¿Por qué Simone de Beauvoir sigue siendo la referente más importante para el feminismo? En este recorrido por su vida y sus pensamientos, la respuesta.

Por: Micaela Cattáneo

Estilismo: Matías Irala

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Producción: Juan Ángel Monzón

Fotografía: Manuel Meza

Año 1949. A una mujer de 41 años, de esa época, probablemente sólo le quedaba como destino ser “una buena esposa”, más aún si creció en un ambiente burgués que el tiempo y los malos negocios familiares terminaron por romper a pedazos. Quizás, es el camino que hubiese tomado la vida de Simone de Beauvoir, si la filosofía y la literatura no estuviesen tan presentes en su pequeña mente de niña, en sus ideas rebeldes de adolescente y en sus libertades de mujer adulta.

Su vínculo con las letras fue tan fuerte que, a los quince años, ella ya podía responder sin titubear lo que quería ser: escritora. El futuro congenió con ese deseo del pasado y la convirtió en una de las autoras más importantes de todos los tiempos. Sus textos hablan de ella, de sus pensamientos y de las reflexiones que compartía con Jean Paul Sartre, su eterno compañero.

La filosofía era un punto en común entre ellos, uno sólo de los muchos que tenían. Acostados en la pradera, en el escondite al cual huían, conversaban por horas sobre sus vidas y las teorías; sobre las teorías y sus vidas. A ella, el estudio “de la esencia de las cosas, el hombre y el universo” la apasionaba de manera tal que constituía la base de todos sus ensayos y memorias.

De hecho, en El segundo sexo menciona antes de dar a luz a las palabras que ejercitarían a las mujeres en el feminismo— una cita de Pitágoras: “Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. La filosofía constituyó algo así como la “fuente” de sus ideas, la asignatura con la que podía sostener o deconstruir conceptos.

Es más, antes de viajar a las letras, fue profesora de la materia, se preparó para serlo, curiosamente, “con todas las letras”. Simone de Beauvoir significa tanto para la lucha y la conquista de derechos de las mujeres; es la voz de una generación femenina con ansias de “ser”, pero sin costumbres de clase que la reprima; es el grito revolucionario que la sociedad necesitaba escuchar.

Esa revolución que se descubre en los primeros años de Beauvoir y la presenta como una mujer moderna y libre es el reflejo de lo que Newton denominaba “principio de acción y reacción”. Durante su infancia, su padre no se cansaba de recriminar su condición de mujer, sentía impotencia por no tener un hijo varón que pudiera levantar una crisis económica. La oposición que despertó aquella realidad en Simone, cien años después, sigue construyendo uno de los movimientos sociales más justos de los últimos tiempos: el feminismo.

La dueña de la frase “La mujer no nace, se hace” reafirmó aquella rebeldía luego de la Primera Guerra Mundial cuando, en medio de una sociedad francesa afectada, eligió el camino de la independencia, rechazando a la par todo el conservadurismo con el que había crecido en su hogar. Su cuarto propio lo empezó a escribir afuera, en el mundo de las desigualdades que no favorecían a la mujer. La catarsis no tardaría en llegar.

Con el ensayo El Segundo sexo se adelantó a las teorías que empoderarían a la mujer años más tarde, en sus diversos roles. Y aunque algunas partes del texto siguen provocando debates hasta hoy, es la mayor referencia literaria sobre lo que es ser mujer. Las palabras de Simone analizan la posición que ocupa esta frente al hombre; posición que le es impuesta, por lo tanto no propia de su existencia.

La mujer no nace, se hace – Simone de Beauvoir

Beauvoir comparó cómo la mujer representaba a una minoría, al igual que otros grupos discriminados por raza o credo. Pero desaprobaba tal comparación cuando entendía que en el mundo había tantos hombres como mujeres. En esa sociedad –vista desde el género masculino– el hombre era sujeto y la mujer, el objeto. Simone lo definía como “lo otro” frente a lo que “ya existe”, es decir, “la mujer existía porque el hombre lo hacía primero”.

En ese mismo ensayo, y con este análisis en la mano, ella invitaba a preguntarnos, ¿de dónde proviene ese mundo que pertenece a los hombres, en el cual estaban cambiando las cosas?, ¿iba a beneficiar eso a la equidad entre ambos sexos? Lo más interesante es que, gracias a esos pensamientos, el mundo empezaría a gestar una nueva vida para la mujer, una vida que ya le pertenecía en realidad, donde no era el sexo débil u oprimido, sino un ser humano con derecho a plantearse lo que quería.

A través de su prosa, Simone no sólo estaba dispuesta a entender por qué la mujer era consideraba “lo otro”, sino a colocar a la maternidad y al casamiento como una elección y no una obligación. Es de la libertad individual de la que habla en todas sus obras; libertad que consideraba una respuesta directa de la autonomía económica de la mujer.

Cómo no reivindicar nuestra elección de ser quién queremos ser, cuando sus lecturas sirven de inspiración a nuestras luchas. Cómo no sumarnos al movimiento, cuando sus letras sellan que el género es una construcción y no una condición del nacimiento. Cómo no reconocerse en el feminismo, cuando promueve la libertad que de ella y otras surgían en ambientes igual de hostiles que los de ahora. Cómo no empoderanos y empoderar a otros, cuando es posible entender que nadie es más que nadie y que todos somos “sujetos” y no “los otros”.

Por eso, es justo que el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, reafirmemos ese compromiso que tenemos con nosotras mismas, desde nuestros diferentes roles y desde los distintos espacios que ocupamos. El feminismo nos ayuda vivir experiencias que, tarde o temprano, se convertirán en memorias de una mujer libre, así como las de Simone de Beauvoir.

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