Una feria para disfrutar a pleno. ¿La consigna? Probar, de una vez por todas, aquellos sabores a los que no te has animado aún. Porque, ¿cuál es el chiste de comer siempre lo mismo?

Por: Jazmín Gómez Fleitas

jazmin.gomez@gruponacion.com.py

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Se llevó adelante la cuarta edición de Paladar, una feria que te acerca a los restaurantes y a los chefs que los capitanean durante un fin de semana —para que pruebes sus creaciones sabrosas y extravagantes— y que tiene la intención de ser la radiografía anual de la escena gastronómica nacional.
Surubí a la plancha con crema ácida de Takuare`ë
Durante el viernes 31 de agosto, el sábado 1 y domingo 2 de setiembre hubo 25 expositores en el Centro de Convenciones del Mariscal López Shopping: Pederzani, Hacienda Las Palomas, Pozo Colorado, Ja’u la asado, Santa Gula, Tapioguay, Stilo Campo, Alma Cocina, Lo de Osvaldo, La Quesería, La Bourgogne, Chocho, Bacon, Sipan, y muchos más.
Además, dos sectores fueron pensados especialmente para los chicos, para que jugaran con libertad (uno de ellos hasta incluía una rampa y skates). Pero también estaba La Cocinota, un espacio de “pequeñas recetas para grandes cocineros”, en el que se incentivaba a los chicos el respeto por los ingredientes y la cocina, todo de manera muy lúdica.
Asisto a la feria desde su primera edición y siempre encuentro platos dignos de ser compartidos y conocidos por todos. Como el surubí a la plancha con crema de limón, merengue ácido y ajo negro, de Takuare’e Resto. ¿Te suena excéntrico? Lo delicioso desafía la razón y esto, definitivamente te reta. Era un festín alegre y pícaro en la boca. ¿El ajo? No se sentía invasivo, pero sí decisivo para vestir al surubí en merengue. Nos dejaba esa sensación de victoria cuando uno se anima a hacer una travesura y le sale bien.
Patacón de Musiu
Bondiola tiernizada de cerdo en cocción larga de horno sobre polenta al roquefort, el plato de Talleyrand. Una delicia que nos recordaba a lo que comemos en la casa de la abuela. Reconfortante y cálido para el fresquito. Lo acompañabas con un pan recién horneado, para no tener problemas en dejar sequito el plato.
Patacón playero venezolano. Una cesta de banana crocante perfectamente simétrica, langostinos, tomate, cilantro, ají rojo picante, limón y vino blanco, propuesta de Musiú. Uno sabe que está delicioso cuando no quiere que se pierda ni la última gotita de salsita del plato. Así me encontraba limpiando, con todo esmero y a profundidad. Ojalá esté en el menú del restaurante, porque necesito cultivar este vínculo emocional con mi patacón.
Su chef, el venezolano José Nicolás Guglielmi, nos interceptó en la fila y preguntó qué queríamos probar. Le respondí que el risotto, pero él aconsejó el patacón, porque “sabe a Caribe”. Lo dijo como cuando uno le está dando un consejo sabio a un amigo, entusiasmado pero con cuidado de no presionar demasiado. Nos regaló una sonrisa y se fue. No lo conocía pero fui obediente. Fue la mejor sorpresa de la noche.
Como siempre, todo en la vida tiene letras chicas al final de la hoja, y en este caso, significó que un día no alcanza para probar todo lo que querrías. Cerramos la velada con un gin tonic de Lupita, porque bueno amigos, el estómago tiene un límite.

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