La película capta la vida de las trabajadoras domésticas. En un principio llamó la atención porque, a pesar de ser una película producida para Netflix, su director radicado en Hollywood, Alfonso Cuarón, insistió en que se exhibiera en salas de cine. Sin embargo, “Roma” causó sensación en esta temporada decembrina porque es una magnífica película, la mejor salida de América Latina en varios años. Se trata de un viaje nostálgico a la infancia de Cuarón en Ciudad de México, cuya profundidad radica en que explora las arraigadas desigualdades de su país. Alrededor, se desenvuelve un drama que aumenta de intensidad hasta alcanzar dimensiones épicas. También es ideal para poner en contexto la “cuarta transformación” prometida por Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México.

Cuarón filmó la película, situada entre 1970 y 1971, en blanco y negro, una decisión que contribuye a realzar su sentido histórico. Este relato de la historia familiar transcurre en gran parte en una enorme casa modernista de la colonia Roma, un cómodo barrio de clase media que muestra ciertas señales de deterioro (aunque en épocas recientes se ha gentrificado de nuevo). “Roma” evoca una Ciudad de México desaparecida, con el silbido del afilador de cuchillos en su bicicleta y el glamur de sus enormes salas de cine.

El elemento que lleva la película a otro plano es que la protagonista es la “muchacha” de la familia, el nombre que los mexicanos le dan a una niñera y criada que vive en casa. Cleo es una joven mixteca (indígena de la región sur) originaria de un pueblo de Oaxaca. Este papel ha convertido en estrella a Yalitza Aparicio, educadora y actriz novata.

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Por todo lo anterior, el filme de Cuarón es una versión mexicana de “Los de arriba y los de abajo”, sin el sentimentalismo. La familia va a pasar el fin de año en la hacienda de unos amigos en el campo; cerca de la medianoche, Cleo es conducida presurosamente por las escaleras hasta un sótano donde la servidumbre tiene su festejo. En la casa de la Roma, usa dos escaleras externas de hierro forjado para subir, aunque no en la escala social. Una conduce a la diminuta recámara que Cleo comparte con su amiga, la cocinera (la única persona con la que habla en mixteco). La otra es para subir a la azotea, el techo plano donde las muchachas lavan la ropa.

Cleo queda embarazada y después la abandona el padre del bebé, un joven egoísta miembro de un grupo de choque llamado Fermín. Todo esto ocurre justo cuando a Sofía, la patrona, también la deja con sus cuatro hijos su infiel esposo, un doctor. “Estamos solas, siempre estamos solas”, le dice Sofía a Cleo. No obstante, Cleo es quien está más sola. Sofía por lo menos tiene amigas chismosas, pero su criada depende de sus patrones para que la ayuden.

Aunque con frecuencia las novelas y películas latinoamericanas no les prestan mucha atención a las muchachas que viven en casa de los patrones, hasta hace muy poco eran de lo más común en los hogares de clase media. Formaban parte de la familia, pero en condiciones distintas; siempre presentes, pero muchas veces ignoradas. A algunas muchachas, como Cleo, las trataban bien (Cuarón todavía tiene contacto con su niñera, en quien basó al personaje). Con todo, el día de trabajo de Cleo empieza antes de que la familia se levante y termina después de que se van a la cama. La película da a entender que no puede tener aspiraciones. En la larga secuencia inicial, aparece lavando el patio; en la fiesta de Año Nuevo, una mujer que ha bebido de más y está bailando choca con ella y tira su taza de pulque al piso de piedra; en una escena traumática, se le rompe la fuente en una mueblería.

“Roma” pone sutilmente de relieve la ambigüedad del papel de la muchacha justo en el momento de su evolución. Las jóvenes latinoamericanas ya no quieren vivir en la casa de sus patrones, en parte porque tienen mejores alternativas. Cada vez es más común que las chicas que hacen la limpieza se trasladen a su lugar de trabajo. En diciembre, la Suprema Corte de Justicia de México determinó que las trabajadoras domésticas deben contar con prestaciones laborales.

La película también capta la caótica modernización de México. El hecho de que ninguno de los padres pueda estacionar en el estrecho patio el auto familiar, un lanchón Ford Galaxy con un cofre tan ancho como un sombrero de mariachi, sin rasguñar los costados, parece una alegoría de un país cuyo sistema político ya no puede contener su economía en desarrollo y su estructura social en evolución.

El filme tiene un trasfondo de violencia. El sistema autoritario del Partido Revolucionario Institucional (PRI) está representado por el presidente Luis Echeverría, populista derrochador que asumió el cargo en 1970 y cuyo gobierno tuvo un lado oscuro. La película presenta un episodio conocido como la masacre de Corpus Christi, ocurrido en junio de 1971, cuando algunos paramilitares vinculados al régimen mataron a estudiantes desarmados que se manifestaban en las calles.

Cleo desempeña de manera triple el papel del subordinado, por su raza, clase y género. Más que cualquier presidente mexicano desde los años treinta, López Obrador representa a esta parte del pueblo, en su determinación de hacer a México más igualitario y ayudar a la zona indígena más pobre del sur. El problema es que también es un admirador de Echeverría y de la anterior encarnación del PRI, antes de que aceptara la democracia y el mercado. Así, además de evocar el pasado, la película de Cuarón nos dice algo acerca del presente.

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