Podríamos llamarlas canciones grinch (porque “arruinan la esencia navideña) pero no es así, ya que más bien sentimos que no están a la altura de ser celebradas musicalmente. Bajo esa mirada, suena en primer lugar “Otro año ya se ha ido...” y automáticamente la voz de Marco Antonio Solís y los instrumentos de Los Bukis en Navidad sin ti cortan toda la dulzura cliché de la época. Sí, es un clásico, pero las reacciones a sus incontables reproducciones durante todos estos años demostraron que es hora de dar vuelta la página y superarla.
Otra canción que se sale del molde es la que fue escrita por el compositor inglés Tommie Connor en 1952, I saw mommy kissing Santa Claus, en la que se cuenta la historia de un niño que ve a su madre besando (y más que eso) a Papá Noel. Originalmente, fue cantada por el actor estadounidense a los 13 años, pero con el correr del tiempo fue interpretada también por otros artistas, como Amy Winehouse, una versión que fue muy cuestionada por los que la seguían.
El siguiente tema no se salvó hasta ahora de ningún ránking de las “peores” canciones navideñas. Hablamos del Christmas Conga de Cyndi Lauper, que lejos está de ser un dance pegadizo para estas fechas. Curiosamente, la letra es súpernavideña, es decir la alegría y optimismo característicos de la celebración están presentes, pero no cumple con la intención propia de un single festivo de la época: generar alguna emoción.
De todas formas, Cindy Lauper no debería sentirse tan mal, al menos no después de escuchar la canción Have a cheeky christmas de las Cheeky Girls. Pero, ¿quiénes son ellas? Son dos hermanas gemelas rumanas que componen temas pop/electrónicos muy populares en Inglaterra y que se tomaron el tiempo de escribir una canción un poco subida de tono para la época. Basta darle play a su videoclip para comprobarlo (después no digas que no te avisamos).
Mucho antes de que los Backstreet boys invadieran los cuadernos y armarios de las chicas de los 90, la boy band estadounidense New Kids on the Block se abría camino en el pop, a finales de los años 80. Y no es que hayan sido una mala banda, pero a los desaciertos no hay que pasarlos por alto. Y esta vez no podemos perdonarlos. El tema Funky, funky xmas básicamente nació porque sentían que cada 25 era lo mismo y se aburrían, entonces decidieron tener una Navidad funky y compartirla con su público a través de una canción.
Para cerrar esta lista de canciones fuera de la común para Navidad hay que mencionar a los christmas remix de canciones como Macarena de Los del Río y Asereje de Las Ketchup, y hacernos la pregunta del millón: ¿eran necesarios?
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Las canciones se volvieron más simples y repetitivas
Las letras de las canciones se han vuelto más simples y repetitivas en las últimas cuatro décadas, de acuerdo a un estudio publicado el jueves pasado. El contenido de las canciones también se ha vuelto más airado y egocéntrico en los últimos 40 años, añade el estudio, elaborado por un equipo de investigadores europeos que analizó las letras de más de 12.000 canciones en inglés de diversos géneros como rap, country, pop, R&B y rock, desde 1990 hasta 2020.
El estudio, publicado en la revista Scientific Reports, recuerda que el gran icono de los años 1960, el cantautor estadounidense Bob Dylan, llegó a ganar un Premio Nobel de Literatura en 2016. Eva Zangerle, autora principal del estudio y experta en sistemas de recomendación musical en la Universidad de Innsbruck en Austria, enfatizó que las letras pueden ser un “espejo de la sociedad” que refleja cómo cambian con el tiempo los valores, emociones y preocupaciones de una cultura.
“Lo que hemos estado presenciando en los últimos 40 años es un cambio drástico en el panorama musical, desde cómo se vende la música hasta cómo se produce”, dijo Zangerle a AFP. Internet y el streaming provocaron un gran trastorno en la industria musical en comparación con la década de 1980, cuando la música se consumía en forma de vinilos y casetes.
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Los investigadores examinaron las emociones expresadas en las letras, cuántas palabras diferentes y complicadas se usaban y con qué frecuencia se repetían, y luego buscaron tendencias dentro y entre los géneros. “Lo que encontramos es que, en todos los géneros, las letras tenían una tendencia a volverse más simples y más repetitivas”, dijo Zangerle.
También confirmó investigaciones anteriores que han mostrado una disminución de contenidos positivos y alegres. Los cantantes utilizan cada vez más palabras como “yo” o “mío”. El rap destaca por varias razones, ya que las letras acostumbran a jugar un papel esencial en ese estilo de música.
El número de líneas que se repiten es más presente en el rap, dijo Zangerle. “La música rap se ha vuelto más colérica que los otros géneros”, dijo Zangerle. El rap era completamente nuevo en 1980, pero pronto llegó a dominar las listas de éxitos. El rock, que mostró su apogeo en esa misma década, empezó su declive.
