La logística para distribuir en Estados Unidos la vacuna contra el COVID-19 de Pfizer/BioNTech está lista, aseguraron el martes los responsables que prevén repartir 6,4 millones de dosis en cuanto la Administración de Medicamentos (FDA) dé la autorización esperada en menos de tres semanas.
Y “40 millones antes de fin de año”, añadió el general Gus Perna, jefe de operaciones de “Warp Speed”, la iniciativa del gobierno de Donald Trump para apoyar el desarrollo y la distribución de las vacunas, en la que trabaja un destacamento de militares y expertos en logística del departamento de Defensa.
Esos 40 millones de dosis incluyen también las de la vacuna desarrollada por Moderna, cuya autorización se espera también para diciembre. “Podemos entregar en cualquier lugar de Estados Unidos”, aseguró el general. El primer reparto de Pfizer será de unas 6,4 millones de dosis, según Perna. La compañía farmacéutica ha creado contenedores especiales para conservar la temperatura a -70°C hasta 15 días, con hielo seco.
La vacuna de Pfizer podría ser autorizada por la FDA poco después del 10 de diciembre, cuando se reúne el comité consultivo de la agencia sobre las vacunas. “Pensamos ser capaces de distribuir la vacuna a las 64 jurisdicciones en las 24 horas que sigan a la autorización de la FDA”, afirmó el secretario de Salud, Alex Azar. Las 64 jurisdicciones son los 50 estados del país y otros territorios como Puerto Rico o el distrito de Columbia.
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El gobierno federal paga tanto por las dosis fabricadas por Pfizer como por Moderna. Será, sin embargo, cada jurisdicción la que decida dónde se entregarán las dosis: hospitales, gabinetes médicos, farmacias... Los estados enviarán su lista al gobierno federal, que coordinará el reparto en 24 horas, cada semana, a todos los lugares registrados.
El reparto de los 6,4 millones de primeras dosis se decidió proporcionalmente a la población, según Alex Azar. Las segundas dosis serán enviadas 21 días después por Pfizer, y 28 días después por Moderna. Pero, ¿quién tendrá prioridad? El gobierno federal hará recomendaciones: probablemente los residentes en centros para la tercera edad, el personal sanitario y de primeros auxilios o las personas con patologías que les hagan particularmente vulnerables al virus.
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Los meses siguientes experimentarán un alza de la producción, y el gobierno prevé tener las dosis suficientes para vacunar a todos los estadounidenses que lo deseen en el segundo trimestre. Los gobiernos de los estados serán quienes decidan la lista de las personas prioritarias en sus jurisdicciones, ya que las recomendaciones federales no serán obligatorias.
La vacunación en las residencias de mayores podrá comenzar en las 48 horas siguientes a la autorización del organismo regulador, a través de una de las redes de farmacias asociadas al gobierno, los CVS, especificó Alex Azar.
Fuente: AFP.
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Donald Trump soñaba con “otros cuatro años increíbles en la Casa Blanca”, pero deja la residencia presidencial frustrado, abandonado por gran parte del bando republicano y con la mancha de un segundo juicio político, días después de que un grupo de sus seguidores asaltara el Congreso.
El multimillonario neoyorquino, síntoma y multiplicador de las fracturas de Estados Unidos, deja un país herido, lleno de dudas y de ira. Un país cuya imagen en el extranjero sufrió un daño duradero, lejos, muy lejos de la “ciudad que brilla en lo alto de una colina”, según la célebre fórmula de Ronald Reagan, ícono del Partido Republicano.
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Con sus trangresiones, provocaciones y burlas, el mandatario de 74 años escribió un capítulo aparte de la historia de Estados Unidos. Durante cuatro años, los estadounidenses han presenciado, entusiastas, angustiados o asustados, el espectáculo sin precedentes de un presidente que llegó al poder con estruendo y que no se impuso ninguna restricción.
La derrota ante el demócrata Joe Biden fue especialmente dolorosa para un hombre que divide el mundo en “ganadores” y “perdedores” y que, al contrario de sus tres predecesores (Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton), será un presidente de un solo mandato.
