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En “Margin Call” (2011), una película sobre el colapso financiero del 2008, un agente de bolsa parado en lo más alto de un edificio con vista a Wall Street dice: “¿Sabes? La sensación que experimenta la gente cuando está en un borde como este no es el temor a caer, sino a la posibilidad de saltar”.

El suicidio nos intriga. La posibilidad es espantosa, por un lado, pero a la vez, en los rincones más oscuros de nuestra mente, es atrayente. Es el tipo de muerte más dañina. El suicidio de un hijo es la peor pesadilla de cualquier padre, y el de un padre marca la vida de sus hijos para siempre. Es una manifestación no solo del sufrimiento personal, sino también de un fracaso colectivo: si la sociedad es demasiado dolorosa para vivir en ella, quizá todos somos culpables.

La tasa estadounidense de suicidio ha subido un dieciocho por ciento desde el 2000. Esto no solo es trágico, sino que también es políticamente relevante. El aumento es visible mayormente entre hombres blancos, de mediana edad y con bajos niveles educativos en áreas que han quedado rezagadas en épocas de bonanza y destruidas en tiempos de crisis. Sus muertes son síntoma de otros problemas cuyas soluciones muchos creen ver en el presidente Donald Trump. Esos problemas no deben ser ignorados.

NOTICIA OPTIMISTA

No obstante, más allá de la sombría tendencia estadounidense hay una noticia más optimista: a nivel global, el suicidio ha disminuido un 29 por ciento desde el 2000. Como resultado, se han salvado 2,8 millones de vidas en ese periodo, tres veces más de las que se han perdido en combate.

No hay una razón concreta detrás de este declive. Está sucediendo a ritmos distintos en grupos diversos en diferentes lugares. Sin embargo, el descenso es notorio particularmente en tres conjuntos de individuos.

Uno es el de las jóvenes chinas e indias. En la mayor parte del mundo, las personas mayores se quitan la vida con mayor frecuencia que las jóvenes, y sucede más a menudo entre hombres que entre mujeres. Sin embargo, en China e India, las mujeres jóvenes han sido inusualmente propensas al suicidio. Esa tendencia ha menguado cada vez más.

Otro grupo es el de los hombres rusos de mediana edad. Tras la caída de la Unión Soviética, el alcoholismo y el suicidio se incrementaron vertiginosamente entre ellos. Actualmente, ambos se han reducido.

Una tercera categoría es la de las personas ancianas de todo el mundo. En promedio, la tasa de suicidio entre la gente mayor sigue siendo más alta que la del resto de la población, pero se ha aminorado desde el 2000 con más velocidad que la de cualquier otro grupo poblacional.

DESCENSO EN LOS ÍNDICES DE POBREZA

¿Por qué ahora es menos probable que estas personas terminen con sus vidas? La urbanización y una mayor libertad han contribuido. Los relatos de quienes han intentado suicidarse, así como los de los parientes de quienes lo han logrado, sugieren que muchas jóvenes asiáticas fueron orilladas a la desesperación por esposos violentos y familias políticas prepotentes. A medida que las personas se mudan a las ciudades y se debilita la presión de la tradición, las mujeres tienen más libertad para elegir con quién casarse o vivir, lo cual hace que la vida sea más tolerable. Salir de los poblados también tiene otros beneficios: ya que la ganadería implica la matanza de animales, es más probable que la gente en zonas rurales tenga los medios para quitarse la vida al alcance (pistolas, plaguicidas).

La estabilidad social también es un factor. En la agitación posterior a la caída de la Unión Soviética, muchas personas de mediana edad vieron cómo se derrumbaron sus fuentes de ingresos y su condición social. El índice de suicidio entre los desempleados es casi dos y media veces mayor que entre la gente con trabajo. Se estima que el colapso financiero de 2007-2008 y las recesiones consecuentes provocaron unos 10.000 suicidios adicionales en Estados Unidos y Europa Occidental. Conforme se disipan las crisis y aumentan los porcentajes de empleo, los suicidios tienden a reducirse. Se calcula que el descenso en los índices de pobreza entre la gente mayor, que han disminuido con mayor rapidez que los de cualquier otro grupo a nivel global, ha contribuido a la reducción del número de suicidios entre personas de la tercera edad.

