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El “proyecto del siglo” puede ayudar a algunas economías, pero a un costo político.

Rechazando toda falsa modestia, el líder de China, Xi Jinping, llama a su idea el “proyecto del siglo”. Los aduladores medios de prensa de su país lo saludan como un regalo de “sabiduría china” para el desarrollo mundial. En cuanto al significado real de la torpe metáfora para describirlo, el debate sobre la Nueva Ruta de la Seda –NRS (Belt and Road Initiative– BRI, por sus siglas en inglés) se hace necesario.

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El término en sí es confuso. El “camino”, la “ruta”, se refiere principalmente a una ruta marítima; el “cinturón” está en tierra. Los países ansiosos por la financiación de China la acogen como una fuente de inversión en infraestructura entre China y Europa a través de Oriente Medio y África. Aquellos que temen a China lo ven como un proyecto siniestro para crear un nuevo orden mundial en el que China acabará emergiendo como el poder preeminente.

Los mapas chinos muestran el cinturón y la carretera como líneas que trazan las rutas de antiguos caminos de seda que atravesaron Eurasia y los mares entre China y África. Esa fue la presunción original, pero en estos días China habla sobre la NRS como si fuera un proyecto global. La retórica se ha expandido para incluir una “Ruta de la Seda del Pacífico”, una “Ruta de la Seda sobre el Hielo” que cruza el Océano Ártico y una “Ruta de la Seda Digital” a través del ciberespacio.

En la medida en que se trata de construir infraestructura, la idea es bienvenida. Se necesitan miles de millones de dólares en carreteras, ferrocarriles, puertos y centrales eléctricas en países de Asia, África y Europa. El dinero y la experiencia de China podrían ser de gran ayuda para la difusión de la riqueza y la prosperidad.

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