Un mandato que expuso la vulnerabilidad, pero también la fuerza y la resistencia de la democracia estadounidense, especialmente después de que Trump se negara a reconocer su derrota en los comicios de noviembre. Las imágenes de sus seguidores irrumpiendo en el Congreso con banderas de Trump y confederadas, saqueando oficinas y dejando grafitis en los que pedían asesinar a periodistas, convulsionaron a la primera potencia mundial.
“Donald Trump es el hombre más peligroso que jamás ocupó la Oficina Oval”, dijo el congresista demócrata Joaquin Castro durante los debates sobre la apertura de un nuevo juicio político contra el presidente. El 45º presidente estadounidense puso a prueba los límites de las instituciones democráticas, llevando a algunos a temer la posibilidad de un verdadero golpe de Estado.
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La diplomática Fiona Hill, que estuvo durante un tiempo en su equipo de seguridad nacional, habló de intento de “autogolpe”, realizado “a cámara lenta” y “a plena luz” del día.
El Ejército, la justicia, los políticos locales y los medios actuaron como diques. “La buena noticia para Estados Unidos es que el autogolpe de Trump fracasó. La mala es que sus seguidores siguen creyendo en una gran mentira según la cual él ganó las elecciones”, resumió Hill.
Trump, que llegó al poder tras conectar con un sector de Estados Unidos que se sentía olvidado, siempre se negó, sin embargo, a asumir el rol de unificador. Incluso en el pico de la pandemia de COVID-19, que se ha cobrado casi 400.000 vidas en Estados Unidos, cuando el país buscaba una voz estable y tranquilizadora, rechazó obstinadamente cualquier muestra de empatía.
El presidente ironizó sobre el uso de la mascarilla, desdeñándolo como un signo de las posturas políticamente correctas que busca evitar. En su obstinación atacó sin pausa al doctor Anthony Fauci, el inmunólogo más respetado del país, que trabajó con otros cinco presidentes y que se mantuvo de forma tenaz como la voz de la ciencia.
Trump minimizó la amenaza sanitaria presentándose como un “superman”, incluso después de dar positivo y de haber estado hospitalizado, dejó pasar la oportunidad de mostrar compasión ante la pandemia.
Un mandato plagado de escándalos
Las instituciones, a menudo abusadas, han demostrado su solidez y una serie de indicadores -empezando por las cifras de empleo- fueron buenos durante mucho tiempo antes del impacto devastador del coronavirus.
Pero su mandato estuvo plagado de escándalos, contrastando fuertemente con el de su predecesor, Barack Obama. El septuagenario de la corbata roja dañó la función presidencial, atacó a jueces, legisladores y funcionarios y alimentó tensiones raciales.
Más allá de las fronteras, intimidó a los aliados de Estados Unidos, mostró una inquietante fascinación por los líderes autoritarios, desde Vladimir Putin hasta Kim Jong Un, y asestó un golpe brutal a la movilización contra el cambio climático.
“Me divierto”
Propenso a las exageraciones, rostro triunfante de un populismo desenfrenado, el hombre que, según el escritor Philip Roth, utiliza “un vocabulario de 77 palabras”, ha hecho perder el sentido de la mesura a sus admiradores y detractores. “El show es Trump, y hay actuaciones con entradas agotadas en todas partes. Me divierto haciéndolo y seguiré divirtiéndome”.
La frase, tomada de una entrevista que el magnate inmobiliario concedió a la revista Playboy en 1990, pudo haber sido pronunciada ayer. Y aplicarse a cada uno de sus días al frente de la máxima potencia mundial.
El multimillonario, que demostró ser un hábil orador en sus mítines, logró la hazaña de situarse como el portavoz de los “olvidados” y los “deplorables”, según una expresión despectiva usada por su rival demócrata en 2016, Hillary Clinton.
Demostrando un verdadero olfato político, Trump supo entender los miedos de una parte de los estadounidenses, en su mayoría blanca y mayor, que se sentía despreciada por las “élites” de la costa este y las estrellas de Hollywood, del oeste.
