• Por Felipe Goroso S.

Todo espacio de poder por más pequeño e intrascendente que parezca es, por una parte, un gobierno de la palabra, pero a la par de la imagen. Usualmente se tiene a la palabra en un segundo plano o incluso en un tercero. Se le da mucho peso en campañas o antes de llegar al espacio al que se aspira (cualquiera sea) para una vez accedido al mismo enfocarse preponderantemente a la acción.

Ahora bien, la política es discurso, pero también es acción. Lo uno no debe quedar por detrás de lo otro. Varias disciplinas estudian el asunto: la filosofía, la sociología, la psicología social, la antropología social, las ciencias políticas y las ciencias del lenguaje plantean miradas al respecto.

Hay una relación cada vez más cercana e íntima entre lenguaje, acción, poder y verdad, que intenta ayudarnos a estudiar el discurso político siempre considerado dentro de un contexto individual y social, que circula dentro de cierto espacio público. La palabra política se inscribe en prácticas sociales que son parte del día a día del electorado, aunque el mismo e incluso los políticos pretendan que no se vea como tal por distintos motivos que ya abordaremos oportunamente.

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Autores de la mayor diversidad entre los que puede inscribirse a Platón, Kant, Weber, Arendt, Foucault y Habermas proponen cuestiones como la política y el poder desde miradas que difieren y a la vez confluyen según la óptica que se busque. Conceptos como Estado, República, nación, democracia o partidos políticos pueden parecer abstractos si es que no se los transforman en contenedores de derechos y deberes de los distintos segmentos. Por eso vemos cifras tan alarmantes que reflejan lo que algunos autores definen como desapropiación de los individuos. Como no se percibe su utilidad, se termina descreyendo de los mismos.

Con esto (también) tienen que ver las concepciones del poder político. Espacios de discusión y persuasión. Escenarios de construcción de los valores de los cuales la conducción política pretende apropiarse y transmitir. Ahí la palabra es la que gobierna, aunque siempre es una porción. Cuando se producen acciones de reclamos que ejercen presión sobre estamentos de poder, cabe preguntarse qué tiene mayor influencia: ¿Los eslóganes o declaraciones (palabra) o las manifestaciones y dificultades generadas como consecuencia de las mismas (acción)? Así mismo, a la hora de responder las reivindicaciones, ¿qué traerá calma al escenario: una campaña de persuasión para convencer a los que reclaman de la conveniencia de las medidas propuestas (palabra) o iniciativas concretas que apunten a destrabar y desmontar los cuestionamientos (acción)?

El gobierno de la palabra no constituye la totalidad de la política, pero no puede haber acción sin palabra ya que la misma interviene en el espacio de acción; la palabra interviene en el espacio de persuasión para que la instancia política pueda convencer a la instancia ciudadana de los beneficios del programa propuesto y de las decisiones que se deben seguir tomando mientras administra los conflictos de opinión en provecho propio.


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