Estar en un bar rodeada de gente de distintas nacionalidades que acabás de conocer, hablando en francés y bailando samba en un bar portugués. Para mí es lo que resume la experiencia en Lisboa: cada día diferente, llena de color, alegría y diversidad.

Por: Jazmín Ruiz Díaz

Día 1: De la estación al bar

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A Lisboa llegué una tarde de sábado, en tren desde Porto. Diría que no pudo recibirme de un mejor modo. Llegué sola y enseguida sentí que la vibra de la ciudad me demandaba encontrar amigos que me acompañen en la aventura de descubrirla. El problema, por supuesto, es que era mi primera vez en esta ciudad donde no conocía a nadie. Pero en estos tiempos en los que hasta nuestras relaciones íntimas están intermediadas por aplicaciones, encontrar otros viajeros en mi misma situación no debería ser un problema. Así fue que, después de muchos años, volví a descargar CouchSurfing. Si te estás preguntando —o googleando— qué es, te explico rápidamente que se trata de una aplicación que trata de conectar viajeros con gente interesada en hospedarlos gratuitamente. Bueno, al menos empezó así, hoy CouchSurfing es la aplicación número uno de viajeros y ofrece varias opciones, más allá del alojamiento. En este caso, lo que me interesó fue la modalidad hang out que te permite localizar en el momento gente con la que quieras compartir un plan. Por supuesto, siempre teniendo en cuenta las precauciones pertinentes para aventurarnos como mujeres solas, de forma segura, empecé a contactar gente a través de esta app, y gracias a ella, en mi primera noche en Lisboa me encontré bailando samba con un montón de nuevos amigos de distintas nacionalidades que, como yo, estaban listos para enamorarse de todo lo que la capital de Portugal tiene para ofrecer. Así empezaba esta aventura.

Día 2: La Baixa y Belém de día; Chiado y Barrio Alto por la noche

Antes de arrancar, la primera recomendación para recorrer Lisboa es llevar en la maleta los zapatos adecuados. La calzada portuguesa que adorna la mayoría de sus calles con sus particulares diseños en piedra blanca y negra, además de pintoresca, es parte de la historia y cultura de esta ciudad; sin embargo, es bastante resbaladiza, y sobre todo en una ciudad donde los caminos tienden a ser en bajadas y subidas empinadas. Una caminata ligera puede resultar un desafío mayor si no se cuenta con calzados con suelas antideslizantes.

Dicho esto, nuestro recorrido arranca en La Baixa, el barrio más céntrico de la capital (por lo tanto, una zona excelente para buscar alojamiento). De aquí partimos y visitamos puntos clave como la Plaza de los Restauradores y la majestuosa Avenida de la Libertad, atravesando la Rua Augusta —una elegante calle peatonal donde abundan las tiendas— hasta llegar a la plaza más majestuosa de Lisboa: la Plaza del Comercio, que nos da la bienvenida con el Arco Triunfal da Rua Augusta.

De aquí caminamos hasta Cais de Sodré para tomar el tranvía, típico medio de transporte de la ciudad, y dirigirnos a Belém, un distrito tan famoso como la ciudad misma. Apartada del centro, Belém nos ofrece además de monumentos imponentes, plazas, parques y amplios espacios verdes. Aquí no se pueden dejar de visitar tres sitios: la Torre de Belém, el Monasterio de los Jerónimos y el Padrão dos Descobrimentos —o monumento de los descubrimientos— dedicado a los exploradores portugueses. Después de todo este recorrido, llega el momento de una de las mejores cosas que hay para hacer en este país: disfrutar de la comida portuguesa, y nada mejor que hacerlo en una taberna. En el distrito de Belém, nos dimos el gusto en la Taberna dos Ferreiros, y después, claro está, hay que probar lo más tradicional de esta zona que son los famosísimos pasteles de Belém y el lugar para hacerlo es la Fábrica dos Pastéis de Belém, que se jacta de prepararlos con una receta secreta desde mediados del siglo XIX.

