Los médicos decían que Malu Mendes estaba condenada a caminar mal, pero ahora cabalga las olas y es campeona mundial. Miguel Almeida apenas ve, pero desde niño presiente la formación de las ondas. Ambos, como muchos brasileños, consiguen gracias al surf sobreponerse a las dificultades.

Malu y Miguel llegan a media mañana a las playas de Santos, junto al mayor puerto de Latinoamérica. El mar del litoral paulista está tranquilo, sedado, y difícilmente realizarán grandes piruetas. Pero la pasión los impulsa al agua.

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“Me siento libre, es muy placentero, una sensación inexplicable, tiene mucha conexión con la naturaleza”, explica Malu Mendes, una joven de 28 años, con parálisis cerebral. Esta muchacha alegre, de pelo rubio y sonrisa contagiosa oyó desde chica decir que tendría problemas de movilidad hasta el fin de sus días.

Ahora, campeona mundial de parasurf en 2020, cuenta que los especialistas se sorprenden con su evolución. “Hablo con toda la seguridad del mundo, el surf cura”, afirma, orgullosa. Como Malu, hija del surfista brasileño Paulo Kid, decenas de niños, jóvenes y adultos con autismo, síndrome de down, amputaciones o accidentes cerebrovasculares asisten a la Escuela de Surf Adaptado, inaugurada hace dos años.

“Crear felicidad”

Al mando de Francisco “Cisco” Araña, leyenda del surf brasileño, el instituto público-privado ha atendido gratuitamente a 280 personas con discapacidades. Algunos refuerzan sus terapias con este deporte, para otros es la única. “El surf tiene un poder increíble. Uno puede hacer cualquier cosa, pero no hay salud sin alegría. Esa es nuestra razón de ser, crear felicidad a través del surf”, explica Araña, de 64 años.

Surfista desde 1968, Araña fundó su escuela regular de surf en 1991 y muy rápido tuvo alumnos con deficiencias a quienes les costaba usar tablas convencionales. Entonces creó otras: con relieves para ciegos, con ruidos especiales para sordos y con cierres de contacto para parapléjicos. La demanda creció y abrió la escuela adaptada.

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“Con el surf logramos una evolución mucho mayor que con las otras terapias. Creo que es por el contacto con la naturaleza”, afirma Adriana de Souza, quien desde hace siete años lleva a clases a su hijo autista Joao Vitor, de 13.

Al principio, recuerda esta enfermera, Joao Vitor no socializaba y tenía recelo a mojarse la cabeza. Ahora habla con más soltura y se integra. “¡Me gusta, es increíble!”, afirma el adolescente, a quienes los profesionales de salud eximieron de las terapias ocupacionales para que se enfocara en la tabla, el mar y la playa.

“Una oportunidad más”

Cerca de él, ante la mirada orgullosa de su esposa, Hamilton Fernandes se sumerge en el agua salada. Hace cuatro años un ACV le afectó la parte derecha del cuerpo y lo privó de encaramarse en una “plancha”, un hobby del que se enamoró hace medio siglo.

Hace dos años se reencontró con “Cisco”, viejo compañero de olas, y volvió al ruedo en una tabla adaptada. Asegura que el surf le mejoró en un “90%” su movilidad. “Estuve hospitalizado y ahora estoy aquí, una oportunidad más”, resalta este pensionado, de 63 años. Con cuerpo atlético, Miguel Almeida se aventura más lejos de donde Joao Vitor y Hamilton surfean.

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Cuando tenía ocho meses, Miguel, hoy de 23 años, contrajo toxoplasmosis. Su vista se redujo considerablemente: su ojo izquierdo tiene 5% de visión y el derecho, 10%. Pero desde los 5 años, alentado por su primo, el surfista profesional Deivid Silva, se lanzó al mar y empezó a vencer, una a una, las embestidas del océano.

“Tengo una percepción muy grande. Sin visión, mi audición aumentó bastante, puedo visualizar la ola a medida que se va formando”, describe. Miguel sueña con participar en diciembre en el campeonato mundial de parasurf de California (EEUU). “Mucha gente no cree en las personas con deficiencias, pero nosotros, a través de la escuelita, estamos demostrando que la deficiencia puede vencer cualquier cosa”, afirma, con la tabla en sus manos.

Fuente: AFP.

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