La compañía canadiense Cirque Du Soleil emprende un viaje por la obra de Soda Stéreo en su espectáculo Séptimo día. La gira partió de Buenos Aires, pasó por Córdoba y apunta a Lima, Santiago de Chile, Bogotá y Ciudad de México. A continuación, el rock de Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti hecho arte circense del bueno.

Por: Micaela Cattáneo  Fotos: Prensa Séptimo día

El público del show fue de lo más diversificado. Desde el fanático más acérrimo de Soda Stéreo, aquel que desempolvó la camiseta del grupo y se cantó sin desperdicios todas las canciones, hasta la clásica espectadora que sin conocimiento de causa pagó una entrada y preguntó: "¿Es la banda en vivo la que toca?".

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Desde el ¡vamos! el espectáculo del Cirque du Soleil basado en la obra de Soda Stéreo –la banda de rock argentina liderada por Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti- perfilaba el trillado pero no menos verdadero "hecho histórico".  Era la primera vez que la compañía canadiense montaba un show inspirado en la música de una banda de rock latinoamericana, luego de las creaciones en tributo a The Beatles (Love), Michael Jackson (One) y Elvis Presley (Viva Elvis).

Esta insólita producción, propuesta en el 2013 por Roberto Costa (fundador de PopArtMusic), su CEO Diego Sáenz y Daniel Kon (manager de Soda) tras ver en las Vegas el despliegue de Love y One, es un guiño para "el seguidor de toda la vida" de la banda, un reencuentro emocional con la poesía de Gustavo Cerati; un legado moderno de su obra para las generaciones que no lo vivieron en persona y, por qué no, una nueva forma de decir: "Gracias totales".

Con más de 35 artistas en el escenario, Septimo día puede resumirse como una película futurista en retrospectiva, "una especie de grandes éxitos animados en alta fidelidad", según Pablo Plotkin de The New York Times. Era la función 76 de la gira y el auditorio de un Orfeo Superdomo de Córdoba repleto escuchaba ansioso la voz en off que relataba el inicio. La orden fue clara: "Es un show en vivo. Vivilo".

Desde el segundo cero el espectáculo está pensando para que el fan reconozca en los detalles el paso a paso de lo que fue la banda. En la primera escena aparece el protagonista: L'Assoiffé ("sediento" en francés). Él, un adolescente que está a un paso de vivir la juventud plena, se siente atrapado, enjaulado en un mundo donde no existe la justicia social. Unos auriculares que caen desde lo alto lo salvan: es la música de Soda Stéreo la que lo deja en libertad; una señal de esperanza para una vida mejor.

El cuadro uno, el que nos hace viajar a los inicios de la banda en medio de la crisis política argentina, es el disparador para entender que el show es más que un homenaje al rock en español de los 80. Soda Stéreo representa el escape de los adolescentes de la época a un mundo más vivo, fresco y suelto. Y el “planeta Soda”, escenario de los 90 minutos de la función, es una manera de identificarnos con esa realidad; un sistema solar que recurre a la imaginación y la energía de la música para redoblarlo en calidad.

Fue Michel Laprise, el director de Séptimo día, quien en una visita a la casa donde Cerati vivió su infancia, descubrió que este era un fiel seguidor de la ciencia ficción. No tardó en darse cuenta que la pasión por el género era un asunto del trío, Zeta y Charly sólo terminaron por confirmarlo: la sci-fi era una de las tantas pasiones que compartían los tres. Entre movimientos sonoros de rotación y traslación, el planeta Soda empezó a girar.

La historia se escribió con canciones, al igual que el vocalista (fallecido en 2014) lo hacía con su vida. Cada escena corresponde a un éxito y, aunque por momentos, el cuadro puede caer en detalles literales no deja de ser sorprendente para el ojo del espectador. Séptimo día está hecho para el que quiera volver a sentir piel de gallina con la lírica y el pop-rock de la época dorada del género. El valor agregado: Cirque du Soleil convierte toda esa magia en color, creatividad y destreza.

Pero el epicentro del planeta se sumerge desde el principio en el círculo íntimo de la banda. La acción-reacción deja al público sin palabras pero en una constante: ¡No puedo creer lo que estoy viendo! La emoción está de suerte y no abandona el palco, dos fugitivos haciendo acrobacias en revólveres de tres metros de largo indican que el turno de Prófugos ha llegado.

Hay muchos elementos del show que llevan el sello "primera vez", como la interacción del público que se encuentra en el sector "campo de pie" con los artistas; una temática a la que Cirque Du Soleil no estaba acostumbrada (ya que siempre sus espectáculos son en carpa y con el auditorio en 360). Para Remolinos y Signos, se veían personas abriendo paso de un lado a otro; mientras un acto de equilibrio en una flor inmensa y una rueda giratoria, sujetaban, respectivamente, a quienes transformaban las letras de ambas canciones en arte abstracto.

Por momentos, el show se vive con más euforia, especialmente en performances como Sobredosis de TV, Un millón de años luz y Hombre al agua. En esta última, una enorme pecera de seis metros de alto refugia a un músico con guitarra en mano, en tanto una bailarina de buceo libre se sumerge al son de una nueva composición.

Durante Persiana americana y Luna roja el público se muestra silencioso y con rostro de admiración. En la primera reaparece L'Assoiffé haciendo malabares y, en la segunda, una mujer enfrenta un baile por el aire enganchada solamente por su cabello. Té para tres, quizás, fue el acto de mayor participación, algo así como una peña alrededor de una fogata pero con más de diez mil personas.

De un minuto al otro, el estadio explotó; todo indicaba que el final estaba llegando. De música ligera despertó la fuerza de los fanáticos; mientras se formaba una pasarela en forma de guitarra eléctrica, el auditorio saltaba como si el mismísimo Cerati la estuviera cantando en vivo. Tanta energía positiva en un mismo lugar indicaba una sola cosa: Él había vuelto.

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