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Un análisis del rastreo de letras en el sitio web Genius demostró que los fans del rock buscaban más a menudo letras de canciones antiguas que nuevas. En cambio, los fans del country buscan más menudo las letras de canciones nuevas. Zangerle dijo que una forma en que la música ha cambiado en la era del streaming es que “los primeros 10-15 segundos son decisivos para decidir si omitimos la canción o no”. Ya no hay tiempo para que las canciones tengan largas y elaboradas introducciones.
Ahora necesitan captar a los oyentes de inmediato para evitar perderse en el ilimitado y algorítmico flujo de reproducción en streaming. En resumen, las canciones con más coros que repiten letras básicas parecen ser más populares. “Las letras deberían pegar más fácilmente hoy en día, simplemente porque son más fáciles de memorizar”, dijo Zangerle.
Fuente: AFP.
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Un tiempo de emociones
- Por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
El pasaje es rapidísimo. De la colección de los pequeños instantes se nutre la vida. Se almacenan como representaciones que activan constantemente la pulsión que alienta a seguir hacia adelante. Así la conciencia de la transitoriedad de los momentos busca el sostén necesario para que el pasar, a pesar de ser inevitable, tenga la posibilidad de ser mentalmente inolvidable. Entonces ese tránsito veloz de los hechos se transforma en un generador emocional pausado y progresivo que advierte, nota, siente, distingue, considera y estima la acción de pasar por este mundo.
El proceso ineludible del tiempo tiene una notable similitud con el fluir de las emociones, es que ambos brotan una y otra vez, forman una dupla fenomenal; se encargan de abastecer a la existencia porque le dan tiempo y emociones. Se podría decir que la vida es un tiempo de emociones. Es el tiempo la dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia. También se lo conceptualiza como el periodo determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento. Por otra parte, se define a una emoción como un estado afectivo que se vive, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos, de origen innato, influidos por la experiencia. Para la Real Academia Española la emoción constituye un interés repleto de expectativa con que se participa en algo que está sucediendo.
Hay un tiempo para vivir. Esencialmente es abundante. La aceptación de su paso es determinante para el bienestar del ser humano. La comprensión de su presencia abre el mundo de los sentidos y estimula la búsqueda de las realizaciones que, ante su fugacidad, se constituyan como sustentos emotivos para seguir avanzando día a día. Por eso en el tránsito de los instantes se aprende a vivir, a desarrollar las ideas, a programar los objetivos, a planificar hacia dónde focalizar las acciones, a hacer lo pensado; entendiendo que el aprendizaje se encuentra en cada situación.
La vida es un testimonio de trascendencia, en ella la plenitud se alcanza a través de la simpleza de los detalles que elevan al otro. Esa es una misión permanente que está al alcance de todos y que es elemental que se transmita de generación en generación, año tras año, día tras día.
Es maravilloso animarse diariamente a construir el presente de la vida. El mismo se crea, se asume y se valora. En esa gran labor hay que inmiscuirse con lo que se posee, para ello hay que quererse y respetarse, es que en el interior de uno mismo reside el esplendor de la vitalidad. Esa apreciación personal se exterioriza al convivir con los demás y se retroalimenta junto a ellos.
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NYC, una ciudad de película
Ricardo Rivas, periodista, Nueva York, EE. UU., X: @RtrivasRivas - Fotos: AFP/gentileza
Muchos sostienen enfáticamente que la Navidad vive en la Ciudad de Nueva York. No es sorprendente. Tal vez, el cine y la tele produjeron sentido sin descanso para que esa idea trocara -también para muchos- en sentido común.
Desde hace algunas décadas no faltan quienes sostienen -muchos enfáticamente- que la Navidad vive en la Ciudad de Nueva York (NYC). No es sorprendente. Tal vez, el cine y la tele produjeron sentido sin descanso para que esa idea trocara -también para muchos- en sentido común. Mitos y leyendas urbanas atraviesan Manhattan, Brooklyn, el Bronx, Queens y Staten Island. Ninguno de esos barrios se parece. Son bien diferentes. Contrastan. Y siempre es posible descubrir, entre lo de siempre y lo que llega desde la historia, zonas nuevas que se potencian de la mano de emprendedores que en cada esquina descubren oportunidades que no siempre benefician a todos.
Después de un largo período regresé a NYC con tiempo y en Navidad que en este año, como en el anterior no fue blanca ni tampoco exageradamente fría. En mayo pasado también estuve aquí, pero una muy compacta agenda de trabajo me impidió reconocerla y partí con la decisión de regresar pronto porque me fui sin recorrer más que lo imprescindible sus avenidas, calles y callejuelas.
