• Por Josías Enciso Romero

Soledad Núñez, candidata a vicepresidente de la República por la opositora Concertación Nacional 2023, da la impresión de que hasta preferiría ser daltónica para no distinguir el color característico del Partido Colorado. Chilla, gruñe, patalea ante cualquier objetivo escarlata. Prisionera de la pedantería dogmática de la exclusividad de los méritos y la suficiencia de los valores, la materia grana le obnubila su razón y entenebrece su corazón. Y eso que, en el pasado, vestía blusa, chaqueta y falda a tono. Para no desentonar con el gobierno del cual fue funcionaria de elevado rango. Sin ser afiliada al Partido Liberal Radical Auténtico, quien acompaña a la fórmula presidencial encabezada por Efraín Alegre, ha corroborado estar más a la derecha, incluso que los propios liberales. Quien era considerada la ministra más joven en el gabinete del entonces mandatario, Horacio Cartes, se presentó en su estreno político como el rostro de la renovación. Del cambio. Sin embargo, rápidamente exhibió la herencia de las viejas costumbres en el lenguaje y en las incoherencias de las posiciones que se asumen en el discurso y se contradicen en la acción. La memoria autobiográfica de nivel superior de mi vecino don Cecilio, quien recurre a los papeles para evitar los falsos recuerdos, de nuevo acudió a mi auxilio para enriquecer el comentario. Me acercó un libro ajado, de hojas amarillentas, con subrayados en colores y con citas a los costados. “Aquí está”, me indicó, ufano, con el dedo índice, seguido de un imperativo: “Leé”. Era un escrito del doctor Ignacio A. Pane, una de las figuras más queridas dentro de la Asociación Nacional Republicana: “Los liberales han demostrado que les repugna lo colorado o rojo, hasta en el tomate”. ¡Qué notable! Lo escribió en 1908 bajo el título de “Credo republicano”. Aquí el artículo quedó completo. Pero, hay que seguir para cumplir con las exigencias de la extensión.

A diferencia de la otra “Sole”, que canta, zapatea y revolea un poncho haciendo vibrar a miles y miles de personas, la nuestra es la clara justificación del porqué la eligió Efraín Alegre. No resulta expresiva a la hora de hablar. Por tanto, no emociona a nadie. Tampoco lo hace con el recurso de la gracia que, en política y, sobre todo, en tiempos electorales, es esencial. No busca convencer, sino sermonear. Hasta ahora, sus adversarios directos han sido muy indulgentes con ella. Probablemente, porque todavía no desarrolló un discurso programático, más allá de las descalificaciones por colores. Sería bueno observar un debate estructurado sobre proyectos de cara al Paraguay de los próximos cinco años. Puede hacerlo con el ceño fruncido, si lo otro no le sale naturalmente (peor es una simulada sonrisa), pero que demuestre elocuencia y argumentos a la hora de fijar ideas. Además, pide que se dejen de lado “las banderas y los colores”, pensando solo en la “albirroja”, sin que ello sea obstáculo para arremeter con furia contra el rojo. Un color que integra nuestra bandera nacional y la casaca de la selección paraguaya. O sea.

Lejos de pensar como una estadista, anda vicheando si qué color es la remera de los jóvenes que participaron del lanzamiento de 2.500 becas que serán financiadas por la Itaipú Binacional. Sí, era roja. Y pegó un salto a las cumbres del Himalaya. “No es necesario que nuestros jóvenes vistan el color de un partido ni que simpaticen con alguno para poder estudiar. Tenemos que despartidizar la educación”. Claro, si el color elegido resultaba el blanco, es casi seguro que se iba a callar, porque ese es el color de la Concertación. O, tal vez, pueda realizar un rápido circuito por la ciudad vecina de Fernando de la Mora y muchas otras del departamento Central, donde hasta las tejas de los colegios son azules. Y el tronco de los árboles. Mas, esa es otra historia. Con la paciencia de Job, que perdió todo sin enojarse con su Creador, vamos a explicarle este asunto. Los aspirantes a tales cupos tienen requisitos previos: un término medio mínimo y provenir de un colegio nacional. Luego se someten a un examen colectivo en una universidad pública. Una vez aprobada esta instancia, se verifica la condición socioeconómica del estudiante. Debe ajustarse a los rangos de “escasos recursos”. A nadie se le solicita su afiliación, solo su certificado de calificaciones. Asimismo, los empleados que ingresaron por concurso tienen automática estabilidad laboral, salvo que hayan cometido una falta grave en el ejercicio de sus funciones. Estas y algunas otras vyrezas sería interesante que aprendan los candidatos a cargos electivos.

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Estamos de acuerdo con que la educación debe ser despartidizada. Hay que evaluar los contenidos para un juicio más riguroso. No obstante, no es lo mismo que una educación politizada. O mejor aún, debe ser ideologizada en cuanto a la condición humana, los fundamentos éticos y los valores de la tolerancia y la solidaridad. Una cuestión muy diferente que todos meten en la misma bolsa. La educación es el lugar vital para aprender a vivir y convivir en democracia. Y esa condición la convierte también en una institución constructora y promotora de la política. De la buena política. Pero de lo que aquí se trata es de llamar la atención. Y si adelante hay un capote rojo, hay que atropellar nomás. Total, con galimatías de siempre se puede pedir el voto de los “buenos colorados”. “Maquiavélicos hacia adentro, jacobinos hacia afuera”. Don Cecilio es una luz. No sé qué haría sin él.

Lejos de pensar como una estadista, anda vicheando si qué color es la remera de los jóvenes que participaron del lanzamiento de 2.500 becas que serán financiadas por la Itaipú Binacional.


Hasta ahora, sus adversarios directos han sido muy indulgentes con ella. Probablemente, porque todavía no desarrolló un discurso programático, más allá de las descalificaciones por colores.

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