente. Les preguntaron a los kenianos no solo sobre sus montos, sino también sobre la corrupción. Le preguntaron a Kenyatta cómo costearía un censo y un referendo sobre un cambio en la Constitución. Los chinos querían saber, incluso, si tenía planes de volver a contender por la presidencia (tiene que retirarse en el 2022). “Era como estar hablando con el Banco Mundial”, se quejó otro de sus colaboradores.

Kenyatta no regresó de Pekín con las manos vacías. Aceptó exportar aguacates a China y obtuvo financiamiento para un centro de información y una carretera que conectará los suburbios de Nairobi con su aeropuerto. Esos meritorios y sencillos acuerdos deben celebrarse. Tal vez Xi no esté cerca de apoyar los derechos humanos, pero el cambio que ha hecho China para acercarse a las normas de préstamos de Occidente es un paso en la dirección correcta.

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