Felipe Goroso S.
Permanentemente aquellos que minimizan o incluso desprecian a la política como herramienta generadora de cambios profundos y perdurables en el tiempo de las sociedades democráticas la presentan como una salvajada donde la única ley es la del vale todo, la brutalidad. Eso hace que mucha gente caiga en el juego y descrea de la política o salga huyendo de la misma.
Los que hacen tal planteamiento, tienen la creencia de que hay que dejar que el poder sea administrado por oenegés, fundaciones, grupos o gremios empresariales, medios de comunicación o periodistas. Cualquiera menos los políticos. Y ojo, no hay que ser ciegos. Un sector de la clase política ha hecho méritos suficientes para ganarse esa mala fama. La repercusión directa de toda esta oleada se ve en todos los estudios que se realizan a la población de América Latina donde se muestran los números deprimentes al respecto de lo útil que es la democracia para la población.
Sin embargo, hay que decir todo. Tampoco es que la política sea un jardín de rosas. Definitivamente no lo es. En política casi todo es válido. Las únicas condicionantes que se deben analizar antes de toda acción, posicionamiento o declaración son dos: el sentido de conveniencia y el de oportunidad. La conveniencia se define como la cualidad de ser útil, provechoso, pero sobre todo adecuado. El sentido de oportunidad es la habilidad, capacidad, fortaleza o virtud que tiene una persona de tomar una decisión o acción a tiempo, o en el momento más oportuno, de manera tal que se garantice el éxito de lograr el propósito perseguido. Esta es una virtud válida para todas las profesiones y actividades del mundo, por más insignificante que estas sean. Una persona dotada de esta habilidad tiene mayores posibilidades de éxito que aquellas que no la tienen. En resumen: la conveniencia es el cómo y la oportunidad es el cuándo.
Para realizar este análisis el político debe asumir que precisa de por lo menos un asesor, podrían ser más, que le dé una visión sin filtros y donde el único idioma sea la honestidad intelectual basada en elementos fácticos. El termómetro debe estar a la hora de analizar y caliente a la hora de llevar a la acción. Huelga decir que a veces a los asesores nos toca decir aquello que el cliente preferiría no escuchar, pero para halagar y adular ya están otros. Es mérito del político ser un buen seleccionador a la hora de conformar su equipo político y de asesores. Si luego de este análisis resulta que la movida es inconveniente, inoportuno o incluso ambos, mejor será no realizarla o al menos postergar la misma. En este punto es ineludible meter en la ecuación que la política es ante todo y sobre todo un deporte colectivo, uno de equipo. Los lobos esteparios de la política son una especie en extinción. Ninguna iniciativa personal podrá tener más preponderancia que la del equipo todo.
A quienes nos gusta la política, la defendemos y creemos en ella firmemente, tenemos la obligación de llevarla al siguiente nivel, de profesionalizarla. De sacarla del manejo casero y artesanal que a algunos les encanta. Le es cómodo porque la carrocería no le da más. Son los que quedarán en el pasado. A los otros nos toca mirar el presente con optimismo y el futuro con una sonrisa pícara.