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Cuando Narendra Modi se convirtió en primer ministro de India en el 2014, se dividieron las opiniones en cuanto a si era un fanático hindú disfrazado de reformador económico, o al revés. Los últimos tres años parecen haber dado la respuesta.

Sí, Modi ha condescendido con el sentimiento religioso algunas veces, más notablemente al designar a un prelado hindú demagogo como ministro en jefe del estado más poblado de India, Uttar Pradesh. Sin embargo, también ha presidido una aceleración en el crecimiento económico, de 6,4% en el 2013 a 7,9% en el 2015, lo cual hizo de India la economía grande de más rápido crecimiento en el mundo. Ha impulsado reformas que habían estado estancadas durante años, entre ellas una revisión de la ley de bancarrotas y la adopción de un impuesto nacional sobre la ventas –el Impuesto a Bienes y Servicios, GST por su sigla en inglés– para reemplazar a una confusa variedad de gravámenes locales y nacionales. La inversión extranjera ha aumentado, aunque a partir de una base baja. India, insisten los ministros del Gabinete, finalmente se está convirtiendo en el tigre que Modi prometió.

Qué lástima, estas apariencias son engañosas. El GST, aunque bienvenido, es innecesariamente complicado y burocrático, lo que reduce en gran medida su eficiencia. La nueva ley de bancarrotas es un paso en la dirección correcta, pero se necesitará mucho más para revivir al sistema financiero, que está dominado por bancos de propiedad estatal abrumados por préstamos sin desempeño.

La respuesta del gobierno central a una veintena de problemas económicos apremiantes, desde la dificultad de comprar terrenos hasta la reforma de las rígidas leyes laborales, ha sido transferirlos a los estados.

Al menos uno de los grandes problemas que ha enfrentado –la cancelación de la noche a la mañana de la mayoría de los billetes de India en un esfuerzo por frenar la economía negra– fue contraproducente, paralizando a las empresas legítimas sin hacer mucho daño a los negocios ilícitos.

No sorprende que la economía esté empezando a frenarse. En los primeros tres meses del 2017, creció a una tasa anualizada de 6,1%, más lentamente que cuando Modi asumió el poder.

El primer ministro de India, en suma, no es el reformador radical que se dice que es. Es más activo que su predecesor, el majestuoso presidente Manmohan Singh, lanzando iniciativas deslumbrantes acerca de todo, desde la manufactura hasta la construcción de baños. Sin embargo, no ha propuesto muchas grandes ideas propias: el GST y las reformas de la ley de bancarrotas se remontan a mucho tiempo antes que él.

Su reputación como amigo de las empresas radica en sus esfuerzos vigorosos par ayudar a las compañías a salir de apuros; encontrar terrenos para una fábrica en particular, digamos, o acelerar la construcción de una estación eléctrica.

No es tan bueno, sin embargo, en trabajar sistemáticamente para solucionar los problemas latentes que frenan a la economía.

Las estaciones eléctricas y los terrenos para el desarrollo no son todo lo que India necesita para desarrollarse. Necesita mercados funcionales para la electricidad y los bienes raíces; y capital y mano de obra, dicho sea de paso.

Los créditos a las industrias se están contrayendo, por primera vez en 20 años. Modi debería recapitalizar a los bancos de propiedad estatal y venderlos, para hacer que los préstamos fluyan de nuevo.

Debería estar trabajando en simplificar la ley laboral excesivamente estricta, la cual perversamente perjudica a los trabajadores al disuadir a las empresas de contratarlos formalmente.

Las compras de bienes raíces son una atolladero intimidatorio, y el gobierno, como mínimo, debería tratar de mejorar la calidad de los registros para reducir el alcance de las disputas.

Probablemente, las condiciones políticas son lo más propicias para la reforma de lo que se pudiera esperar. El gobierno de Modi es el más firme en décadas. Tiene una gran mayoría en la cámara baja del Parlamento y está acercándose al control de la cámara alta también. Rige en la mayoría de los estados grandes. La oposición está nulificada.

También hay vientos económicos favorables. India es un gran importador de petróleo, y los recientes precios bajos han estado impulsando el crecimiento en quizá dos puntos porcentuales al año. El envejecimiento ha pesado hace tiempo en las economías occidentales y está empezando a debilitar a la de China, pero India, en comparación, sigue siendo joven.

Más de una cuarta parte de las personas que se unan a la fuerza laboral del mundo de aquí al 2025 serán indias. También hay un enorme espacio para el crecimiento para ponerse a la par del mundo: India es la más pobre de las 20 economías más grandes del mundo. Es de esperarse que supere las tasas de crecimiento de otros países durante años.

Modi, en resumen, está desperdiciando una oportunidad de oro. Algunos de sus defensores afirman que está esperando hasta ganar una mayoría en la cámara alta antes de emprender reformas más grandes. De ser así, no ha dado ningún indicio de lo que está planeando. De hecho, ni siquiera ha puesto en claro cuál reforma económica es su prioridad.

Como primer ministro, Modi ha sido tan cuidadoso en cortejar a los hindúes militantes como a los empresarios de élite. Su gobierno recientemente causó estragos en el floreciente negocio de la exportación de carne de res con onerosas nuevas reglas para las compras de ganado, en deferencia a la reverencia de los hindúes a las vacas.

Yogi Adityanath, el hombre que seleccionó para dirigir Uttar Pradesh, está bajo investigación por incitar al odio religioso y a amotinamientos, entre otros delitos.

El temor es que, si la economía se tambalea, Modi trate de mantener su popularidad agitando las tensiones comunales. Después de todo, así fue como su Partido Bharatiya Janata se impulsó al gobierno en los años 90.

El propio Modi era ministro en jefe de Gujarat en el 2002, cuando los disturbios ahí causaron la muerte de al menos mil personas, la mayoría de ellas musulmanas. Hasta este día, nunca ha condenado categóricamente la matanza ni se ha disculpado por no evitarla.

Bajo el gobierno de Modi, el debate sobre la política pública, y especialmente sobre las relaciones comunales, se ha atrofiado. Matones nacionalistas hindúes intimidan a quienes critican al gobierno por desviarse de la tradición laica de India, o quienes abogan por un enfoque menos represivo ante las protestas en Cachemira, el único estado de India con mayoría musulmana.

Una de las pocas empresas de medios que se atreven a criticar al gobierno ha sido registrada por la policía con base en fundamentos que normalmente no provocarían esa dureza.

El propio Modi se ha convertido en el objeto de un culto a la personalidad adulatorio. El primer ministro quizá busque todo esto como una forma de seguir ganando elecciones, pero no es difícil imaginar que termine desastrosamente mal.

Los admiradores de Modi lo pintan como el hombre que finalmente desencadenó el potencial de India. En realidad, quizá termine en la historia por manejar torpemente la mejor oportunidad de India de un desarrollo rápido y sostenido; y crecen las preocupaciones de un resultado aún más oscuro.

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