“Pinocho sin fondo”
Este gran consumidor de hamburguesas y Coca Cola Light, que se había hecho conocido en los hogares estadounidenses gracias al ‘reality show’ “El aprendiz”, aplicó sin descanso una regla simple: ocupar el espacio mediático a cualquier costo.
Desprecio por la ciencia, estimaciones, falsedades: sus declaraciones obligaron al equipo de verificadores de datos del diario The Washington Post a crear una nueva categoría: “El Pinocho sin fondo”, para afirmaciones falsas o engañosas repetidas más de 20 veces.
Desde el Ala Oeste de la Casa Blanca, donde se concentran las oficinas presidenciales, Trump cavó la brecha entre dos Estados Unidos: el rojo (republicano) y el azul (demócrata). Y lejos de apelar, como Abraham Lincoln en 1861 a “la parte de luz en cada uno de nosotros”, jugó incansablemente con los miedos.
Desde el anuncio de su candidatura en 2015, indignó a la opinión pública al presentar a los inmigrantes irregulares como “violadores” y “criminales”. Y durante la campaña de 2020 se presentó como el único garante del “orden público” ante la amenaza de la “izquierda radical” que, dijo, podría convertir a Estados Unidos en una “Venezuela a gran escala”.
En un país al que le gustan los momentos de unidad nacional, por muy efímeros que sean, Trump muy pocas veces quiso encontrar el tono para sanar heridas, incluso después de un desastre natural o un tiroteo sangriento.
Siempre un ávido espectador de Fox News, lanzó virulentos ataques contra los medios a los que calificó de “corruptos” y “deshonestos” para atizar las divisiones. Y en un hecho notable, el expropietario del certamen de Miss Universo es el único presidente en la historia cuyo índice de popularidad nunca superó la marca del 50% durante su mandato.
Empresa de demolición
Tanto sus oponentes como sus partidarios están de acuerdo en un punto: Donald Trump, de hecho, ha cumplido algunas de sus promesas de campaña. Tal como había anunciado, tiró por tierra una serie de tratados o pactos duramente negociados, entre los que destaca el Acuerdo de París, firmado por casi todos los países del planeta en un intento por limitar el temido calentamiento global.
Pero esta fidelidad a los compromisos de campaña se hizo desde la demolición. Con respecto a sus iniciativas, el balance es más magro. En el tema del programa nuclear iraní, por ejemplo, rompió el duro acuerdo negociado por su predecesor. También aumentó la presión sobre Teherán, eliminando incluso al poderoso general iraní Qasem Soleimani, pero nunca presentó una verdadera estrategia.
El gran plan de paz para Medio Oriente, encomendado a Jared Kushner, su yerno y asesor, nunca se concretó. Sin embargo, puede jactarse de patrocinar la normalización de las relaciones del Estado hebreo con tres países árabes: Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán.
La muerte, en octubre de 2019, del líder del grupo yihadista Estado Islámico (EI) Abu Bakr al Bagdadi durante una operación estadounidense en Siria quedará sin duda como un hito de su presidencia.
Su mayor audacia, por la que estuvo soñando en voz alta con el Premio Nobel de la Paz, no tuvo el resultado esperado. Hubo dos cumbres con el líder norcoreano, Kim Jong Un, hubo abrazos y complicidad durante una visita histórica a la zona desmilitarizada, hubo “química” y cartas “magníficas”, pero el esfuerzo fue en vano. Nada cambió en el tema central de la desnuclearización.
En la compleja y cambiante geopolítica del siglo XXI, Trump apuntó personalmente contra Justin Trudeau, Emmanuel Macron, Angela Merkel y Theresa May. La advertencia más mordaz no provino de sus oponentes políticos, sino de Jim Mattis, jefe del Pentágono. En su carta de renuncia, este general recordó al presidente de Estados Unidos una simple regla de la diplomacia: “Tratar a los aliados con respeto”.
“Nacionalismo tambaleante”
En un escenario político inédito que ningún conservador había pronosticado, Trump, con su capacidad de electrificar a su base electoral, se metió en el bolsillo al partido republicano, que inicialmente lo había subestimado o incluso ignorado.
