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Los costos internos y diplomáticos de provocar peleas comerciales.

“¿Cómo voy a competir?”, se pregunta Sohel Sareshwala. Su empresa californiana, Accu-Swiss, fabrica componentes personalizados para la fabricación de semiconductores y automóviles. Los aranceles impuestos por el presidente Donald Trump al acero y el aluminio, unos de sus insumos, han afectado sus márgenes de ganancias y ocasionado retrasos en sus pedidos. Mientras tanto, los competidores de Sareshwala instalados en el extranjero ahora tienen posibilidades de superarlo, pues no tienen esas preocupaciones.

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Sareshwala no es el único que experimenta frustración. El 1 de junio, Trump aplicó aranceles a los países que suministraron en el 2017 el 81 por ciento de las importaciones de acero en Estados Unidos, y el 96 por ciento de las de aluminio, argumentando que era necesario para proteger la seguridad nacional. A casi todos los restantes, se les imponen cuotas bajas. El único país que quedó exento fue Australia, quizá debido a que el presidente es amigo de Greg Norman, un golfista australiano que intercedió en favor de su gobierno. Los aranceles y cuotas autorizados por Trump han despertado múltiples reacciones de desaprobación entre los estadounidenses que compran metal, así como en los gobiernos de México, Canadá y la Unión Europea, y cualquier persona preocupada por la salud del sistema de comercio mundial basado en reglas.

Muchos empresarios además de Sareshwala se han topado con la realidad de que los insumos son más caros y escasos. Los aranceles, ya sea impuestos o anunciados, han desalentado a la competencia extranjera e impulsado al alza el precio del metal de fabricación estadounidense. El 5 de junio, el acero laminado en caliente costaba 329 dólares más por tonelada en Estados Unidos que en Europa Occidental, según datos del proveedor de precios de referencia S&P Global Platts. En el caso del aluminio, la brecha era de 290 dólares. Los aranceles operan como un impuesto, por lo que encarecen todo tipo de artículos, desde puentes, tuberías y automóviles hasta latas de cerveza. Las cuotas complican la planeación. Cuando se anunciaron las cuotas de Corea del Sur, ya se había llegado al límite de algunas categorías.

No es ninguna sorpresa que exista inquietud entre los consumidores de los productos afectados. En cambio, sí es sorprendente la resistencia que han mostrado aquellos a quienes los aranceles deberían beneficiar. Si bien el sindicato United Steelworkers en un principio respaldó los aranceles, los criticó después de que se dieron a conocer porque afectan a Canadá, y los trabajadores metalúrgicos de ese país son miembros del sindicato.

La asociación industrial Aluminum Association también expresó su opinión al respecto. Su presidenta, Heidi Brock, destacó que la decisión de Trump fue un “resultado desafortunado”. Brock esperaba que las medidas se diseñaran para contrarrestar la sobreproducción y los subsidios chinos. En vez de eso, ya que el 97 por ciento de los empleos que genera la industria estadounidense corresponden al procesamiento de aluminio y las cadenas de suministro involucran varias operaciones transfronterizas en Norteamérica, los aranceles resultaron un dolor de cabeza para sus miembros.

Lo peor está por venir. Los socios comerciales de Estados Unidos han prometido responder en represalia con aranceles que podrían afectar hasta a 43.000 millones de dólares de sus exportaciones. El rango de artículos varía desde motocicletas hasta productos porcinos. Estas represalias aumentan el temor de que Trump termine dañando la economía estadounidense en vez de ayudarla. Joseph Francois, Laura Baughman y Daniel Anthony, de la consultora Trade Partnership, calculan que las restricciones comerciales impuestas por Trump, combinadas con las medidas tomadas en represalia por otros países, provocarán que por cada empleo sumado en el sector del acero y el aluminio, se pierdan dieciséis en otras industrias.

También es probable que quede dañada la diplomacia comercial. En teoría, Trump todavía intenta renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México. El 5 de junio, su asesor económico, Larry Kudlow, insistió en que el presidente no planeaba retirarse del acuerdo. No obstante, las conversaciones se encuentran estancadas y los aranceles de Trump reducen el valor del tratado. El TLCAN incluye condiciones especiales que deben cumplir los miembros antes de atacarse entre sí con aranceles; cuando el presidente George W. Bush impuso aranceles a un amplio espectro de productos de acero en el 2002, en virtud del TLCAN, sus miembros quedaron exentos. Trump se esmera en demostrar que, mientras se encuentre al mando, esas condiciones no tendrán mucho peso.

Los aliados de Estados Unidos, ante tales ofensas, han demostrado una unidad inusual. En conjunto, su respuesta parece superar el máximo autorizado por la Organización Mundial del Comercio desde su creación, en 1995. Sin embargo, su naturaleza tiene mayor importancia que sus dimensiones. Por lo regular, los órganos de solución de diferencias de la OMC examinan el asunto sometido por las partes y dictan resoluciones antes de que los reclamantes tomen medidas en represalia. En este caso, aunque la Unión Europea y muchos países han presentado reclamaciones formales, no parece probable que esperen a recibir la bendición de la OMC en esta ocasión.

La controversia se ubica en un área legal confusa. El gobierno de Trump argumenta que actúa por motivos de seguridad nacional y que ningún juez de la OMC debería tener facultades para cuestionar la evaluación de un país con respecto a ese derecho. Canadá, China, la Unión Europea, India, Japón, México y Turquía, por su parte, afirman que el argumento de Trump basado en la seguridad nacional es falso. En realidad, Estados Unidos pretende “proteger” su industria. Sostienen que, según las normas de la OMC, esa acción da fundamento a su derecho de responder con represalias (Canadá y México pueden ejercer distintos derechos conforme al TLCAN). Todas estas reclamaciones se procesarán y escucharán.

Aunque Trump quizá no haga mucho caso de una resolución de la OMC que no reconozca su argumento sobre seguridad nacional… De cualquier forma, su gobierno está estrangulando al órgano de solución de diferencias de la OMC, pues ha bloqueado la designación de jueces nuevos. Prefiere el poder puro, sin reglas. Las represalias, aunque tuerzan las reglas, quizá le recuerden a Trump los peligros que involucra un sistema basado en el poder y una oposición unida (a pesar de que es una postura riesgosa para quienes creen que las reglas son esenciales). “¿Es el principio del fin del sistema de comercio internacional?”, se pregunta Luis de la Calle, un antiguo negociador comercial mexicano. “Me parece que es el principio de las acciones para defender el sistema de comercio internacional ”.

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