• Por Josías Enciso Romero

El periodo presiden­cial inconcluso (el de 1988) –interrum­pido a cañazos– del dictador Alfredo Stroessner fue, tam­bién, de entronización de los zoquetes en el Congreso de la Nación. El Movimiento Tra­dicionalista, liderado por Juan Ramón Chaves, fue vio­lentamente desplazado de la conducción partidaria aquel 1 de agosto de 1987 y, de paso, de todos los cargos de repre­sentación. Después de tres años de puja, finalmente y con ayuda de la Policía, se impu­sieron los “militantes-com­batientes-estronistas-hasta las últimas consecuencias”, que tenían como cabecilla a Mario Abdo Benítez (padre), secretario privado del irre­dento autócrata. La precisa me dio mi vecino, don Ceci­lio, a quien tuve que ir a visi­tar porque la lluvia impidió que yo regara las plantas a la hora señalada y que mi colin­dante se acercara a nues­tra divisoria de tejidos de alambre. Inventé cualquier pretexto, porque una de las nietas me había confiden­ciado que estaba un “poco enfermo”. Por supuesto que no hice mención alguna a los probables achaques pro­ducto de su avanzada edad, porque, según sus propias expresiones: “Un roble nunca se doblega”, mucho menos “por dolencias de porquería”.

Lo encontré sentado en su sillón de siempre. Y, obvia­mente, como siempre, no aceptaba interrupciones: “La unidad granítica se había pulverizado dentro del pro­pio régimen. Los contesta­rios estaban en el exilio y unos pocos en el país, eso sí, bien controlados por la poli­cía motorizada. Ni al baño podían irse sin que esas som­bras siniestras los siguieran”. Aclaró, de paso, que los tra­dicionalistas tenían dos ver­tientes: “Chaves en la Junta y Stroessner en el Palacio” (“cuento que no se tragó el dictador”), por un lado, y, por el otro, los firmantes del comunicado “general Stroessner nunca más”, posi­ción de la denominada “Gene­ración Intermedia”. De este modo, continuó relatando, las cámaras de Diputados y Senadores “se llenaron de obsecuentes, pero estos, a diferencia de los rajados, ni siquiera eran inteligentes. El analfabetismo funcional se había apoderado del Par­lamento”. Previamente, me ilustra, la Junta de Gobierno fue asaltada el 1 de agosto de 1987, por el “cuatrinomio de oro de la fe y esperanza”: Sabino Augusto Montanaro, el propio Abdo Benítez, Adán Godoy Giménez y J. Eugenio Jacquet.

Aunque empezó a toser, no daba señales de parar siquiera para tomar un poco de aire. De repente, se repuso y retomó: “En los años posteriores a la caída de ‘Tembelo’ el Con­greso volvió a tener renom­bre, con ilustres hombres de los dos partidos históricos del Paraguay. Luego fuimos decayendo lentamente, hasta llegar a esta mezcla de gri­tos, berrinches, argumentos que se desprecian en aras del fanatismo y la razón superada por el espectáculo y el vede­tismo.

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Diputados y senadores, en su gran mayoría, no quie­ren legislar, sino hacer ruido para estar en los medios. Y así nos va. Como lo noté ostensi­blemente fatigado, me dispuse a despedirme. Me detiene brevemente tomándome del brazo: “Te dejo la tarea de eva­luar a nuestro Congreso de los últimos años”. “Menuda carga”, le respondí. En rea­lidad, no es un esfuerzo muy exigente llegar a la conclu­sión de que los integrantes de ambas cámaras están cami­nando en un escenario muy resbaladizo. Y no solo por el último acontecimiento que involucró el juramento de la doctora Alicia Pucheta como representante del Poder Eje­cutivo ante el Consejo de la Magistratura. Abogados de renombre han llegado a la conclusión, lógica jurídica mediante, que el acto no fue inconstitucional. Y expusie­ron sus alegatos de manera clara y sencilla. Alegatos que los detractores del juramento quisieron acallar con bochin­che, empellones incluidos, como si fueran asambleas de barrio. Sin embargo, la degradación en cuanto a calidad del Congreso, siem­pre hay salvedades, no es de ahora. Viene arrastrándose desde hace algunos años. Unas pretenden exhibir su exuberante inteligencia parándose sobre la mesa y otras confiesan sin pudor y sin rubor que su banca les costó 200.000 dólares. Y no faltan los opositores que se quejan de que un narcotra­ficante internacional haya tenido excesivo espacio en los medios de comunica­ción “como si fuera un can­tante de rock o un cientí­fico” y le tira la culpa a los colorados. Olvida premedi­tadamente que esos medios son sus aliados. Hay que exprimir más la inteligen­cia, creo. Algunos (de todos los partidos) nunca abrie­ron la boca ni para decir mu como la vaca Lola. Para los demás, las discusiones son a los gritos. Los exabrup­tos son el menú cotidiano. Felizmente no engorda. De lo contrario, tendríamos un Parlamento de obesos. No obstante, cada uno cuenta con su propia hinchada. Que juzga según sus particulares afinidades o anti algo. En las redes ese anti es lo que pre­domina. Pero, en el día de las elecciones, no suma para ganar. Es que los perfiles fal­sos y troles ofensivos votan una sola vez. Y se alimen­tan de sus cegueras impro­ductivas y sus intenciona­das maldades sin provecho para nadie. Ellos son los que alientan a esa clase política cirquera, que solo quiere lla­mar la atención sin aportar nada sustancioso al debate ciudadano y a la formación de una necesaria cultura cívica. Espero que don Cecilio esté de acuerdo.

No es un esfuerzo muy exigente llegar a la conclusión de que los integrantes de ambas cámaras están caminando en un escenario muy resbaladizo.


Y no faltan los opositores que se quejan de que un narcotraficante internacional haya tenido excesivo espacio en los medios de comunicación “como si fuera un cantante de rock o un científico” y le tira la culpa a los colorados.

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