A veces los legisladores del “Grand Old Party” (GOP, o Gran Partido Antiguo, el nombre del partido republicano) expresaron su desacuerdo, como con su actitud extraordinariamente conciliadora hacia Putin en Helsinki en 2018.
También por su reacción tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi por agentes saudíes, o sus comentarios sobre que había “buena gente” en ambos bandos durante los enfrentamientos entre antirracistas y neonazis en Charlottesville.
Pero, con el tiempo, cerraron filas en bloque. Para disgusto de algunas voces disidentes, como la del exsenador John McCain, quien, antes de su muerte en agosto de 2018, había advertido de la tentación del “nacionalismo tambaleante y falaz”.
Trump siempre operó bajo un principio simple: se está a favor o en contra de él, sin matices. El exjefe del FBI James Comey, brutalmente despedido por el mandatario, evocó en sus memorias a un presidente que somete a su entorno a un código de lealtad que le recordaba la actitud de los jefes mafiosos observada al inicio de su carrera como fiscal.
Stormy Daniels
Nacido en Queens, Nueva York, y educado en la escuela militar, Donald J. Trump se sumó a la empresa familiar después de estudiar negocios. Gracias a una exención médica que suscitó muchas preguntas, zafó de ir a la guerra de Vietnam.
Contrariamente a la leyenda, no es un “hombre hecho a sí mismo”. Después de la Segunda Guerra Mundial, su padre, Fred Trump, descendiente de un inmigrante alemán, ya había levantado un imperio en la ciudad de Nueva York construyendo edificios para la clase media en barrios populares.
Donald Trump tomó las riendas del negocio en la década de 1970 con un sólido impulso financiero de su padre, “un pequeño préstamo” de un millón de dólares, dijo durante la campaña de 2016. Si bien siempre ha promocionado sus éxitos comerciales, la Organización Trump, una empresa familiar no cotizada con sede en Trump Tower en la Quinta Avenida, ha tenido sus altibajos.
Y su compleja red de propiedades inmobiliarias y campos de golf en Estados Unidos y en el extranjero permanece envuelta en un denso misterio: Donald Trump es el único presidente de la era moderna que se ha negado a publicar sus declaraciones de impuestos.
Cuando el diario The New York Times reveló hace poco que Trump había pagado solo 750 dólares en impuestos federales sobre la renta en 2016 y que muchas de las empresas habían acumulado pérdidas, su imagen como empresario exitoso se vio empañada de nuevo.
Padre de cinco hijos de tres mujeres diferentes, diez veces abuelo, Trump nunca ha dejado de elogiar públicamente a Melania, la exmodelo eslovena convertida en la “magnífica primera dama”.
Pero las revelaciones sobre sus supuestas aventuras extramatrimoniales, particularmente con la estrella porno Stormy Daniels, y las acusaciones de agresión sexual dirigidas contra él, no encajan bien con su alabanza de los valores familiares repetidos palabra por palabra en cada encuentro con cristianos evangélicos.
Apoyándose en un estrecho círculo familiar, pero también siempre poniendo por delante su “instinto”, Trump, cuya caída fue anunciada mil veces, ha sobrevivido a todos los escándalos. En los negocios, en la campaña y en el arte de gobernar, Trump mostró sus dotes de juego, demostrando hasta el final que tiene una asombrosa resiliencia.
“Divisiones profundas”
A pesar de su mandato, siempre será, sin duda alguna, un expresidente aparte. Parece inimaginable que un día él y sus predecesores vivos participen en una “foto de familia” en uno de esos momentos de unidad nacional que Estados Unidos tanto ama.
Trump comienza su exilio en Mar-a-Lago debilitado. En una soledad increíble. Pero no completamente sobre el terreno. Su capacidad para movilizar multitudes sigue siendo su principal activo y tienen la capacidad de paralizar parte, solo una parte, del Partido Republicano.
