• POR SANDRA QUIÑÓNEZ
  • Fiscala general del Estado

El Paraguay fue testigo de la farsa montada por Juan Arrom ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH). Su fantasía en el intento de justificar una sanción contra el Estado lo enredó aún más. Ni siquiera supo acreditar por qué él y Anuncio Martí no homolo­garon el informe médico sobre sus supuestas torturas. Menos pudo explicar por qué ambos no agotaron los procesos judi­ciales en el país por el secuestro de María Edith Bordón de Debernardi.

La magia de la televisión y la transmisión en directo de lo que pasó en la audiencia realizada en Costa Rica hicieron que actualmente haya consenso en la ciudadanía nacional de lo que son Arrom y Martí, y se sabe mejor por qué huyeron de la Justicia paraguaya. Hoy, parte de la comunidad internacional sabe que los dos socios, con osadía y descaro, tramaron desde la clandestinidad el despojo de millones y millones de dóla­res al pueblo guaraní.

Tampoco les sirvió ese repetido cuento que menciona el supuesto secuestro de los dirigentes del movimiento Patria Libre para la autoinculpación como parte de un orquestado plan de desestabilización. Con dos simples preguntas, el juez Sierra Porto desnudó la comedia:

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1- “¿Por qué un Estado democrático captura a un dirigente de izquierda para que se inculpe e involucre con otros sectores de la sociedad?”.

2- “¿Por qué un secuestro podría desestabilizar el Gobierno?”.

Esas dos interrogantes rompieron a pedazos la careta de la mentira. Tampoco pasó desapercibido para los jueces que el declarante haya afirmado que sus presuntos secuestradores actuaron a cara descubierta, alegando al respecto, magnífi­camente, uno de los magistrados que “usualmente en estos hechos se busca ocultar su identidad”.

Lo que se notó es que Arrom tenía un guion estudiado por años para dar las respuestas. Sin embargo, la defensa del Estado paraguayo y los árbitros de la Corte Internacional de Derechos Humanos, con insistencia sobre hechos puntuales, dejaron en evidencia numerosas falencias en su testimonio. Así las cosas, sus argumentaciones sobre el supuesto secuestro y tortura cayeron por el mismo peso de sus inventos y falsificaciones.

Por cierto, las investigaciones fiscales en Paraguay, con años de anterioridad, ya probaron varias de las falacias de Arrom. Un emblemático embuste fue haber negado conocer a Carmen Villalba. Una prueba contundente de su engaño es que a ella, miembro del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), la visitó 13 veces en la Penitenciaría del Buen Pastor.

Tanto la defensa del Estado como los miembros de la Corte Interamericana hicieron una tarea profesional de alto nivel, por lo que Arrom no pudo justificar su propaganda de víc­tima. De hecho, nunca quiso aclarar su responsabilidad en el secuestro de María Edith y por eso huyó del país. Tampoco pudo, de hecho nunca podía, documentar ante los magistra­dos internacionales su absurda denuncia contra el Paraguay.

La transmisión en vivo y en directo ayudó a saber más sobre Arrom y Martí. Solo unos pocos ingenuos o interesados les pueden comprar hoy en día el show que están montando hace 18 años. Llegaron tan lejos con la desfachatez que Arrom pidió públicamente 50 millones de dólares como “cifra simbólica por daños sufridos”. ¡Vaya cinismo, falsedad y atrevimiento de quienes están sindicados por la Justicia paraguaya como autores del secuestro de María Edith Bordón de Debernardi!

Juan Arrom, si tanto quiere declarar ante la Justicia, debe tomar coraje y venir con su socio Anuncio Martí al Paraguay y responder ambos sobre el secuestro de María Edith Bordón de Debernardi. Tienen que ponerse los pantalones, dar la cara aquí en su país, donde tienen una causa abierta sobre el verda­dero secuestro. La comedia está llegando a su fin. Por ahora, la careta de la mentira cayó ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la mismísima Costa Rica.

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