La decisión estaba tomada. Por ello, desde que arribé un par de días atrás al aeropuerto John Fitzgerald Kennedy, como alguna vez –seguramente– le pasó a Sinatra, “estos zapatos vagabundos / anhelan irse por ahí / precisamente en su corazón / Nueva York, Nueva York”. ¿Cómo no comprender a Frankie y desear, como él, “despertar en esta ciudad / que no se duerme”, aunque en estos días invernales minutos después de las 5:00 PM es noche cerrada.
Cuando repaso los días más recientes –con nubes bajas, nieblas espesas y algunas lloviznas– descubro que en cada uno de ellos apenas poco más de nueve horas fueron para que el sol ocupe el firmamento. Solo los neones y las pantallas led en Brooklyn y Times Square aportan brillo en la noche de la vieja Nueva York que, pese a las prácticas sociales de siempre, los comportamientos de sus 8,6 millones de habitantes hacen que todo sea o parezca diferente.
GENTRIFICACIÓN
“Tribeca y Dumbo son lo nuevo y los resultados de los procesos de gentrificación más relevantes de los últimos años en NYC”, me dijo a poco de andar a bordo de una poderosa SUV Cadillac de RELIER, Ariel Rodríguez, conductor y guía de excelencia para explicar los secretos neoyorquinos, que disfruta profundamente de cada una de sus jornadas de trabajo. Es un profesional apasionado que –con apenas 20 años recién cumplidos– llegó aquí desde Buenos Aires pocos días después del 11 de setiembre de 2001, cuando el ataque terrorista contra las Torres Gemelas del WTC aún asombraba y apenaba a miles de millones en la aldea global.
“TriBeCa es un acrónimo con el que se menciona a un área de Manhattan a la que se denomina Triangle Below Canal Street”, explica Ariel. La zona crece con ímpetu. Los hípsters parece que todo lo pueden y son cientos los jóvenes bohemios de alto poder adquisitivo así categorizados que se instalaron allí. Crecen y se expan- den. Son la contracultura, la rebeldía, la crítica contra el consumo, contra los valores establecidos, pero no trepidan en exhibirse fanáticos de Apple y de las marcas más costosas.
En algunos casos, son y marcan tendencia.
Tal vez por ello, en el 375 de Greenwich Street, Robert de Niro y Drew Nieporent se instalaron con Tribeca Grill, uno de los más recientes éxitos gastronómicos en Manhattan. En la esquina opuesta, Locanda Verde, el restaurante donde la escritora Rosario Oyhanarte ambienta su novela “El libro más bonito del mundo. Una historia de amor” –notable éxito editorial– también está allí. Muy cerca, pero del otro lado del Hudson, Ariel me invita para conocer en Dumbo –Down Under the Manhattan Bridge Overpass (Bajo el paso elevado del puente de Manhattan), otro nuevo barrio en Brooklyn– y me permite descubrir en torno del teatro St. Ann’s Warehouse vistas sorprendentes con imágenes de alto impacto de Manhattan y sus edificios más emblemáticos mientras recorremos Domino Park.
MEMORIA
Nueva York estremece. Ground Zero (Zona Cero) –donde hasta el 11S de 2001 estaban las Torres Gemelas– ha cambiado a partir del horror. Una nueva torre allí se erige con un diseño arquitectónico que tomó nota de los datos que aportaron los desaparecidos edificios colapsados como consecuencia del ataque criminal en el que fueron asesinadas unas 4.500 personas. En su entorno también todo es diferente desde entonces. Mucho para ver, recordar y pensar. En la plaza Memorial dos piscinas marcan la localización exacta de cada uno de los dos edificios destruidos. Simbolizan las huellas de las gemelas que el mundo vio colapsar luego de ser atacadas. Enormes cascadas artificiales y 415 árboles que allí fueron plantados enmarcan el cenotafio en el que están escritos los nombres de las víctimas del ataque. Dos alas blancas gigantes de material que se levantan por sobre el Oculus –donde se encuentran la estación del metro y el centro comercial World Trade Center (WTC)– completan el área.
Con Ariel nos retiramos en silencio. Siento que la obra, además de constituir un ejercicio de memoria, desde algún lugar es también una clara muestra de resiliencia social para seguir adelante. Ground Zero quedó atrás. En el audio de la SUV de RELIER suena la voz de La Voz. “New York, New York / I want to wake up / In a city that never sleeps / And find I’m a number one / Top of the list / King of the Hill / A number one…”. Cierro mis ojos para escuchar su entonación sin que nada ni nadie pueda distraerme. “Lo conseguiste, Frank”, pienso y digo solo para mí. Con audacia e impunidad sueño que junto con él hacemos un dueto. “These little town blues / Are melting away / I’ll make a brand-new start of it / In old New York”.