Para aquellos que creen que Biden, un viejo veterano de la política y figura tranquilizadora, cerró con su victoria el paréntesis de Trump de una vez por todas, Obama lanzó una advertencia. “Sé que una elección no solucionará el problema”, dijo. “Nuestras divisiones son profundas”.
Fuente: AFP.
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EEUU y Cuba inician un nuevo ajedrez en la era Biden
Tras cuatro años de duras sanciones del gobierno de Donald Trump, la relación entre Cuba y Estados Unidos está en el punto más bajo en décadas, y su sucesor, Joe Biden, deberá tomar la iniciativa para reconstruirla, estiman expertos.
La tarea no será fácil, luego de que Trump dictó más de 190 medidas que reforzaron el embargo vigente desde 1962 hasta límites previamente impensables, desmontando buena parte del acercamiento de Barack Obama con la isla, y haciendo sentir un mayor rigor cotidiano a los cubanos en medio de la pandemia del COVID-19.
Para sellar la asfixia, 10 días antes de dejar la Casa Blanca, Trump volvió a meter a Cuba en la lista negra de promotores del terrorismo, de donde Obama la había sacado, y después sancionó al ministro del Interior.
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La cascada de sanciones hasta el último minuto incluyó la prohibición de que los cruceros estadounidenses pudieran hacer escala en Cuba, la inclusión en la lista negra de varias empresas y dirigentes cubanos, y castigos a compañías extranjeras que operan en la isla. Durante su campaña, Biden prometió a Cuba revertir las restricciones de Trump a los viajes y al envío de dinero que los cubanos en el exterior mandan a sus familiares en la isla.
“Iniciativa calibrada”
Para Jorge Duany, director del Instituto de Investigaciones cubanas de la Universidad Internacional de la Florida, Biden podría “revertir la reciente decisión de restablecer a Cuba en la lista de estados patrocinadores del terrorismo y eliminar las restricciones a los vuelos y las remesas”.
Y a un mediano plazo podría nombrar un embajador “suponiendo que el Congreso, ahora controlado por los demócratas, lo aprobara”, dijo el académico a la AFP. El experto señaló que el esfuerzo para “normalizar” las relaciones requiere una “iniciativa calibrada de ambas partes”. En ese sentido, el “gobierno de Cuba podría avanzar en implantar reformas económicas que permitan mayor participación del sector privado” y “mayor diversidad de opiniones políticas”, según Duany.
La Habana espera que sea Biden quien inicie los acercamientos. Cauteloso, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ofreció su disposición al diálogo abierto, pero sin condiciones. “Estamos dispuestos a discutir sobre cualquier tema, lo que no estamos dispuestos a negociar y en lo que no cederemos ni un ápice es por la revolución, el socialismo y nuestra soberanía”, dijo el presidente el 17 de diciembre, en el sexto aniversario del inicio del deshielo entre Obama y el entonces presidente cubano, Raúl Castro.
Michael Shifter, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano, descarta una iniciativa de La Habana. “Me sorprendería si La Habana toma tal iniciativa, aunque quedara claro su disposición para relajar las tensiones entre ambos países”, dijo a la AFP. Shifter coincide con Duany en que las remesas y los viajes son el inicio, y que un apoyo económico significativo “dependerá en gran medida de la disposición del gobierno cubano de tomar pasos reales en función de reformas económicas y políticas”.
“Compromiso político positivo”
Al mismo tiempo que Díaz-Canel se pronunciaba en La Habana, dos centros de análisis y asesoría sobre política exterior, publicaron en Washington el informe “Estados Unidos y Cuba: una nueva política de compromiso”, en referencia a lo que se llamó “positive engagement” (compromiso positivo), instaurado por Obama y eliminado por Trump.
La Oficina en Washington para Asuntos América Latinoamericanos (WOLA) y el Centro para la Democracia en las Américas (CDA) sugirieron una hoja de ruta para el equipo de Biden, que tiene entre sus integrantes al cubano Alejandro Mayorkas como próximo secretario de Seguridad Interior. Cuba “está cambiando” -dice el informe- y “Estados Unidos puede tener una influencia positiva en la trayectoria del cambio, pero solo comprometiéndose, creando lazos”.
