Por Marlene Sautu
marlenesautu@gmail.com

Fotografía: Luis Armando Arteaga

El universo femenino ha sido abordado y tratado en el cine una infinidad de veces, de distintas maneras y por diferentes autores, desde Federico Fellini hasta Ingmar Bergman, desde Pedro Almodóvar hasta Stephen Daldry, desde Lucrecia Martel hasta Isabel Coixet, desde Jane Campion hasta Sofía Coppola. Pero nadie se había animado a abrir la puerta de una nueva perspectiva tan intimista y sofisticada, tan valiente y visionaria, tan poética y envolvente, tan luminosa y llena de sombras, como es el caso de Las Herederas. La ópera prima de Marcelo Martinessi fue galardonada en el Festival de Cine de Berlín (Premio Alfred Bauer, Oso de Plata para Ana Brun como Mejor Actriz; premio FIPRESCI de la crítica extranjera y Teddy Award) y en el Festival de Cartagena (Mejor Director y Premio FIPRESCI) y , sin duda alguna, se convertirá en la primera película paraguaya que nos llevará al Óscar.

Las Herederas es una obra tan elegante y tan humana a la vez

Y es que Las Herederas es una obra tan elegante y tan humana a la vez. Porque su extrema humanidad no le impide ser elegante y su elegancia no le impide ser intensamente humana. Y es por eso que como obra, se desprende no solo de todo lo que se ha contado antes en nuestro país (en términos audiovisuales) sino de todo lo que ha parido el séptimo arte latinoamericano en los últimos 10 años, ya que se trata de un filme en el cual la brillantez resplandece debido a múltiples factores. No sólo por el magnífico ensamble estético y visual a cargo de las áreas de Fotografía, Arte, Vestuario y Maquillaje. Y no sólo por la exactitud rítmica de su montaje. Sino, principalmente, gracias a un trabajo impecable, sensitivo, exquisito y meticuloso de dirección, sumado a un guion orgánicamente magistral y a unas bellísimas actuaciones, construidas desde un trabajo tan pero tan interno, que son dignas de un monumento.

A la gente que sin ver Las Herederas se encargó de despotricar en contra de ella por el hecho de tratarse de una película que pone el foco en una pareja lésbica, solo puedo decir que se van a arrepentir, ya que el hecho de que la historia se centre en la relación de dos personas del mismo sexo es un detalle, no el eje central de la historia. Lo trascendente de la trama no tiene que ver con la orientación sexual de los personajes sino con el momento emocional por el cual están atravesando, tanto interna como externamente.

Chela (Ana Brun) es la sumisión: híper sensible, melancólica, dependiente, llena de miedos, inseguridades, mañas y paranoias. Y Chiquita (Margarita Irún) es la parte dominante de la relación, una mujer fuerte, chispeante, divertida, con carácter, decidida, controladora, independiente y manipuladora. Chela y Chiquita están en pareja desde hace mucho tiempo, rondan los 60 años y viven una vida acomodada hasta que la plata se les acaba y se ven obligadas a vender las herencias de sus padres y abuelos para poder subsistir. La decadencia en sus vidas es palpable, así como el desgaste y el deterioro de la relación, que se acentúa todavía más cuando Chiquita recibe una demanda por estafa y se ve obligada a tener que pasar un tiempo en la cárcel. Y, justamente, es a partir del encarcelamiento de Chiquita que la liberación de Chela comienza a gestarse.

Hasta que Chiquita va presa, todo parece estar en claroscuro, con más oscurantismo que claridad y con una atmósfera apagada, sombría, casi lúgubre. Hasta que el color se hace presente en la vida de Chela y se materializa mediante la aparición del personaje de Pituca (María Martins), una coqueta, pintoresca y anciana vecina, que es una delicia de comedia, y que le ofrece a Chela un trabajo de chofer, para que la lleve y la traiga a ella y a sus otras amigas con las que juega a las cartas. Y es mediante Pituca que Chela conoce a Angy (Ana Ivanova), una joven atractiva, misteriosa y seductora, que se convierte en una especie de musa para Chela, ya que logra encender la llama de sus deseos y le devuelve las ganas de sentirse viva, fuerte, útil, joven, atractiva, sensual y deseada.

La película fue escrita y dirigida por Marcelo Martinessi, importante referente del audiovisual paraguayo, quien además de sus premiados cortometraje también fue el primer director de la TV Pública. También estuvo a cargo de la dirección televisiva de algunos programas icónicos de la pantalla chica local, como es el caso de El Ojo (1996) y Menchi (1998). Cabe destacar que Martinessi ya estuvo en el 2009 en la Berlinale compitiendo con su genial cortometraje Karaí Norte y luego volvió en el 2011 con Calle Última. Las Herederas, su primer largometraje, refleja una de las miradas más intimistas, respetuosas y exquisitas que el cine nos ha regalado sobre el universo femenino, la soledad femenina, las ansias de libertad, la vejez y la crueldad del olvido.

Una mención especial merece el majestuoso trabajo de todas y cada una de las actrices que conforman el elenco, deliciosamente conducidas por una mano maestra en cuanto a dirección actoral. Destacan desde las internas y el personal del Buen Pastor, así como la mucama y las amigas de la fiesta (en donde se lucen Alicia Guerra y la entrañable Yverá); las compradoras de las herencias, María Martins (como Pituca, que es el personaje que se come la película); su grupo de amigas, Ana Ivanova y Margarita Irún, que están más que fantásticas; y principalmente, Ana Brun, deslumbrante de principio a fin.

El cine es el arte de la mujer, o sea, de la actriz”, dijo alguna vez Francois Truffaut

Con la fuerza de su mirada y la carga de sus ojos se cuenta la historia. Y esa carga justamente obedece a un impresionante trabajo interno de la construcción de su personaje, en donde la finura, la sutileza, la distinción y la economía de su expresividad son una lección maestra de actuación. Y todo ese regalo interpretativo es digno de miles de ovaciones. No en vano se alzó con el Oso de Plata a Mejor Actriz en la Berlinale de este año. Y es por eso que tampoco sería una sorpresa que Ana Brun consiga una nominación al Óscar a Mejor Actriz por Las Herederas, así como en su momento lo consiguieron la brasileña Fernanda Montenegro por Central do Brasil (1998) y la colombiana Catalina Sandino Moreno por María llena eres de gracia (2004).

El cine es el arte de la mujer, o sea, de la actriz”, dijo alguna vez Francois Truffaut, director, crítico, actor y gran referente de la corriente cinematográfica francesa Nouvelle Vague (Nueva Ola). “El cometido del director consiste en conseguir que las mujeres hagan cosas hermosas”, agregó. “Es mi opinión: los grandes momentos del cine se dan cuando hay coincidencia entre las dotes de un director y las de una actriz dirigida por él”.

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