Por Josías Enciso Romero.

Una de las películas que integra mi colección personal de clásicos en su género es “Los sospechosos de siempre”. Aunque ácidamente cuestionada por la crítica especializada apenas estrenada, hoy es calificada en la categoría de culto. El tiempo se encargó de revindicar su indiscutible clase argumentativa. Se trata de una cinta de corte policial, pero magistralmente condimentada con el drama, el suspenso y el misterio. Sin el arte, la sagacidad investigativa ni la calidad interpretativa de los protagonistas de aquel filme, nuestros uniformados locales aplicaban la misma lógica –sobre todo durante la dictadura–, pero lejos, muy lejos de los métodos científicos, para concluir hipótesis con probabilidad de certitud.

Aquí, en esa época en que algunos eran felices y el resto no lo sabía, ante cualquier caso sin resolver, ya se tenía al detenido adecuado. El chivo expiatorio variaba de acuerdo con las características y la gravedad del delito. Pero la libreta de nombres era igual. Los personajes solo rotaban. Y el “elegido” era presentado ante la prensa como el fruto de la eficacia y prontitud policial. Por supuesto, después de una larga sesión de apremios, el sindicado se declaraba públicamente culpable. Entonces ya nadie se preocupaba por el verdadero responsable. El caso estaba resuelto y cerrado. En plena democracia, aunque en contextos diferentes, por analogía podemos colegir que esa mentalidad no ha variado en absoluto. En el ámbito político, por ejemplo, los alborotadores o patoteros, los que ante la falta de inteligencia recurren al griterío escandaloso y al atropello tumultuoso a las instituciones, son los mismos de siempre.

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Ahora mismo tenemos un caso práctico. Ante el incendio de un bloque del Tribunal Superior de Justicia Electoral, durante el cual se destruyeron 8.500 máquinas de votación que iban a ser utilizadas en las internas simultáneas del próximo 18 de diciembre de este año, ya sabíamos de antemano quiénes iban a estar frente al local del TSJE, liderando un pequeño grupo de perturbadores profesionales: Luis Alberto Wagner, un desacreditado dirigente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), precisamente por su escaso talento y abundante desorden de ideas. En estado de excitación permanente, arremetiendo contra el idioma, agrediendo la sintaxis y destrozando la semántica, apareció en medio de la tragedia para responsabilizar del siniestro al ministro Jaime Bestard, pidiendo su destitución. ¿La razón? Es el único integrante del máximo tribunal electoral que representa al Partido Colorado. Los otros dos, César Emilio Rossel está afiliado al radicalismo auténtico y Jorge Bogarín es afín a Frente Guasu, liderado por Fernando Lugo.

Para el diario vocero del Gobierno, Abc Color, el incendio es “sospechoso”, porque pudo ser intencional. Por supuesto. Es una probabilidad. Pero para los periodistas de la “Faraona” de la calle Yegros solo tenían “credibilidad” las declaraciones del precandidato presidencial dentro de la Concertación Por un nuevo Paraguay, Efraín Alegre, y la senadora concubina del poder, Desirée Masi. Las expresiones de los precandidatos del movimiento Honor Colorado, Santiago Peña y Pedro Alliana, de que el calendario electoral debe respetarse, solo merecieron escasas dos líneas al final de algún artículo. Para develar el origen de este hecho, la Fiscalía General del Estado ya abrió una investigación. Pero adivinen qué. Y quién. La propietaria del Partido Democrático Progresista, al ver la nómina de los fiscales designados para esclarecer el caso, ya “descubrió a una cartista”, por lo que los resultados finales serán “manipulados” fue su interminable maullido. Qué triste ha de ser la vida de esta señora que vive obsesionada por una persona, en este caso, Horacio Cartes. Y contra un partido, el Colorado, aunque forma parte de un gobierno que llegó al poder de la mano de la Asociación Nacional Republicana (ANR). Como solía repetir el recordado Helio Vera, aunque no asume la paternidad de la frase: “El vil metal nunca huele mal”.

El político que desentona su apellido, Efraín Alegre, se puso en la misma línea de la patota verbal de su correligionario Wagner. “El ministro Bestard ya habla de desdoblamiento de las internas. Yo ya lo pongo como un sospechoso del incendio, ese es un plan para el fraude”, gesticuló con su acostumbrada “simpatía”. Ya en la cúspide del delirio asume, sin decirlo, su estado paranoico. Alega que, en caso de desdoblarse las elecciones, los colorados votarían por sus candidatos y, luego, “la misma tropa va a ir a elegir al candidato que les conviene (a los colorados) en las elecciones de la Concertación”. Se estará refiriendo a Hugo Fleitas o Martín Burt. Sinceramente, no hay un solo colorado que no desee que Alegre sea el candidato de ese frente opositor. Es victoria segura, argumentan. No hay dos sin tres.

La lógica tiene reglas muy simples y sencillas. Los precandidatos de Honor Colorado, Santiago Peña para la Presidencia de la República y Horacio Cartes para la Junta de Gobierno, están ganando cómodamente en las intenciones de votos para las próximas internas de su partido. Cifras imposibles de modificar, salvo que ocurra un cataclismo. Por tanto, ellos son los más interesados en que las elecciones internas se realicen en tiempo y forma. Que el calendario de votaciones no sea alterado. Y así lo han expresado públicamente. Lo contrario es una deducción que dejo en manos de los lectores. Los “patoteros de siempre”, con sus argumentos de siempre y buscando “culpables” en el partido de siempre. Un partido que representa a sus adversarios de siempre y que les gana siempre. Son como el tero. Los verdaderos responsables pueden pasearse tranquilamente por ahí mientras se cacarea en otra parte. Así nomás es. Ya es un clásico de culto.

El chivo expiatorio variaba de acuerdo con las características y la gravedad del delito. Pero la libreta de nombres era igual. Los personajes solo rotaban.

Jaime Bestard es el único integrante del máximo tribunal electoral que representa al Partido Colorado. Los otros dos, uno afiliado al radicalismo auténtico y otro afín al Frente Guasu.

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