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BUENOS AIRES

En vista de la debilidad de la moneda y las tasas de interés exorbitantes, parece inevitable una recesión.

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En la esquina de una calle residencial de Buenos Aires, Van Koning Market vende cervezas importadas a la clase adinerada de la ciudad. Por desgracia, desde su inauguración en junio del 2017, los costos se han disparado. El peso se desplomó; en consecuencia, los precios al mayoreo se han elevado y la inflación ya es del 26 por ciento. El gobierno ahora otorga menos subsidios, por lo que una cuenta mensual de energía eléctrica que antes era de unos 700 pesos hoy en día puede alcanzar los 4.000 pesos (142 dólares). Puesto que ya de por sí ha perdido clientes, Sergio Discenza, el encargado del local, no se decide a subir los precios. “En un país normal, este negocio sería viable”, se lamentó. “Pero aquí todos se las ven difíciles”.

El año comenzó mal para Argentina, pues sufrió la peor sequía registrada en 50 años, lo que mermó la cosecha de maíz y soja, ambos importantes cultivos de exportación. En mayo, debido a la mayor solidez del dólar y a que el Tesoro estadounidense ofrecía rendimientos más altos, los inversionistas internacionales comenzaron a evitar los activos expuestos a muchos riesgos. La mayoría de las monedas de los mercados emergentes se vieron en dificultades, en especial Argentina. Con déficits gemelos, tanto fiscal como de cuenta corriente, el peso ha bajado más de un tercio de su valor en lo que va del año y en este momento es la moneda de peor desempeño del mundo. Parece inevitable una recesión... que sería la quinta en solo una década.

En mayo, el banco central elevó las tasas de interés al 40 por ciento para apuntalar al peso. Tras el fracaso de esa medida, el presidente argentino, Mauricio Macri, obtuvo una línea de crédito de 50.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional. El peso siguió en picada. El 14 de junio, el presidente del banco central presentó su renuncia después de admitir que había perdido la confianza de los inversionistas. En seguida se colocó en su lugar al ministro de Finanzas, Luis Caputo, quien se desempeñó como agente de valores en Wall Street. En lo que va de su gestión, Caputo ha enfrentado varios problemas: desde su designación, el peso se ha deslizado un 4 por ciento más y el Merval, el principal índice bursátil de Argentina, un 8 por ciento

Para frustración de Macri, las dificultades de Argentina se deben, en parte, a acciones implementadas con el propósito de fortalecer la economía. Cuando asumió el poder en diciembre del 2015, la inflación era del 25 por ciento. Decidió permitir la flotación cambiaria del peso, que pronto bajó un 29 por ciento. También dio libertad al banco central para aumentar las tasas de interés, lo que alentó a los inversionistas extranjeros a comprar bonos del gobierno y ayudó a la moneda, que aun así se mantuvo sobrevaluada. Por lo tanto, las importaciones todavía eran altas y las exportaciones no eran competitivas. El déficit de cuenta corriente aumentó a más del 5 por ciento del producto interno bruto. En ese período, el gobierno recaudó una gran cantidad de deuda denominada en divisas para cubrir el déficit fiscal. Así que cuando los inversionistas comenzaron a evitar los mercados emergentes, Argentina tenía una exposición muy elevada.

Gracias a la línea de crédito del FMI, la mayoría de los requisitos de financiamiento externo de Argentina están cubiertos hasta el 2020. Sin embargo, convino en aplicar medidas de austeridad, como recortar el déficit, que llegó al 3,9 por ciento en el 2017, al 1,3 por ciento del PIB para el siguiente ejercicio y a cero para el 2020. En teoría, para lograr esos ahorros se pospondrán proyectos de infraestructura, se recortarán subsidios y transferencias a las provincias y se reducirá la nómina federal. El problema es que Macri no tiene control sobre ninguna de las cámaras, por lo que existe nerviosismo entre los inversionistas de que las medidas de austeridad no cuenten con suficiente apoyo. Además, si perdiera las elecciones presidenciales en octubre del 2019, el convenio con el FMI podría venirse abajo.

MALESTAR SOCIAL Y HUELGA

La crisis de la moneda también ha generado malestar social. Los argentinos desde hace mucho tiempo han considerado la paridad del peso frente al dólar, moneda en la que muchos conservan sus ahorros y realizan operaciones inmobiliarias, como medida del desempeño económico de su nación. El 25 de junio, el país quedó paralizado debido a una huelga general convocada por la Confederación General del Trabajo, que agrupa a los principales sindicatos. Según la consultora Capital Economics, “de haber más huelgas, el presidente Macri podría verse forzado a hacer concesiones salariales, lo cual ralentizaría el proceso de reducción de la inflación y el déficit presupuestal”.

Es muy poco probable que se aligeren pronto las presiones sobre Macri. Para agravar la escalada de los precios como consecuencia de la debilidad del peso, los precios del petróleo también van al alza. A medida que se reduzca el poder adquisitivo de los salarios, el consumo bajará. Las tasas de interés deben mantenerse altas durante algún tiempo, y eso desalentará la inversión empresarial. La mayoría de los analistas esperan que Argentina entre en recesión para el tercer trimestre del año.

Si se logra una mejor cosecha, el país podría registrar crecimiento el próximo año, en opinión de Irina Moroni, de la consultora Fundación Capital de Buenos Aires. No obstante, si aumentan las tasas de interés de otras regiones, podrían afectar la recuperación a futuro: en Estados Unidos porque disuade a los inversionistas de invertir en los mercados emergentes, y en Brasil porque afecta el crecimiento, ya de por sí frágil, del mayor socio comercial de Argentina. En enero, el Banco Mundial pronosticó un crecimiento del 3 por ciento para la economía argentina en el 2019; en junio, recortó ese pronóstico al 1,8 por ciento.

Macri triunfó en las elecciones porque los argentinos, hartos de las políticas económicas populistas, respaldaban sus planes de reforma. Ahora, muchos tienen dudas. Una encuesta realizada hace poco entre los residentes de Buenos Aires reveló que casi la mitad declaró haberse sentido más conforme durante el gobierno de su predecesora populista, Cristina Fernández de Kirchner. “Tal vez podríamos haber vendido más cerveza con el gobierno anterior”, comentó Discenza, de pie en su tienda sin clientes. Hasta hace poco, los analistas políticos estaban seguros de que Macri sería reelecto para un segundo mandato. Ahora, su única esperanza es convencer a los argentinos de que sus copas todavía están medio llenas.

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