EL ALCOHOL

No obstante, este declive no es consecuencia únicamente de las grandes tendencias sociales. Las políticas también entran en juego. Cuando el presidente Mijaíl Gorbachov restringió la producción y distribución de licor en la Unión Soviética a mediados de la década de 1980, tanto el consumo de alcohol como el suicidio se redujeron drásticamente. Tras la caída de la Unión Soviética esas regulaciones se descartaron y tanto el consumo como el suicidio se dispararon de nuevo. Se estima que las restricciones que introdujo en el 2005 el presidente de Rusia, Vladimir Putin, han contribuido a la reciente disminución.

Los gobiernos también pueden ayudar al limitar las consecuencias de los periodos de turbulencia social y económica. Las políticas para un mercado laboral activo, las cuales apoyan la capacitación de los trabajadores desempleados y facilitan su reintegración al trabajo, pueden prevenir muchos suicidios. El gasto en los servicios de salud, especialmente los que benefician a los ciudadanos mayores y a los enfermos, puede generar un cambio positivo: el miedo al dolor crónico es una de las cosas que impulsa a la gente a querer buscar una salida. Puede que la extraordinaria reducción de suicidios entre los británicos de la tercera edad haya sucedido en parte debido a que el sistema de cuidados paliativos del Reino Unido es el mejor del mundo.

Los esfuerzos para limitar el acceso a los medios para quitarse la vida también pueden ser de ayuda. El suicidio es un acto inesperadamente impulsivo. Un estudio sobre jóvenes chinas que habían tratado de suicidarse reveló que tres quintas partes de ellas habían contemplado el suicidio durante dos horas o menos, y una de cada diez, durante menos de un minuto. De las 515 personas que sobrevivieron a un salto desde el puente Golden Gate en San Francisco entre 1937 y 1971, el 94 por ciento seguía con vida en 1978, lo cual sugiere que, si un suicidio se pospone, es probable que se prevenga por completo.

DIFICULTAR EL SUICIDIO

Hay mucho que los gobiernos pueden hacer para dificultar el suicidio. Los plaguicidas más tóxicos están implicados en una séptima parte de todos los suicidios. Cuando Corea del Sur prohibió el herbicida paraquat en el 2011, se redujeron los suicidios, pero no disminuyó la producción agrícola. Asimismo, se ha demostrado que exigir que los medicamentos potencialmente letales se vendan solo en cantidades pequeñas, tal como lo han hecho algunos países con la aspirina y el paracetamol, también puede ayudar.

Sin embargo, la medida más eficaz de todas es restringir el acceso a las armas. La mitad de los estadounidenses que se suicidan lo hacen por medio de un disparo, y la tasa general en Estados Unidos es casi el doble de la del Reino Unido, donde hay controles estrictos respecto a las armas. La diferencia en cuanto a posesión de armas contribuye en gran medida a la variación en las tasas de suicidio en cada estado.

Los medios también pueden poner de su parte. El suicidio puede ser contagioso, por extraño que parezca. Cuando la estrella de cine Robin Williams se suicidó en el 2014, su método y sus motivos se informaron en detalle. Los investigadores calcularon que en los cuatro meses posteriores hubo 1.800 suicidios más de los que se habían previsto, y muchos de ellos realizados con el mismo método. Los periodistas deberían informar sobre tales tragedias sin detalles tan específicos, y con más moderación.

Para unas cuantas personas –los enfermos terminales, con dolor intenso y resueltos a morir– el suicidio es quizá la opción menos terrible. En tales circunstancias, y con sólidas protecciones legales, los doctores deberían tener la capacidad de ayudarles. No obstante, muchas de las 800.000 personas que se quitan la vida cada año actúan de manera precipitada, y podrían salvarse más vidas con mejores servicios de salud, mejores políticas para el mercado laboral y restricciones más severas al alcohol, las armas, los plaguicidas y los medicamentos.

Estados Unidos, en particular, podría evitar mucho dolor al aprender del progreso en otros países.

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