Desde el principio de la pandemia, la medicina avanzó para mejorar el tratamiento de los enfermos más graves de COVID-19, lo que puede salvar vidas, según especialistas interrogados por la AFP en Estados Unidos y Francia.

“La supervivencia mejoró considerablemente en Estados Unidos, en todos los grupos de edad”, afirma Daniel Griffin, jefe de enfermedades infecciosas de ProHEALTH, que reagrupa a un millar de médicos presentes en 22 hospitales de la región de Nueva York. El primer ámbito de estos progresos son los medicamentos. Desde junio, muchos estudios demostraron los beneficios de los corticoides entre los pacientes gravemente enfermos.

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Según una serie de trabajos publicados el 2 de septiembre en la revista médica estadounidense Jama, estos medicamentos permiten reducir en un 21% la mortalidad al cabo de 28 días entre los pacientes aquejados de una forma severa de COVID-19, al combatir la inflamación.

Ningún otro medicamento mostró un efecto significativo para reducir la mortalidad, lo que condujo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a recomendar el “uso sistemático de los corticoides entre los pacientes que sufren una forma severa o crítica” de la enfermedad.

“Es un tratamiento que podrá salvar vidas”, asegura el doctor Djillali Annane, del hospital Raymond Poincaré, al oeste de París, y coautor de uno de estos estudios. El doctor Marc Leone, de la Sociedad Francesa de Anestesia y Reanimación señala otro cambio.

“Ahora suministramos anticoagulantes mucho antes y de forma mucho más agresiva”, explica Marc Leone. El objetivo es evitar la formación de coágulos de sangre, una de las complicaciones graves.

La hidroxicloroquina, de lado

En general, ahora “tratamos a estos pacientes con un número mucho más limitado de medicamentos específicos”, según Griffin. Así, en muchos países se dejó de lado la hidroxicloroquina, un tratamiento objeto de una gran polémica mundial y del cual ningún estudio de envergadura probó su eficacia. También se avanzó en los cuidados respiratorios brindados a los pacientes en reanimación.

“Al principio, intubábamos a los pacientes muy rápidamente. Ahora, hacemos todo lo posible para evitarlo”, resume Kiersten Henry, enfermera en el hospital MedStar de Olney (Maryland, Estados Unidos).

La intubación consiste en introducir un tubo en la tráquea del paciente para conectarlo a un aparato de respiración artificial. Aunque es indispensable en algunos casos, este gesto invasivo puede suscitar complicaciones, incluidas infecciones.

“Nos dimos cuenta rápidamente de que los pacientes que sometíamos a un respirador artificial tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir”, recuerda Griffin. En Alemania, un estudio publicado a finales de julio en la revista The Lancet mostró que 53% de los enfermos conectados a un respirador artificial morían y que esa cifra se disparaba a 72% entre los mayores de 80 años.

Emergió entonces una alternativa: la oxigenoterapia de alto flujo. Esta técnica que vio la luz hace apenas una década consiste en aplicar al enfermo grandes volúmenes de oxígeno a través de pequeños embudos colocados en la nariz.

Aprendizaje diario

“Es muy eficaz, mucho menos invasivo y su empleo es más simple que la intubación”, declara a la AFP el doctor Jean-Damien Ricard, del hospital francés Louis-Mourier. Ricard llevó a cabo un estudio publicado a mediados de julio en la revista Intensive Care Medicine, que muestra que la oxigenoterapia es más beneficiosa que la intubación en algunos casos.

“En nuestro caso, esto fue así para un poco más de 30% de los pacientes”, agrega. De la misma forma que los que están intubados, estos enfermos son tumbados bocabajo para “airear las zonas posteriores del pulmón”, algo que parece ser beneficioso. Si bien los estudios que confirman su utilidad son recientes, estas técnicas ya se aplican desde hace un tiempo, gracias a la observación y a la práctica médica.

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“Respecto a la intubación, los corticoides, los anticoagulantes y la hidroxicloriquina, hubo un vuelco” en cuestión de un mes. “Las principales medidas aplicadas a principios de abril eran opuestas a las recomendaciones de principios de marzo y son las primeras las que seguimos empleando actualmente”, según Griffin.

“Cuando surge una nueva enfermedad, al principio no sabemos qué hacer y después los conocimientos van floreciendo a diario”, abunda Maury. “Es como al principio de la epidemia del sida”, completa Henry. Pese a estos progresos, los especialistas advierten contra un exceso de optimismo: “Seguirá habiendo muertos. No hay que creer que ya tenemos los tratamientos contra esta enfermedad”, afirma Leone.

Fuente: AFP.

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