Manhattan queda atrás. El Bronx está cerca. Las escaleras de Joker –Shakespeare Steps, muy cerca del Yankee Stadium– me sorprenden. Aún no hay nadie que las recorra. Sin embargo, siento que Joaquin Phoenix sí está y que baila sobre ellas. Me detengo frente a su imagen inmortalizada sobre un lienzo callejero. Empatizamos. ¿Qué iguala y diferencia Ciudad Gótica de Nueva York? No tengo la respuesta. La producción de sentido que procura el cine me puede. ¿Cómo pensar NYC sin las historias del cine y la tele? No son pocos los títulos que activan los recuerdos. El puente de Manhattan en “Érase una vez en América”. Cientos de policiales que en las noches tenebrosas desde la inhóspita esquina adoquinada de Water St y Washington St muestran el Empire State Building iluminado y centrado en uno de los arcos del Manhattan Bridge. “Hombres de negro”, en torno de las torres y un globo terráqueo gigante en Flushing Medows Corona Park, en Queens cuando Tommy Lee Jones y Will Smith perseguían a un extraterrestre.
DONDE VIVE LA NAVIDAD
¡Esto es Nueva York!, me dije. La tarde es muy breve en el invierno neoyorquino. El tiempo navideño gana espacio con el avance de la noche. Ariel inicia la marcha hacia la nocturnidad de Brooklyn. “Vamos hacia Dyker Heights, donde vive la Navidad”, explica. Nunca estuve allí hasta la noche pasada. Llegar hasta la avenida 10 en la esquina de 83 y, luego, desde allí caminar hasta la avenida 12 y 84 no fue sencillo. Cientos de automóviles, miles de caminantes, policías, patrulleros y grupos de personas en familia recorren cada una de esas arterias a lo largo de las cuales el paisaje semeja una película transitable. Solo unas pocas casas de las que allí se encuentran no tienen luces navideñas. Jardines, ventanas, balcones están ocupados en plenitud por imágenes de ciervos, de trineos, de Papá Noel, de Santa Claus o simplemente de Santa. Enormes equipos de audio amplifican con fuerza villancicos una y otra vez. Algunas máquinas instaladas dentro de muñecos y trineos tirados por renos regularmente lanzan nieve artificial porque tanto este 2023 como en el pasado 2022 aquí para la Navidad no nevó.
“Decorar cada casa tiene un valor estimado que en promedio se ubica entre 10.000 y 20.000 dólares”, detalla el guía de RELIER. “Las luces se encienden cada año en el Día de Acción de Gracias y así permanecen hasta enero”, agrega. Precisa, mientras caminamos, que “las casas más conocidas –las más famosas– son las de la señora Lucy Spata, en el 1152 de la calle 84 y, justo enfrente, en el 1145, la de la familia Polizzotto”.
Se necesita ayuda para poder mirar todo. Miles de apretujados transeúntes empuñan sus teléfonos inteligentes con los que apuntan a todo lo que brilla y cautiva. Algunos residentes –sí, que viven en esos chalets todo el año, aunque parezca increíble– visten ropas con motivos navideños. Alguien explica que “la señora Spata fue la primera en iniciar este tipo de celebraciones”. Otros relatores sostienen enfáticamente que “los que empezaron todo fueron los Polizzotto”.
PROMESAS
En ambos casos los memoriosos coinciden en señalar que en el inicio fueron promesas que esas personas realizaron para pedir la sanación de familiares que estaban en tratamiento médico por graves padecimientos. ¿Cómo saber con exactitud la verdad? ¿Tendrá importancia saberlo? Los que todo lo saben añaden y destacan que “son todas iniciativas privadas”. Dan cuenta de que “cada casa paga –durante el tiempo que mantienen las luces encendidas cada día– unos 8.000 dólares mensuales por el consumo de luz”.
Sin embargo, y pese a tanto detalle, nadie sabe decir con algún fundamento por qué hacen esas inversiones tan importantes. En ese contexto, tampoco nadie sabe nada de los vecinos que no acuerdan –por la razón que fuere– con ese tipo de prácticas festivas tan extendidas. Solo se sabe que se oponen a ello porque sus viviendas se mantienen en total oscuridad, como si no se encontraran en ellas.
Sorprendentes costumbres neoyorquinas. Pero aun sin comprender algunos de los fenómenos comentados, me animo a decir –como lo sostienen miles– que, en Brooklyn, Nueva York, en el barrio Dyker Heights, es donde la Navidad en su forma menos religiosa parece una película, aunque NYC y su gente, cada una y a su modo, son historias reales.