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Son malas noticias para todo el mundo.

A quienes critican la economía les gusta decir que las teorías abstractas no nos benefician en absoluto en la vida real. Un hecho muy evidente contradice esta postura: la independencia que han tenido los bancos centrales de todo el mundo en los últimos veinticinco años. En los años setenta, manipular las tasas de interés era una práctica normal entre los políticos para promover su popularidad. Por desgracia, esa práctica trajo como consecuencia una plaga de inflación. En respuesta, los países ricos y muchos otros más pobres decidieron hacer cambios y adoptaron un sistema conforme al cual los políticos debían fijar una meta amplia de precios estables, pero dejarles la tarea de alcanzarla a los bancos centrales con total independencia. En solo una generación, miles de millones de personas por todo el mundo se han acostumbrado a vivir con inflación baja y estable, y consideran normal que las tasas de interés sobre sus depósitos bancarios e hipotecas se encuentren bajo control.

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Este exitoso sistema se ve amenazado en este momento debido a la conjugación del populismo, el nacionalismo y varias fuerzas económicas que pretenden politizar de nuevo las decisiones sobre política monetaria. El presidente Donald Trump ha exigido que se reduzcan las tasas de interés, ha especulado acerca de la posibilidad de despedir al presidente de la Reserva Federal y ha dicho que nominará para la Junta de Gobernadores a Stephen Moore y Herman Cain, dos de sus compinches que no están capacitados en absoluto para ocupar el cargo.

CONSECUENCIAS ALARMANTES

Los partidarios del Brexit cuestionan la competencia y los motivos del Banco de Inglaterra, mientras que en Turquía el presidente Recep Tayyip Erdogan ha generado un ambiente de tensiones con el banco central. El gobierno de India remplazó al capaz director de su banco central con uno de sus títeres, quien se apresuró a recortar las tasas antes de las elecciones. También quedarán vacantes varios puestos de alto nivel en el Banco Central Europeo (BCE), incluida la presidencia, y algunos podrían disputarse en una batalla política más amplia con el propósito de determinar quién queda a cargo de las instituciones europeas. Existe una necesidad genuina de reflexionar acerca de los objetivos y herramientas de los bancos centrales. Sin embargo, se han puesto en marcha fuerzas peligrosas que podrían tener consecuencias alarmantes para la estabilidad económica.

La última vez que este problema de politización se agudizó fue en los años setenta. Después del derrumbe del sistema monetario de la posguerra creado en Bretton Woods, los bancos centrales no pudieron controlar la impetuosa inflación porque los políticos, quienes tomaban las decisiones, no quisieron pagar el costo a corto plazo de permitir un mayor desempleo. Dos décadas de precios fuera de control y crisis condujeron al surgimiento de una nueva ortodoxia que sostenía que los bancos centrales deberían gozar de autonomía operacional para intentar alcanzar un objetivo de inflación. En la eurozona, Japón y el Reino Unido, los bancos centrales se declararon independientes legalmente en la década de 1990. En Estados Unidos, la Casa Blanca se abstuvo incluso de hablar en público acerca de las políticas de la Reserva Federal. Este consenso sobrevivió el colapso de 2007-2008 y es una de las razones por las que la inflación global promedio ha sido de solo el cuatro por ciento anual desde hace dos décadas.

ATAQUE A LA RESERVA FEDERAL

El desmoronamiento de la independencia de los bancos centrales se debe a varias causas. Una de ellas es el populismo. Los líderes del estilo de Trump combinan el deseo del político de fijar tasas de interés bajas con una necesidad imperiosa e imprudente de socavar las instituciones. Otra es el alcance de las actividades de los bancos centrales, ampliadas tras la crisis financiera. Ahora, la mayoría de los bancos centrales tienen una gran cartera de bonos soberanos y al mismo tiempo se encargan de vigilar a la industria financiera. Por desgracia, el historial de los bancos centrales no es perfecto en absoluto. Debido a que su política monetaria quizá ha sido demasiado restrictiva (con todo y que sus políticas no han sido nada convencionales), la recuperación de la crisis ha sido lenta, lo que ha mermado la fe de los electores en los tecnócratas que, en teoría, deben ser leales al interés público. Por todo lo anterior, es muy fácil creer que actúan conforme a intereses políticos. Por otra parte, se han ido desvaneciendo los recuerdos de las crisis que llevaron a idear el sistema con bancos centrales independientes.

