Vivimos en una sociedad que busca la perfección en todos los ámbitos y esta corriente de pensamiento antigua inculca aceptar el paso del tiempo y la permanencia de la belleza a pesar del deterioro.
El término “wabi-sabi” se originó en el taoísmo durante la dinastía Song y luego se transmitió al budismo zen. Es una palabra indefinible por la cultura japonesa y no posee traducción, se trata más bien de un modo de apreciar el mundo.
“Cultiva todo lo que es auténtico reconociendo tres sencillas realidades: nada dura, nada está completado y nada es perfecto”, afirma Richard R. Powell en su libro “Wabi sabi simple”.
Con el paso del tiempo, esta manera de percibir las cosas evolucionó al punto de poder aplicarlo a todas las áreas de la vida. Desde la decoración de interiores, la manera de relacionarse con otras personas, la rutina diaria y hasta la alimentación.
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En el primero de los casos, la decoración, esta filosofía apunta a lo rústico y minimalista, hace énfasis en los materiales naturales como la madera, textiles como el algodón o el lino, la cerámica, piedras, mármol y barro. Menos es más, y en cuanto a colores, también sigue una gama en tonos neutros como el marrón, beige o gris.
Respecto a la manera de relacionarnos con otras personas y la belleza física, señala que la perfección humana no existe y que todo tiene un ciclo, habrá vínculos que perdurarán en el tiempo y otras que finalizarán naturalmente. Para alcanzar la plenitud, hay que apreciarlas y disfrutarlas lo que duren.
En cuanto a lo estético, reflexiona en que la verdadera belleza está en lo simple y lo humilde, todo es como es y a medida que pasa el tiempo cambia y evoluciona, pero no pierde su esencia. En lugar de prestarle atención al deterioro como errores o fealdad, se lo aprecia como huellas que la vida va dejando y que enriquecen el carácter y el alma.