Ingeniero, me dirijo a usted sin emplear vocablos soeces ni ofensivos, tan innecesarios en estos álgidos momentos.

Lo hago convencido de que esta consecución de ideas nunca llegará a sus manos; o, en el caso de que suceda, hará caso omiso a mis planteamientos.

No obstante, escribo haciendo uso de mi derecho a expre­sarme con libertad, insisto, siempre dentro del respeto al prójimo, independientemente a su condición social, econó­mica o intelectual.

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Desde el mes de marzo del 2006 resido en Asunción, capital de Paraguay, una pequeña nación ubicada en el corazón de América del Sur. En un poco más de 3 lustros conviviendo en estas humil­des fronteras, que me han acogido como un hijo dilecto, he aprendido, sobre todo, a respetar a quien piensa dife­rente; a que se puede compar­tir ideas, debatir, sin explotar en improperios.

He aprendido que, pública­mente, se puede manifestar, incluso contra el gobierno, sin que el hecho sea considerado un delito.

He aprendido que un determi­nado líder, con el voto popu­lar, puede entronizarse en el Poder Ejecutivo, y, con la misma intensidad de con­fianza, ser blanco de innume­rables reclamos.

He aprendido que los sistemas de salud y educación gratuitos, aunque imperfectos, no son exclusivos del sistema social que rige en Cuba desde 1959…

Hoy, desde mi residencia asun­cena puedo palpar la inconfor­midad de mis compatriotas en varios puntos de la isla. Ellos, mis connacionales, pacífica­mente, aunque enardecidos, reclaman, exigen, un cam­bio en la dirección del barco del que usted, ingeniero, es el improvisado timonel.

Sería de imberbe hacer creer que la CIA, la “temida” Agen­cia Central de Inteligencia, les abone a cada uno un monto económico por expresar el sen­tir que los embarga; como tam­bién, y por eso nos tratan como caninos con escabiosis, hacer creer que la CIA haga lo mismo con nosotros, los cubanos que residimos fuera de la isla.

No son, no somos gusanos; no son, no somos, apátridas; no son, no somos, escorias, ni desperdicios, ni heces feca­les hediondas expelidas con fuerza para convertirse en ali­mentos de roedores.

Somos cubanos que como cubanos exigimos un mejor futuro para nuestro caimán antillano.

Siempre se dijo, no me consta porque no lo conozco, que usted, ingeniero, es una per­sona con un “elevadísimo nivel intelectual”. Supongamos que así sea, por eso le sugiero que acepte mi humilde consejo: Entregue el timón. Dese cuenta de que no posee la capacidad de liderazgo para hacer revivir de las cenizas, como ave fénix, el proceso que, en cierta ocasión, fue la admiración del mundo.

Seré criticado, es cierto, pero, sinceramente, no me afecta; con respeto aceptaré los comentarios diametral­mente opuestos a mi ideología; recuerde que desde 1959 nos enseñaron a ofender a quienes piensan diferente, detalle que, como le dije, aprendí en este hermoso país.

Seré minimizado; usted, y otros, muchos otros, se pre­guntarán quién soy para diri­girme a su persona tan osada­mente; no pocos van a expresar que “¿quién le dio permiso a este escritor de cuarta a…”.

Tampoco me importa, inge­niero, porque, aunque vivo lejos, muy lejos, continúo siendo la persona que el 27 de junio de 1969 vio a luz de sus días en la inolvidable barriada capitalina de Santa Felicia.

Un paso al costado es lo más sensato.

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