La actual presidenta de El Ojo Salvaje, Leo De Blas, nos cuenta cómo descubrió su amor por la fotografía y qué valor tiene, en un mundo como el de hoy, el trabajo de autor.

Texto: Micaela Cattáneo

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Cuando Leonor De Blas cumplió 15 años no quiso fiestas ni vestidos de princesa, sino una cámara de fotos y un viaje. Sus padres, un español y una francesa que habían migrado al Paraguay por motivos laborales, le regalaron una cámara analógica y unos pasajes a Francia, el país de origen de su madre, quien fue su compañera en aquella aventura. Hasta hoy conserva las imágenes de esa experiencia.

Fue ese su primer acercamiento a la fotografía. Después, ya en el último año de la secundaria, se puso a estudiar la técnica en 4x5 Estudio, el único que impartía clases en aquel entonces. En el cuarto oscuro donde se hacía el revelado, veía sus capturas convertirse en papel, en momentos impresos para siempre. Y todavía recuerda ese proceso como algo mágico y sorprendente.

En su familia no hay antecedentes en esta disciplina, pero cuando intenta encontrarle una génesis a su pasión por la imagen encuentra una posible hipótesis: “mi papá y mi abuelo eran amantes de la pintura, quizás de ellos heredé esa vena artística, porque ninguno de mis hermanos la sacó, uno es piloto y la otra es enfermera”, cuenta. Sí, supone, que la clásica Yashica que su padre utilizaba en sus viajes y que después heredó, tuvo algo que ver en este despertar.

Hasta entonces e incluso mucho después, la fotografía para Leo fue un pasatiempo; una afición con la cual experimentaba. Y es que 25 años atrás, vivir de esta disciplina era prácticamente imposible. A esto, ella le suma que fue mamá joven —a los 20 años— y que no tenía muchas opciones más que jugársela por una carrera sólida. Estudió marketing y se especializó en comunicación, y durante 17 años ese fue su mundo. Hasta el 2009.

“Ese año hubo un quiebre en mi vida, en todo sentido, y necesitaba distraerme, salir. Fue ahí que la fotografía me dijo: '¡Hola! ¿te acordás de mí?' Entonces, empecé a hacer cursos en el Instituto de la Imagen. Renuncié al trabajo de oficina y me especialicé en fotografía de bodas y eventos sociales. Sin embargo, después de un tiempo, pensé: 'no puede ser que esto nomás sea la fotografía'”, recuerda.

De a poco se abrió camino a la fotografía documental, especialmente después de haber tomado un taller de fotoreportaje con Jorge Sáenz. “Ahí todo dio un giro porque estaba ante otro canal para contar historias, para encontrarle un sentido a esas fotos que guardaba de mi vida y para explorar lo cotidiano, las culturas y la forma de vida de la gente”, señala.

Una imagen, una reflexión

En ese transitar de narrar realidades desde su lente se encontró con una historia que la conmovió, la de Doña Petrona Villasboa, mujer campesina y madre de Silvino Talavera, niño que murió tras ser rociado con agrotóxicos, en Edelira (Itapúa). “Como mamá te coloca en un lugar distinto. Su lucha y su resistencia, a pesar de los años, me tocó muy de cerca. En su pueblo, la soja se llevó todo por delante, bosques, casas, familias y comunidades, por eso ver su pequeña casita en medio de tanto sojal fue muy fuerte”, expresa De Blas.

Este fotoreportaje lo realizó en el marco de El Ojo Salvaje 2018, ya que este festival —en conjunto con la organización Oxfam y el medio independiente El Surtidor— convocó a siete fotógrafos y siete periodistas para contar siete historias distintas. De hecho, el año pasado fue elegida como presidenta de esta asociación, convirtiéndose en la primera mujer en 12 años en ejercer el cargo.

“Me parece que, políticamente, una figura femenina es importante y necesaria. En primer lugar, para abrir camino hacia una mirada más igualitaria dentro de la fotografía y para afianzar las relaciones entre todas, ya que en un mercado tan pequeño no debemos vernos como competencia, sino como compañeras y aliadas. El lugar que hoy ocupo tiene que ver con qué huellas vamos a dejar y no tanto con el rótulo de ser presidenta”, reflexiona.

Leo considera que el trabajo fotográfico de las paraguayas está tomando fuerza. Dos de las tres ediciones del concurso Fotolibro El Ojo Salvaje de la Feria Internacional Libro de Fotografía Autoral (FILFA), lo han ganado mujeres: Juana Barreto por La Terminal y Andrea Ferreira por Detrás de la Piel. “Es muy importante generar diálogo y reflexión en torno a la fotografía, porque como país tenemos una deuda histórica al no tener un archivo fotográfico y sin eso nuestra memoria se ve afectada”, analiza.

En 2018 le otorgaron el segundo puesto del premio Bayard por su ensayo fotográfico Memorias del cuerpo, donde celebra la diversidad, la resistencia y el movimiento de los cuerpos, y en el que retrata en primer lugar a su madre. Asimismo, en noviembre del 2019 fue seleccionada para participar del laboratorio de creación 20 Fotógrafos, en San Pedro La Laguna (Guatemala).

“Estamos en un momento en el que todos producimos imágenes, pero creería que la esencia de la fotografía es otra. El hecho de tener una cámara no me hace fotógrafa, sí la reflexión que puedo generar en torno a la captura que estoy haciendo”, continúa. Además, siente que es necesario descentralizar el ejercicio y mirar lo que sucede más allá de la capital, donde hay muchas historias por contar pero pocas herramientas para hacerlo posible.

Con otros ojos

Hace seis años creó el proyecto Mini-clic, un taller de fotografía para niños y jóvenes. “La mirada de ellos es fundamental para crear eso que nunca se hizo, que es una mirada transparente que no tiene que ver tanto con la técnica sino con lo intuitivo, con la forma honesta que tienen para transmitir algo”, explica la fotógrafa.

Leo quiere que Mini-clic siga creciendo y con esto darle un fin social: llegar a esas comunidades que no tienen acceso o herramientas para explorar el lenguaje fotográfico. “Me encantaría viajar en una combi a todos estos lugares del interior del país. El año pasado fui con Unicef a dos asentamientos y a una comunidad indígena, y lo que vale es cómo el niño cuenta a través de una foto su realidad, el entorno en el que vive”, destaca.

Cuando Leonor De Blas (40) no está haciendo fotos, busca su espacio, su tiempo. Entonces, a veces, sube a su auto y viaja sola, a cualquier parte. Sin embargo, hay ocasiones en las que emprende rumbo —con su cámara a cuestas— para captar las escenas que se le presenten por el camino.

Su próximo viaje tiene un destino, el Chaco paraguayo, y un motivo: retratar la fiesta del Areté Guasu.

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