La presión se manifiesta de distintas maneras en cada región. Trump lanzó un ataque en contra de la Reserva Federal. Aunque no está claro que cuente con autoridad legal para despedir a Jerome Powell, el presidente que el mismo Trump designó, si es reelecto en 2020 podrá nominar a otro presidente para la Reserva Federal y dos gobernadores más. En Europa, una oleada de cambios en posiciones de alto nivel amenaza con reducir el calibre de la toma de decisiones en el BCE y con exacerbar los desacuerdos subyacentes.

FMI REVISA PRONÓSTICOS

Para fin de año concluirá el nombramiento de tres miembros del Comité Ejecutivo, integrado por seis en total, así como de ocho de los diecinueve gobernadores nacionales, que también tienen voto en el tema de las tasas. Entre todos ellos, el más notable es Mario Draghi, su presidente. Su salida en octubre ocurrirá casi al mismo tiempo que las elecciones y coincidirá con un cambio en la dirigencia de la Comisión Europea y el Consejo Europeo, algo que solo ha sucedido una vez en cuarenta años. Detrás del juego político de estos cambios, los países miembro libran una batalla por el control político. Los europeos del norte parecen tener sospechas acerca de la compra de bonos por parte del BCE, pues consideran que es una maniobra para subsidiar al sur de Europa. En vez de intentar ganar presentando el mejor argumento, buscan tener una ventaja colocando a su gente en los puestos más importantes. Esta estrategia solo generará más problemas.

Es posible que la inflación global se levante de nuevo de la tumba y, en tal caso, si los bancos centrales están debilitados, les resultará más difícil acabar con ella. Pero lo más probable es que ocurra una recesión económica. La economía mundial se ha desacelerado este año, e incluso el Fondo Monetario Internacional revisó a la baja sus pronósticos el 9 de abril. Quizá los bancos centrales tengan la necesidad de estimular sus economías.

Por eso es tan peligrosa la politización actual. Los tecnócratas enfrentan un reto difícil. Los países ricos casi no tienen ningún espacio de maniobra para recortar las tasas de interés porque están muy cerca del cero, lo cual significa que los bancos centrales se verán en la necesidad, de nuevo, de recurrir a estímulos no convencionales, como la compra de bonos. La Reserva Federal y otros bancos centrales quizá también deban cooperar a nivel global, como ocurrió tras la crisis. El BCE tendrá que convencer a los mercados de que hará todo lo posible para contener otro estallido de pánico financiero en la periferia de Europa. La presencia de funcionarios designados por estrategia política, que no cuentan con la formación adecuada o son europeos del norte con posturas endurecidas, podría dificultar estas tareas. El problema no se reduce a sus votos, sino que también podrían envenenar el debate público sobre las acciones que los bancos centrales deben tomar para lidiar con las recesiones.

EL REMEDIO DE LA CONVERSACIÓN

Está bien que los objetivos y herramientas de la política monetaria estén sujetos a escrutinio democrático y que los banqueros centrales deban rendir cuentas ante las legislaturas. La Reserva Federal revisa sus objetivos para poder estar preparada en caso de una recesión. Otros bancos centrales deberían seguir su ejemplo. En el largo plazo, esta medida garantiza su legitimidad y, por lo tanto, su independencia. No obstante, en el ambiente político que impera en la actualidad, sería ingenuo pensar que los políticos en realidad desean sostener un debate considerado. Por el contrario, mientras más se centre la atención en los bancos centrales, más difícil les resultará tomar las decisiones habituales sujetos a presiones externas, o estarán a merced de juntas llenas de ineptos. Justo este tipo de politización es lo que pretendían evitar los teóricos que propusieron la independencia de los bancos centrales. Basta echar una mirada a los acontecimientos de hace cuarenta años para darnos una idea de todo lo que podría salir mal.

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