Nadie que logre vivir dos días enteros en el Paraguay podría tragarse el discurso de “no enjuiciamos a la fiscala gene­ral del Estado (FGE) porque nos extorsionaron”. Cual­quiera que asiste al preesco­lar de la política paraguaya sabe que no enjuiciaron a la FGE porque no consiguieron votos en la Cámara de Dipu­tados.

Sin embargo, el mensaje de la funcionaria del Ministe­rio Público vino como ani­llo al dedo para ocultar una realidad: al menos ayer, las cifras no existían. Nadie sabe lo que sucederá después. El argumento del apriete como razón de la no presentación es de una torpeza digna de mejor ocasión; porque si tan solo fuera que los congresis­tas temen a la fiscala gene­ral por sus propios delitos cometidos, lo que en rea­lidad tendría que ocurrir sería que, primero: todos ten­dríamos que proteger a una FGE tan enemiga del sector delincuente del Congreso. Y, segundo: el sector delin­cuente del Congreso, lejos de suspender una sesión para destituirla, tendría que pre­cipitarla.

Necesitamos cierta seriedad que devuelva la confianza en la política. Por si no se dieron cuenta: hace dos días, todo el sector económico dijo que estaba harto de un país de delincuentes… y no hablaban entonces de los motochorros justamente.

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