Después de este plan, seguramente, será necesaria una pausa (una siesta, por qué no) para recuperar las energías y volver a salir, porque la noche lisboeta tiene tantos atractivos como el día. Ahora, aprovechamos para recorrer el Chiado, considerado “el Montmartre de Lisboa” por sus aires bohemios que recuerdan al barrio parisino de los artistas, y de allí vamos al Barrio Alto. Aquí se concentra la movida más alternativa y la calle principal para salir de fiesta: la Rua da Rosa, que se llama así porque la calle está pintada, literalmente, de este color. Para todo este recorrido una opción es tomar el tranvía 28, el más tradicional —y el obligado para la foto— porque atraviesa los puntos más pintorescos de la ciudad. Por supuesto, la horda de turistas que se apilan para tomarlo no condice con la idea de subirse al tranvía y hacer un viaje al pasado por las calles tranquilas de la capital portuguesa.

Día 3: Alfama, los miradores y la movida hipster

El tercer día de mi viaje me encuentro con Rubén, amigo portugués que conozco a través de CouchSurfing, y él me lleva a recorrer el barrio más lindo y auténtico de Lisboa: Alfama. Mientras caminamos por las pintorescas y laberínticas calles estrechas que son el sello de este barrio, Rubén me cuenta más sobre la historia de su ciudad, marcada por un acontecimiento: el gran terremoto de 1755. Este sismo —que continuó seguido de un tsunami y un incendio— causó prácticamente la destrucción de Lisboa. Alfama es uno de los pocos testimonios que quedan de una época anterior. Allí, paramos en una taberna a seguir degustando más platos portugueses —hay tantos que no se puede recomendar uno solo, ¡toca preguntar y probar!— y Rubén me da a conocer el vinho verde, ideal como bebida de verano, ya que es una variedad de vino típico del noroeste del país ligeramente espumante y ácido, por lo que se toma frío. También Alfama es el lugar indicado para escuchar fado, la expresión musical portuguesa por excelencia.

Y con esta pregunta que queda abierta sobre cómo podemos actuar a favor de un turismo socialmente responsable, emprendo —esta vez con Andrea, otra amiga de CouchSurfing— la subida para visitar los miradores, que los hay en distintos puntos de la ciudad, porque si algo tiene Lisboa, son buenas vistas para disfrutar. Dos de los más bonitos —según nos recomendaron los amigos locales que hicimos en esos días— son el mirador de Santa Lucía y, más arriba, el de Nuestra Señora del Monte. Pero como la subida es empinada y todavía queda por recorrer, para este trayecto elegimos viajar en tuk tuk, o triciclo motorizado. Nuestro chofer nos espera en el mirador mientras nos tomamos un momento para admirar el atardecer desde arriba mientras tomamos una caipiriña que compramos del estratégico puesto de que se encuentra en el mirador. La vida es bella.

Como cierre del día, dejamos el barrio antiguo para dirigirnos al distrito de Alcántara, en el extremo opuesto de la ciudad. Allí visitamos LX Factory, una antigua fábrica del siglo XIX convertida en un complejo de restaurantes, bares, tiendas, galerías y con una librería de lo más cool. Tomando un último cóctel entre paredes decoradas con grafitis y street art, cerramos la estadía en Lisboa brindando en la zona más hipster de la ciudad.

Y si se agrega un día más: Sintra

En Lisboa hay tanto para ver, que no importa cuántos días les dediquen, van a sentir que el tiempo les queda corto. Sin embargo, no se van a arrepentir si se toman medio día para visitar Sintra, a unos 30 km. Sintra es una preciosa villa que alberga el Palacio Nacional da Sintra y el Palacio da Pena, este último, el sitio más visitado de Portugal. Y quien haya estado allí entenderá el por qué: El Palacio da Pena, ubicado en las alturas de la localidad, es una mezcla de estilos arquitectónicos y una explosión de color que no se ven en ninguna otra parte. Eso sí, el acceso no es fácil, así que para llegar hasta allí la mejor forma de hacerlo es alquilar un auto o reservar un tour privado. El esfuerzo, sin embargo, valdrá la pena.

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