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Subraya que “continuar con las políticas del pasado o simplemente modificarlas en los márgenes, dejará a Estados Unidos fuera del juego, aislado de sus aliados, aislado de los cubanos comunes que no sean pequeños grupos disidentes y aislado de la creciente generación de líderes cubanos, quienes darán forma al futuro de la isla”.
Biden podría invitar a Díaz-Canel a la Cumbre de las Américas, que acogerá Estados Unidos a fines de 2021, dice el informe. Cuba participó por primera vez en 2015 en ese foro en su VII edición en Panamá, donde Obama y Raúl Castro sostuvieron un memorable encuentro. El 20 de enero, el tablero estará listo y los relojes detenidos: todos esperan que Biden inicie la primera jugada para empezar a borrar la era Trump. ¿Habrá el tradicional estrechón de manos?
Fuente: AFP.
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La economía de EEUU inicia el 2021 con poca inercia
Consumo debilitado, fábricas trabajando por debajo de su capacidad instalada: el último balance de salud de la economía de Estados Unidos muestra que la reactivación es débil, en un país que espera el multimillonario plan del presidente electo Joe Biden para superar la doble crisis sanitaria y económica.
Los regalos de Navidad y compras para las fiestas de fin de año no alcanzaron para dar respiro a la mayor economía mundial. Las ventas minoristas cayeron en diciembre, por tercer mes consecutivo, aunque están un 2,9% por encima de igual mes del 2019.
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La producción industrial, en tanto, registró en diciembre su alza más importante en cinco meses, según datos de la Reserva Federal. Pero este incremento se debe en gran parte a la llegada del invierno boreal que hace subir la demanda por calefacción.
“Mini boom”
Los casos de COVID-19, a niveles muy altos en Estados Unidos, paralizan buena parte de la actividad económica. “Las restricciones (...) son mucho menos severas que en Europa, pero asociadas a la elección individual de reducir las interacciones sociales para evitar infecciones, alcanzaron para destruir los sectores de hotelería y ocio”, resumieron los analistas de Pantheon Macroeconomics en una nota.
“El descenso de ventas minoristas muestra nuevamente que la flexibilidad (de gasto) del gobierno era y debe continuar siendo el principal sostén de la economía”, dijo el economista Joel Naroff. Las ayudas del gobierno federal tardaron en renovarse, hasta fines de diciembre cuando fue aprobado en el Congreso un nuevo paquete de ayuda económica por 900.000 millones de dólares, que se suma a los 2,7 billones entregados durante el año. La ayuda finalmente aprobada sólo es un “anticipo” para Biden, que presentó el jueves una iniciativa por 1.900 millones de dólares que enviará al Congreso tras asumir el 20 de enero.
Si el plan recibe el visto bueno del Congreso, donde los demócratas de Biden tendrán mayoría, las familias recibirán un nuevo cheque de hasta 1.400 dólares por persona. Los desempleados verán extenderse los beneficios que reciben, las escuelas podrán reabrir y muchas personas con hijos podrán volver a buscar empleo. Este proyecto “podría aumentar las posibilidades de ver un ‘mini boom’ (económico) este verano” boreal, anticipa Oren Klachkin, de Oxford Economics.
Made in América
A la espera de la ayuda, el 2021 comienza con la confianza de los consumidores a la baja en enero, según la estimación preliminar de la encuesta de la Universidad de Michigan. La actividad manufacturera de la región de Nueva York también comenzó con bajas revoluciones, según el indicador Empire State de la Fed.
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Con más de 10 millones de estadounidenses vacunados contra el coronavirus, falta aún para que la economía se recupere. El plan de Biden será seguido de un plan para crear empleos “bien pagados” en la manufactura, según prometió durante su campaña.
Para hablar de su proyecto de reactivación y economía verde, Biden adoptó una retórica similar a la de Donald Trump: el “Made in América”. “Imaginen un futuro ‘fabricado en Estados Unidos’, ‘enteramente fabricado en Estados Unidos y de los estadounidenses”, lanzó el jueves el presidente electo.
Fuente: AFP.