POR JOSÍAS ENCISO ROMERO

Al “mariscal de la derrota” lo salvó la campana. Aproximadamente cien jóvenes lo iban a escrachar el miércoles 13 de junio durante la habilitación oficial del stand de Yacyretá en la XXXIX Edición de la Expo, que tiene lugar en la Asociación Rural del Paraguay (ARP) de Mariano Roque Alonso. La cara de Nicanor Duarte Frutos era de temblor y de terror. Hasta su acostumbrado rictus sardónico había desaparecido. Ya le habían anunciado lo que iba a ocurrir. No insinuó sonrisa alguna, contrastando con el rostro alegre y apacible de su esposa. Quien, finalmente, evitó el repudio ciudadano. “Ella no tiene la culpa”, advirtieron los organizadores de la manifestación. Y desistieron de su propósito. Porque eran personas bien formadas, algunas en universidades extranjeras, como los hijos del “mariscal pastelito”. Uno de ellos, el especializado en lengua inglesa (que sería como nuestra literatura castellana), cuando se retiraba deslizó una frase de John Lennon cuya cita exacta no pude registrar, pero que hablaba de idiotas y grandes mujeres.

Nosotros merodeábamos por el lugar, invitado por un ex compañero de la Facultad de Derecho, ante el anuncio del escrache movilizado en un círculo cerrado de las redes. Ese mismo día, Duarte Frutos había pronunciado un discurso cargado de histrionismo demagógico en la ciudad de Encarnación. “Estamos de acuerdo con una mejor justicia impositiva, pero no para que la gente del Gobierno siga robando en nombre de una supuesta mayor inversión social”, puntualizó uno de los jóvenes, profesional de la Escuela de Negocios. “El Paraguay precisa de soluciones socioeconómicas estructurales, que debe empezar con extirpar el cáncer de la corrupción, que tiene como protagonistas privilegiados a los funcionarios de esta administración”. Disfrutan del saqueo al Estado, sin ninguna vergüenza y sin ningún castigo. Con eso debemos terminar”. Y se retiró mascullando su impotencia.

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A este gobierno de la mediocridad y la corrupción le sonó la cuenta regresiva. El tic tac, tic tac les perfora el cerebro. No les deja dormir. Les queda poco tiempo. Por eso, la desesperación de sus acólitos por llevarse hasta el último requecho. Como los agonizantes que suspiran por una bocanada de aire. Cuanto más alto es el cargo, mayor es el diezmo que cobran sus monaguillos. Son más rateros que ratones de iglesia. Y más inflados que mbarakaja kilombo. La ambición corrompe y, peor aún, la avaricia corrompe completamente. Es lo que dicen. ¡Moópio che aikuaáta!

Lo peor es que estos forajidos no miden el alcance de sus acciones. Viven enceguecidos por el inmediatismo del poder de turno y los ingresos ijyképe. Creen que van a ganar las internas coloradas del próximo 18 de diciembre. Que seguirán impunes, como diría aquel que ya nos dejó: “Per saecula saeculorum”. No piensan que arrastrarán en su delincuencial tragedia a todo su entorno.Hombres detestables que predican, desde el púlpito de los actos oficiales, la redención de los obreros y campesinos, mientras, con vituperables acciones, se adueñan de los recursos que deberían ser utilizados en beneficio de los destinatarios de sus demagogias. Iporã mante. Demasiado ya se burlaron del pueblo. Y de yapa, antes que asumir sus errores y desmanes, se tiran cada segundo de sus discursos en contra del líder del movimiento Honor Colorado, Horacio Cartes. No pueden vivir sin Cartes. Parecen amantes despechadas. El principal es el “mariscal de la derrota”. Frente a su anillo “íntimo” de lambiscones de Yacyretá, se pavoneó de que mediante sus discursos “está levantando el ánimo” de los seguidores del mocho Hugo Velázquez. Delirios en el reino del habano, el champán y los camarones.

A pesar de que creo en la justicia divina, considero que es mejor la justicia terrena. Que sirva de ejemplo para los que quieran seguir esquilmando al Estado mientras aumentan los cinturones de pobreza y el pueblo pasa hambre. Las autoridades que asuman el 15 de agosto del 2023 deberán ser implacables con los actores, gestores e intermediarios de los latrocinios. Si viviera el doctor Luis María Argaña, su voz retumbaría más fuerte que nunca en su metáfora predilecta: “Hay que cortar las manos a los ladrones”. Buena falta hace. Así, el próximo con intenciones de medrar con los recursos de todos pensará dos veces. Como el loco en el cuento de Cervantes, que se pasaba echando piedras sobre la cabeza de los perros que encontraba en las calles hasta que el dueño de un podenco le tomó la medida con una vara sin dejarle hueso sano. A partir de ese día, antes de cometer su atentado perruno, dudaba: ¿Será un podenco? Y pasaba de largo. Santo remedio.

Por esta vez, el insigne “mariscal de la derrota”, hasta hoy sin parangón, tendría que rezar frente a la “catedral” por salvarle de un escrache nde áva. Según recomendación de mi vecino, don Cecilio, como mínimo debería rezarle tres padrenuestros y diez avemarías. Sería un buen inicio.

La cara de Nicanor Duarte Frutos era de temblor y de terror. Hasta su acostumbrado rictus sardónico había desaparecido. Ya le habían anunciado lo que iba a ocurrir.

Que sirva de ejemplo para los que quieran seguir esquilmando al Estado mientras aumentan los cinturones de pobreza y el pueblo pasa hambre.

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