De The Economist

Incluso una quiebra bancaria puede presentarse como un triunfo.

Esta semana, el Banco Popular, un gran prestamista español, experimentó un retiro de fondos de pánico. Se dijo que los depositantes estaban retirando 2.200 millones de dólares al día. El banco perdió la mitad de su valor accionario en cuatro días, conforme se acercaba una fecha límite autoimpuesta para encontrar a un salvador. El 6 de junio, el Consejo de Resolución Única, una agencia independiente del Banco Central Europeo formada en el 2015 y encargada de reducir poco a poco a los bancos, declaró que el Banco Popular estaba "quebrando o probablemente quebrado".

A la mañana siguiente, Santander, el banco más grande de España, anunció su compra por la suma simbólica de un euro, con valor de 1.10 dólares. Va a recaudar 7.800 millones de dólares en capital para ayudar a absorber las pérdidas relacionadas con bienes raíces del Banco Popular.

El gobierno de España, la Comisión Europea y Santander celebraron el resultado como una respuesta europea modelo a una crisis bancaria. Los accionistas y tenedores de bonos junior en el Banco Popular han sido liquidados. Ministros españoles señalaron que los contribuyentes no tendrían que pagar un rescate del tipo organizado para Bankia, un gigantesco banco de ahorros cercano al colapso, cuando España necesitó un rescate bancario en el 2012.

La directora ejecutiva de Santander, Ana Botín, declaró que el acuerdo era bueno para España, para Europa, para los 4,4 millones de clientes del Banco Popular y para los accionistas de Santander: el liderazgo de mercado del banco en España y Portugal se fortalecerá.

Los que celebran tienen un punto a favor. En comparación con desastres bancarios anteriores, este ha sido manejado, en palabras de Botín, con "agilidad y rapidez". Asimismo, la desaparición del Banco Popular es también un recordatorio de los males bancarios residuales de Europa.

En España, estos se remontan al crédito incontrolado que financió una burbuja de construcción que estalló en el 2008. El Banco Popular, un banco cuyos ejecutivos históricamente tuvieron nexos cercanos con el movimiento del Opus Dei en la Iglesia católica, trató de sortear la crisis recurriendo a los accionistas, no al gobierno. En el 2016, completó su tercer incremento de capital desde el 2012.

La estrategia no funcionó. Los alrededor de 300.000 accionistas del Banco Popular ahora han visto reducirse el valor de su inversión a cero. También fue el caso para los inversionistas en unos 2.250 millones de dólares en bonos, incluyendo instrumentos "convertibles contingentes", introducidos después de la crisis, que se convierten en acciones cuando las cosas salen mal.

Es probable que los términos del acuerdo con Santander sean disputados en los tribunales. Algunos accionistas le llamaron una expropiación. Los inversionistas también preguntarán por qué los supervisores con supuestamente mayores poderes no intervinieron antes. El Banco Popular pasó varias pruebas de estrés bancario europeas, y sus sucesivos incrementos de capital fueron considerados suficientes por los reguladores. Apenas en abril, el ministro de economía de España, Luis de Guindos, dijo que el banco "no tenía problemas de liquidez".

Para entonces, el Banco Popular había registrado una pérdida récord de 3.900 millones de dólares para el 2016. Era más pequeño que Bankia y nunca representó un riesgo sistémico, lo cual ayudó al gobierno a rehuir un rescate. Sin embargo, los partido de oposición de España demandaron que De Guindos explique la desaparición del banco en el Parlamento.

"Lo que enoja a la gente", dijo Miguel Ángel Revilla, jefe del gobierno regional en Cantabria, es que se autorizaron sucesivos aumentos de capital y que varios directores del banco se fueron a casa "cargados de millones de euros" en paquetes de pensión y compensación.

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